Biblia Sagrada

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**El Pacto del Arcoíris**

El mundo había quedado sumergido bajo las aguas del juicio divino, pero ahora, con la tierra seca y las montañas emergiendo de nuevo bajo la luz del sol, Noé y su familia salieron del arca. El aire olía a tierra mojada y a vida renovada. Las nubes, antes cargadas de furia, se dispersaban como si Dios mismo hubiera soplado sobre ellas para revelar un cielo limpio y esperanzador.

Noé, un hombre justo que había caminado con Dios en medio de una generación corrupta, levantó sus manos arrugadas por los años y construyó un altar al Señor. Tomó de los animales limpios que Dios le había mandado preservar y ofreció sacrificios que ascendieron hacia el cielo en un humo fragante. El Señor olió el aroma agradable y, en su misericordia, decidió en su corazón no maldecir nunca más la tierra por causa del hombre, aunque la inclinación del corazón humano fuera mala desde su juventud.

Entonces Dios bendijo a Noé y a sus hijos, Sem, Cam y Jafet, diciéndoles: *»Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra. Todo lo que se mueve y tiene vida les servirá de alimento; así como les di las plantas verdes, ahora les doy todo. Pero no coman la carne con su vida, que es su sangre, porque la vida está en la sangre.»*

Y así, con estas palabras, Dios estableció un nuevo orden. El temor y el respeto hacia el hombre caería sobre todos los animales, pues ahora el ser humano tendría dominio sobre ellos. Pero también había una advertencia solemne: *»Yo demandaré la vida de todo aquel que derrame sangre humana, porque el hombre fue hecho a imagen de Dios.»*

Entonces Dios habló nuevamente a Noé y a sus hijos, diciendo: *»He aquí, yo establezco mi pacto con ustedes, con sus descendientes, y con todo ser viviente que está con ustedes: las aves, el ganado y todos los animales del arca. Nunca más volveré a destruir toda vida con un diluvio, ni habrá otro diluvio para devastar la tierra.»*

Y como señal eterna de este pacto, Dios puso un arcoíris en las nubes. Era un espectáculo de colores vibrantes, como un puente celestial entre el Cielo y la Tierra. Cada vez que las nubes cubrieran el cielo y el arcoíris apareciera, Dios lo vería y recordaría su promesa.

Noé, con lágrimas en los ojos, contempló aquel resplandor divino. Sabía que, aunque la maldad aún habitaba en el corazón del hombre, el amor de Dios era más grande. El arcoíris no era solo una señal para los hombres, sino un recordatorio para el mismo Creador de que su misericordia prevalecería sobre su juicio.

Y así, bajo el resplandor de aquella promesa, la humanidad comenzó de nuevo. La tierra, una vez devastada, floreció con esperanza. Las generaciones futuras contarían la historia del diluvio, pero también del arcoíris, porque en él estaba escrita la fidelidad de Dios.

**Fin.**

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