Biblia Sagrada

El Lamento de Jerusalén: Tristeza y Esperanza en Lamentaciones (99 caracteres)

**El Lamento de Jerusalén: Una Historia Basada en Lamentaciones 1**

El sol se ocultaba tras los montes de Judá, tiñendo el cielo de un rojo sombrío, como si el mismo firmamento llorara la desolación que había caído sobre Jerusalén. La ciudad, otrora bulliciosa y llena de vida, yacía en silencio, sus calles vacías, sus puertas desoladas. Las piedras del templo, que antes resonaban con cantos de alabanza, ahora estaban ennegrecidas por el humo de la destrucción.

Jerusalén, la ciudad que fue princesa entre las naciones, ahora se sentaba sola, como una viuda vestida de luto. Sus hijos, llevados cautivos a tierras lejanas, gemían en cadenas, mientras los enemigos que una vez temblaron ante su esplendor ahora se burlaban de su ruina. Las naciones vecinas, antes aliadas, se habían vuelto contra ella, y no había quien la consolara.

La noche caía sobre Sión, y con ella, el recuerdo de días mejores. Las madres, con los ojos hinchados de tanto llorar, buscaban entre los escombros algún resto de pan para sus pequeños, pero no hallaban más que polvo y ceniza. Los sacerdotes, despojados de sus vestiduras sagradas, vagaban con la cabeza baja, sus labios murmurando oraciones que parecían perderse en el viento. Los príncipes, antes orgullosos, ahora yacían débiles, perseguidos por sus enemigos como ciervos acosados por cazadores.

Jerusalén recordaba sus pecados, aquellos días en que se había apartado del Señor, siguiendo dioses extraños y olvidando la ley de su Dios. Ahora, el juicio había llegado, y su dolor era tan grande como el mar. El enemigo había extendido su mano sobre todas sus cosas preciosas; las riquezas del templo habían sido saqueadas, y las naciones entraban impunemente en el santuario, profanando lo que una vez fue santo.

El pueblo gemía bajo el peso de su aflicción. No había consuelo, porque el Señor, en su justicia, había permitido que el castigo cayera sobre ellos. Sus amigos se habían vuelto enemigos; sus amantes, en opresores. Cada memoria de alegría se había convertido en amargura, y cada risa, en un lamento.

En medio de la oscuridad, un clamor se elevaba desde lo profundo del corazón de la ciudad:

*»¡Mira, oh Señor, mi aflicción, porque el enemigo se ha engrandecido! Mis hijos han sido llevados al exilio, y no hay quien me defienda. Mis lágrimas corren sin cesar, porque he desobedecido tu voz. Pero tú, oh Jehová, aunque justo en tu juicio, ten misericordia de mí. Restáuranos, como sólo tú puedes hacerlo.»*

Y así, bajo el peso de su dolor, Jerusalén esperaba. Porque incluso en el valle de la sombra, una verdad permanecía firme: las misericordias del Señor son nuevas cada mañana, y su fidelidad, grande.

**Fin.**

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