**El Águila, la Vid y el Juicio de Dios**
En los días en que el pueblo de Judá estaba cautivo en Babilonia, la palabra del Señor vino al profeta Ezequiel, diciendo:
—Hijo de hombre, propón una parábola y habla una alegoría a la casa de Israel. Cuéntales una historia que les revele mi juicio y mi soberanía.
Ezequiel, lleno del Espíritu de Dios, comenzó a narrar con voz solemne:
—Así dice el Señor: Una gran águila, de alas poderosas y plumaje esplendoroso, vino al Líbano. Sus garras eran fuertes, y sus plumas, largas y llenas de colores. Esta águila arrancó la punta más alta de un cedro, la llevó a una tierra de mercaderes y la plantó en una ciudad de comerciantes.
Después, tomó una semilla de la tierra, la puso en un suelo fértil, junto a aguas abundantes, como un sauce que se siembra junto al río. La semilla brotó y se convirtió en una vid esparcida, de ramas bajas que se inclinaban hacia el águila, mientras sus raíces permanecían bajo su sombra. Era una vid que prometía dar fruto, una planta fuerte y llena de vida.
Pero he aquí que apareció otra águila grande, también de alas extendidas y plumaje denso. Y la vid, en su insensatez, inclinó sus raíces hacia esta segunda águila, extendiendo sus ramas hacia ella, esperando ser regada por sus alas, aunque ya estaba plantada en buena tierra, junto a aguas abundantes.
Entonces el Señor preguntó:
—¿Acaso prosperará esta vid? ¿No arrancará sus raíces el primer águila y dejará que se seque su fruto? No necesitará de un brazo poderoso ni de mucha gente para arrancarla de raíz. Aunque esté plantada, ¿no se marchitará apenas el viento del este la toque? ¡Sí, se secará en el mismo suelo donde creció!
Y el pueblo, confundido, preguntó:
—¿Qué significa esta parábola, profeta?
Ezequiel, con voz clara, explicó:
—Así dice el Señor: El primer águila es el rey de Babilonia, Nabucodonosor, quien vino a Jerusalén, tomó al rey Joaquín y a los príncipes, y los llevó cautivos a Babilonia. Luego tomó a un miembro de la familia real, a Sedequías, y lo puso como rey vasallo en Judá, haciéndole jurar lealtad con un pacto. Pero Sedequías se rebeló, buscando ayuda en Egipto, la segunda águila, rompiendo así su juramento.
—Por tanto —continuó Ezequiel—, el Señor declara: ¡Vivo yo, que el rey de Babilonia lo castigará! Porque despreció el juramento y quebrantó el pacto. Lo atrapará en sus redes, y sus ejércitos caerán bajo la espada. Los que hayan huido a Egipto no escaparán, pues el Señor mismo los traerá de vuelta para enfrentar su juicio.
—Pero hay esperanza —anunció el profeta—. Así dice el Señor: Yo mismo tomaré un renuevo del alto cedro, lo plantaré en el monte santo de Israel. Echará ramas, dará fruto y se convertirá en un cedro majestuoso. Bajo su sombra habitarán aves de toda clase, y sabrán que yo, el Señor, humillo al árbol alto y exalto al árbol bajo, seco lo verde y hago florecer lo marchito. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.
Y el pueblo, al escuchar estas palabras, comprendió que el juicio de Dios era justo, pero también que su misericordia permanece para aquellos que confían en Él. Así terminó Ezequiel su profecía, dejando en el aire la promesa de un futuro restaurado bajo el gobierno del Altísimo.