Biblia Sagrada

**El Día que Jesús Eligió a Sus Doce Apóstoles** (99 caracteres)

**El Día que el Señor Escogió a los Doce**

El sol comenzaba a ascender sobre las colinas de Galilea, bañando los campos con una luz dorada que parecía derramarse como miel sobre la tierra. Jesús había pasado la noche en oración, alejado de las multitudes, en lo alto de una montaña cercana al Mar de Galilea. El viento susurraba entre los olivos mientras Él hablaba con el Padre, buscando dirección para lo que estaba por hacer.

Al amanecer, descendió hasta un lugar llano donde una gran multitud lo esperaba. Gente de todas partes había llegado: de Judea, de Jerusalén, e incluso de las costas de Tiro y Sidón. Había enfermos que anhelaban sanidad, endemoniados que buscaban liberación, y corazones hambrientos que deseaban escuchar las palabras de vida que solo Él podía dar.

Jesús, con mirada compasiva, extendió Sus manos y comenzó a sanar a todos los que sufrían. El poder de Dios fluía como un río, y muchos caían postrados ante Él, llorando de alegría al sentir sus cuerpos y almas restaurados. Los demonios gritaban, reconociendo Su autoridad, pero con una sola palabra, Él los silenciaba y los expulsaba.

Entonces, Jesús llamó a Sus discípulos más cercanos. Uno a uno, los nombró: *»Simón, a quien también llamó Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo y Tomás; Jacobo hijo de Alfeo, y Simón llamado el Zelote; Judas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor.»*

Eran hombres comunes—pescadores, un recaudador de impuestos, un revolucionario—pero en ellos, Jesús vio un potencial que el mundo no podía entender. Los apartó como Sus apóstoles, aquellos que llevarían Su mensaje hasta los confines de la tierra.

Después, con la multitud sentada en la hierba verde, Jesús comenzó a enseñar con palabras que resonaban como truenos en el alma:

*»Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.»*

Sus palabras eran radicales, contrarias a la sabiduría del mundo. No eran los ricos ni los poderosos los bendecidos, sino los humildes, los que sufrían, los que ponían su esperanza en Dios.

Pero también hubo advertencias solemnes: *»¡Ay de vosotros, los ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre.»*

La gente escuchaba en silencio, algunos con lágrimas en los ojos, otros con el corazón ardiendo. Jesús les enseñó a amar no solo a los amigos, sino también a los enemigos. *»Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.»*

Era un mensaje que quebraba todo orgullo, que exigía una entrega total. Les habló de no juzgar, de perdonar, de dar sin medida. *»Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo.»*

Finalmente, les advirtió sobre los falsos maestros, aquellos que hablan de Dios pero cuyos frutos revelan su verdadero corazón. *»No hay buen árbol que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno. Porque cada árbol se conoce por su fruto.»*

Al terminar, muchos se quedaron meditando en Sus palabras. Algunos se marcharon convencidos; otros, incrédulos. Pero los doce apóstoles permanecieron cerca de Él, sabiendo que sus vidas ya no serían las mismas.

Jesús los miró con amor. Sabía que el camino sería difícil, que habría persecución y dolor, pero también sabía que, a través de ellos, el mundo conocería la luz de la verdad. Y así, con el sol descendiendo sobre Galilea, comenzó una nueva etapa en el ministerio del Hijo de Dios.

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