Biblia Sagrada

La Fe Inquebrantable de Daniel en Babilonia (96 caracteres)

**La Fe de Daniel y Sus Amigos en Babilonia**

El sol abrasador de Babilonia caía sobre las majestuosas murallas de la ciudad, cuyas puertas de bronce brillaban bajo la luz del mediodía. Las calles estaban repletas de mercaderes que vendían especias, joyas y telas finas, mientras los soldados caldeos vigilaban con mirada firme. Era el año tercero del reinado de Joacim, rey de Judá, cuando el Señor permitió que Nabucodonosor, rey de Babilonia, sitiara Jerusalén y se llevara consigo a los jóvenes más nobles de Israel.

Entre ellos se encontraban cuatro muchachos de linaje real: Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Sus rostros, aunque juveniles, reflejaban la sabiduría y el temor a Dios que habían aprendido desde niños. Al llegar al palacio del rey, fueron recibidos por Aspenaz, jefe de los eunucos, quien los examinó con detenimiento.

—Estos jóvenes son de buen parecer y entendidos en toda sabiduría —murmuró Aspenaz, satisfecho—. Serán instruidos en la lengua y las ciencias de los caldeos.

El rey Nabucodonosor había ordenado que se les alimentara con los manjares de su propia mesa: carnes suculentas, vinos añejos y panes elaborados con las harinas más finas. Pero Daniel, recordando las leyes que el Señor había dado a su pueblo, sintió un profundo conflicto en su corazón.

—No podemos contaminarnos con estos alimentos —dijo Daniel a sus amigos—. Muchos de ellos han sido ofrecidos a los ídolos, y la ley de Moisés nos prohíbe comerlos.

Ananías, Misael y Azarías asintieron con solemnidad. Sabían que desobedecer al rey podía costarles la vida, pero su lealtad a Dios era inquebrantable. Con humildad y sabiduría, Daniel se acercó a Melzar, el funcionario encargado de su cuidado.

—Te ruego que nos permitas comer solo legumbres y beber agua durante diez días —rogó Daniel—. Pasado ese tiempo, compara nuestro semblante con el de los demás jóvenes que comen de la mesa del rey.

Melzar, aunque temeroso de la reacción del rey, accedió a la petición. Durante esos días, mientras los demás jóvenes disfrutaban de manjares exquisitos, Daniel y sus amigos se alimentaban con sencillez, orando en secreto y confiando en la provisión divina.

Al cabo de los diez días, algo asombroso ocurrió. Cuando Melzar los examinó, descubrió que sus rostros estaban más radiantes y su complexión más robusta que la de todos los demás jóvenes. ¡Incluso superaban en vigor y sabiduría a quienes habían comido los manjares reales!

—El Dios de Daniel es poderoso —susurró Melzar, maravillado.

Desde entonces, Dios concedió a estos cuatro jóvenes conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias. Pero a Daniel, además, le dio el don de interpretar visiones y sueños. Cuando llegó el momento de presentarse ante Nabucodonosor, el rey los encontró diez veces más sabios que todos los magos y astrólogos de su reino.

Así, en medio de un imperio pagano, Daniel y sus amigos se mantuvieron fieles al Señor. Su obediencia no solo los preservó de la contaminación, sino que los exaltó como instrumentos de la gloria de Dios en tierra extraña. Y aunque las pruebas futuras serían aún mayores, su fe jamás flaqueó, porque sabían que el Altísimo gobierna sobre los reinos de los hombres.

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