**La Historia de Rut: Una Decisión de Fe y Amor**
En los días en que los jueces gobernaban Israel, una gran hambruna se extendió por la tierra de Belén. Los campos que alguna vez habían sido fértiles y abundantes ahora yacían secos y polvorientos bajo un cielo implacable. El trigo no brotaba, las viñas se marchitaban, y el pueblo clamaba a Dios por misericordia.
En medio de esta aflicción, un hombre llamado Elimelec, de la tribu de Judá, tomó una decisión desesperada. Junto a su esposa, Noemí, y sus dos hijos, Majlón y Quelión, abandonó Belén en busca de sustento en la tierra de Moab, más allá del Jordán. Moab, aunque enemigo tradicional de Israel, ofrecía la esperanza de supervivencia.
Sin embargo, la tragedia pronto golpeó a la familia. Elimelec, debilitado por el viaje y la angustia, falleció, dejando a Noemí viuda y sola en tierra extranjera. Sus hijos, ya adultos, se casaron con mujeres moabitas: Orfa y Rut. Durante diez años, las dos jóvenes compartieron la vida de la familia, pero nuevamente el dolor llegó. Majlón y Quelión también murieron, sin dejar descendencia.
Noemí, ahora sin esposo ni hijos, se sintió abandonada incluso por Dios. Las noticias que llegaban de Belén hablaban de que la hambruna había cesado, y el Señor había vuelto a bendecir a su pueblo con pan. Con el corazón destrozado, decidió regresar.
Una mañana, bajo un cielo teñido de rosa y oro, Noemí llamó a sus nueras. Las tres mujeres se pararon en el polvoriento camino que llevaba de regreso a Judá. Con voz quebrada, Noemí les dijo:
—Hijas mías, vuelvan cada una a la casa de su madre. Que el Señor las trate con bondad, así como ustedes han sido buenas conmigo y con mis hijos. Que Él les conceda hallar descanso en el hogar de un nuevo esposo.
Y besándolas, lloró amargamente. Orfa y Rut, conmovidas, también sollozaron.
—No, nosotras iremos contigo a tu pueblo —dijo Rut con firmeza.
Pero Noemí, sabiendo la dificultad que les esperaba, insistió:
—Vuelvan, hijas. ¿Por qué vendrían conmigo? ¿Acaso tengo más hijos en mi vientre que pudieran ser sus esposos? Aun si tuviera esperanza, ¿esperarían hasta que crecieran? No, hijas mías, mi amargura es demasiado grande, porque la mano del Señor se ha vuelto contra mí.
Ante estas palabras, Orfa, con lágrimas en los ojos, besó a su suegra y se despidió. Pero Rut se aferró a Noemí con una determinación que sorprendió a la anciana.
—No insistas en que te deje —dijo Rut, su voz firme como el acero—. A donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré, y allí seré sepultada. Que el Señor me castigue si algo, excepto la muerte, nos separa.
Noemí, al ver la resolución en los ojos de Rut, no dijo más. Sabía que esta joven moabita había tomado una decisión irrevocable, no solo de seguirla, sino de abrazar al Dios de Israel como suyo.
Así, las dos mujeres emprendieron el largo viaje de regreso a Belén. Cuando llegaron, el pueblo entero se conmovió al verlas.
—¿Es esta Noemí? —preguntaban las mujeres, incrédulas ante la mujer envejecida y afligida que años atrás había partido llena de vida.
—No me llamen Noemí (que significa *dulzura*) —respondió ella con amargura—. Llámenme Mara (que significa *amarga*), porque el Todopoderoso ha llenado mi vida de aflicción. Salí llena, pero el Señor me ha traído de vuelta vacía.
Sin embargo, aunque Noemí no podía verlo en ese momento, Dios ya estaba obrando. En la fidelidad de Rut, en su decisión de abandonar los dioses de Moab para servir al verdadero Dios, se escondía una semilla de redención. Porque esta joven extranjera, que se aferró a su suegra con amor inquebrantable, sería en el tiempo señalado parte del linaje del mismísimo Mesías.
Y así, en medio del dolor, la providencia de Dios comenzaba a tejer una historia de gracia, una que resonaría por generaciones.