Biblia Sagrada

Here’s a concise and impactful title in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **El Cántico de los Vencedores y las Siete Copas de Ira** (96 characters, captures the core themes of triumph and divine judgment.)

**El Cántico de los Vencedores y las Siete Copas de la Ira**

El cielo se abrió como un pergamino desenrollado, revelando una visión majestuosa y terrible. Juan, el discípulo amado, contempló con asombro una señal grandiosa: siete ángeles vestidos de lino resplandeciente, puros como el cristal, ceñidos con cinturones de oro. Ante ellos, el mar de vidrio que estaba delante del trono de Dios brillaba como una extensión infinita de esmeraldas fundidas, mezcladas con el fulgor del fuego.

Sobre aquel mar de cristal, se alzaban los vencedores. Eran incontables, una multitud que ningún hombre podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Habían triunfado sobre la bestia, sobre su imagen y sobre el número de su nombre. No se habían doblegado ante las amenazas ni habían amado sus vidas hasta la muerte. Ahora, de pie sobre aquella superficie celestial, sostenían arpas de oro, instrumentos divinos que resonaban con melodías celestiales.

Y cantaban.

Era un cántico nuevo, un himno que solo los redimidos podían entonar. Sus voces se elevaban como truenos armoniosos, llenando el cielo con alabanzas al Cordero que los había salvado.

*»Grandes y maravillosas son tus obras,*
*Señor Dios Todopoderoso.*
*Justos y verdaderos son tus caminos,*
*Rey de las naciones.*
*¿Quién no te temerá, oh Señor,*
*y glorificará tu nombre?*
*Porque solo tú eres santo,*
*y todas las naciones vendrán*
*y adorarán delante de ti,*
*porque tus juicios se han manifestado.»*

El templo celestial, el tabernáculo del testimonio, se abrió de repente. De su interior salieron los siete ángeles que Juan había visto antes, pero ahora sus rostros reflejaban la solemnidad del juicio que estaban por ejecutar. Uno de los cuatro seres vivientes —aquellos seres celestiales llenos de ojos por delante y por detrás— se acercó a los ángeles y les entregó siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, quien vive por los siglos de los siglos.

El templo se llenó de humo, la gloria del Señor y su poder lo envolvieron, y nadie podía entrar en él hasta que se cumplieran las siete plagas de las siete copas. El aire mismo pareció contener la respiración, como si toda la creación aguardara en silencio reverente el cumplimiento de los designios divinos.

Los ángeles se dispusieron en formación, cada uno con su copa en la mano, listos para derramar el juicio sobre la tierra. Sus alas desplegadas brillaban como llamas purificadoras, y en sus ojos ardía el fuego de la santidad de Dios. No había misericordia en lo que vendría, porque la paciencia del Señor había llegado a su fin. La rebelión de los hombres, su idolatría y su rechazo al evangelio habían alcanzado su medida.

Y así, con el cántico de los vencedores resonando como un eco eterno, los ángeles avanzaron. Las copas de la ira estaban listas para ser derramadas, y el mundo, en su ceguera, no sabía que el día del juicio había llegado.

Pero los santos, aquellos que habían lavado sus ropas en la sangre del Cordero, permanecían seguros. Porque aunque la tierra temblaría y los mares se convertirían en sangre, aunque los hombres maldecirían a Dios por el dolor de sus plagas, los redimidos ya no sufrirían más. Habían cruzado el mar de cristal, y ahora su hogar era la presencia eterna del que está sentado en el trono.

Y el cielo esperó, en solemne silencio, el cumplimiento de la justicia divina.

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