Biblia Sagrada

Salmo 64: Conspiración de Malvados y Juicio de Dios

**El Salmo 64: La Conspiración de los Malvados y el Juicio de Dios**

En los días del rey David, cuando sus enemigos se multiplicaban como sombras en el ocaso, el corazón del siervo de Dios clamó al cielo con angustia. Los malvados conspiraban en secreto, afilando sus palabras como espadas y apuntando sus flechas de calumnias contra el justo. Pero David, confiado en el Señor, sabía que el Dios de Israel no permanecería en silencio.

**La Conspiración en las Tinieblas**

En las calles de Jerusalén, entre los murmullos de los mercados y el bullicio del pueblo, se movían hombres de corazones perversos. Eran poderosos, astutos, y sus labios destilaban veneno. Se reunían en lugares ocultos, en las casas de los ricos y en los patios de los jueces corruptos, tramando cómo derribar al ungido del Señor.

—»Nadie nos verá,» decían, confiados en su malicia. «Nuestras palabras serán como flechas certeras, y nadie descubrirá nuestros planes.»

Sus lenguas, afiladas como navajas, cortaban la reputación de los inocentes. Inventaban mentiras, distorsionaban la verdad y sembraban discordia entre los hermanos. Creían que su maldad quedaría impune, que las tinieblas cubrirían sus pecados.

**El Clamor de David**

Pero David, desde su palacio, elevó su voz al cielo:

—»¡Oh Dios, escucha mi voz en mi queja! ¡Guarda mi vida del terror del enemigo!»

Sus palabras no eran solo un lamento, sino una declaración de fe. Sabía que el Señor, que había derribado a Goliat y librado a Israel de sus enemigos, no abandonaría a su siervo.

En la quietud de la noche, mientras los conspiradores creían que su maldad triunfaría, los oídos del Altísimo estaban atentos. Él veía sus corazones llenos de orgullo, sus planes retorcidos, sus sonrisas llenas de engaño.

**El Juicio Divino**

Entonces, como un rayo que rasga las nubes, la justicia de Dios cayó sobre ellos.

De repente, sus propias palabras se volvieron contra ellos. Las mentiras que habían sembrado brotaron como espinas en sus manos. Los jueces que habían sobornado los abandonaron. Los aliados en quienes confiaban huyeron como ratas de un barco que se hunde.

—»¡Dios los ha herido!» —gritaba el pueblo al ver su caída.

Sus lenguas, antes afiladas, se enredaron en sus bocas. Sus planes, antes ocultos, fueron expuestos a la luz del día. El Señor, en su furor santo, los derribó con su propio pecado.

**El Gozo de los Justos**

Y los rectos, los que habían temido al Señor, se regocijaron. Vieron que el Dios de Israel no duerme ni se olvida de los suyos.

—»El justo se alegrará en el Señor,» cantaban, «y en Él se refugiará. ¡Todos los rectos de corazón gloriarán en su nombre!»

Así, la maldad de los impíos se volvió su propia ruina, mientras que los que confiaron en el Señor vieron su fidelidad. Porque el Dios de David sigue siendo el mismo: protector de los humildes, juez de los malvados y refugio de los que claman a Él con corazón sincero.

Y esta historia, como el Salmo 64, permanece como recordatorio: **Dios escucha, Dios ve, y Dios actúa.**

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