Here’s a concise and engaging title for your Bible story in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **La valentía de Pedro y Juan frente al Sanedrín** (99 characters, including spaces) This keeps the core message of courage and confrontation while being clear and impactful. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Valentía de Pedro y Juan ante el Sanedrín**
El sol comenzaba a elevarse sobre Jerusalén, bañando las estrechas calles de piedra con una luz dorada que parecía recordar la gloria del Resucitado. La ciudad aún resonaba con los ecos del Pentecostés, y los corazones de muchos creyentes ardían con el poder del Espíritu Santo. Sin embargo, no todos recibían con alegría las maravillas que Dios estaba obrando.
Pedro y Juan, dos de los discípulos más cercanos a Jesús, subían juntos al templo para la oración de la tarde. Al pasar por la Puerta Hermosa, un hombre cojo desde su nacimiento, cuyas piernas débiles nunca le habían permitido caminar, les extendió la mano con mirada suplicante. Era un rostro conocido por todos, pues durante años se había sentado allí, mendigando limosnas de los peregrinos.
Pedro, lleno del Espíritu, lo miró fijamente y dijo:
—No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!
Con una fe que brotaba como río desbordado, tomó al hombre de la mano derecha y lo levantó. Al instante, sus pies y tobillos cobraron fuerza. Sintiendo un calor como de fuego recorrer sus huesos, el hombre saltó de gozo, alabando a Dios. Entró al templo caminando, bailando y gritando bendiciones, mientras la multitud, atónita, se agolpaba alrededor de los apóstoles.
Pero entre la muchedumbre había también miradas de recelo. Los saduceos, incrédulos de la resurrección, se indignaron al oír que Pedro y Juan atribuían este milagro al poder de Jesús, a quien ellos habían crucificado. Con rostros endurecidos, los guardias del templo arrestaron a los dos discípulos y los llevaron ante el Sanedrín.
Al día siguiente, los principales sacerdotes, ancianos y escribas se reunieron en el mismo salón donde, no hacía mucho, habían condenado a Jesús. Anás, el sumo sacerdote, con su túnica bordada y mirada calculadora, interrogó a los apóstoles:
—¿Con qué poder o en qué nombre hicieron esto?
Pedro, lleno del Espíritu Santo, alzó la voz sin temor:
—Gobernantes y ancianos del pueblo, si hoy se nos interroga por el bien hecho a un enfermo y por quién fue sanado, sepan todos ustedes y todo el pueblo de Israel: ¡fue en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos! Él es la piedra que ustedes, los constructores, rechazaron, y que se ha convertido en la piedra angular. ¡No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el cual podamos ser salvos!
El Sanedrín quedó atónito. Reconocieron en Pedro y Juan la misma autoridad con que hablaba Jesús, y al ver al hombre curado de pie junto a ellos, no pudieron refutarlo. Pero el orgullo endureció sus corazones. Retirándose a deliberar, murmuraban entre sí:
—¿Qué haremos con estos hombres? Este milagro es evidente, y todos en Jerusalén lo saben.
Finalmente, amenazándolos, les ordenaron que no hablaran ni enseñaran más en el nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan, con una paz que sobrepasaba todo entendimiento, respondieron:
—Juzguen ustedes si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a Él. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
El Sanedrín, temiendo al pueblo que glorificaba a Dios por lo sucedido, no se atrevió a castigarlos. Los soltaron, y los apóstoles regresaron a los suyos, contando todo lo ocurrido. La comunidad creyente, unida en un mismo espíritu, alzó sus voces en oración, pidiendo valentía para seguir proclamando la Palabra con poder. Y el lugar donde estaban tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo, hablando la palabra de Dios con denuedo.
Así, en medio de la persecución, la Iglesia crecía, sostenida por la gracia del Señor, y ninguno entre ellos tenía necesidad, pues compartían todo con generosidad, testificando con obras y palabras la resurrección de Jesucristo.