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**El Triunfo del Rey Ungido por Dios**
En los días antiguos, cuando el reino de Judá era gobernado por un monarca piadoso, el rey Ezequías, hubo un tiempo de gran victoria y regocijo. El Señor, en Su misericordia, había escuchado las súplicas del rey y le había concedido no solo la salvación de la muerte, sino también el poder para vencer a sus enemigos.
Ezequías, un hombre de corazón humilde y devoto, había pasado muchas noches en oración, clamando a Dios por liberación. Los asirios, poderosos y crueles, habían levantado sus ejércitos contra Jerusalén, blasfemando incluso el nombre del Señor. Pero el rey, en lugar de confiar en sus propias fuerzas, se postró ante el altar del Dios de Israel y suplicó por ayuda.
Y he aquí que el Señor respondió. Como está escrito en el Salmo 21: *»Se alegró el rey en tu poder, oh Señor, y en tu salvación ¡cuánto se gozará!»* Así fue con Ezequías. Una noche, mientras el ejército asirio acampaba alrededor de las murallas, el ángel del Señor descendió y en una sola noche mató a ciento ochenta y cinco mil guerreros. Al amanecer, los que quedaron vivos despertaron y vieron los cadáveres esparcidos como hojas secas en otoño. El rey de Asiria, Senaquerib, huyó lleno de vergüenza y más tarde fue asesinado por sus propios hijos.
El pueblo de Jerusalén, al ver el poder de Dios manifestado, estalló en alabanzas. Las calles se llenaron de cantos y danzas, porque el Señor había coronado a su rey con gloria y honra. *»Porque lo preveniste con bendiciones de bien, corona de oro fino pusiste sobre su cabeza»* (Salmo 21:3). Ezequías, vestido con sus ropas reales, subió al templo y ofreció sacrificios de acción de gracias. El aroma del incienso ascendió al cielo, mezclado con las voces de los levitas que cantaban: *»Grande es el Señor y digno de ser alabado!»*
Pero no fue solo una victoria militar lo que Dios concedió. El reinado de Ezequías fue próspero y justo. *»Vida te demandó, y se la concediste: largura de días eternamente y para siempre»* (Salmo 21:4). Aunque el rey había estado enfermo y cerca de la muerte, Dios le añadió quince años más a su vida, confirmando Su promesa con la señal del retroceso de la sombra en el reloj de Acaz.
Sin embargo, la mayor bendición no eran los triunfos terrenales, sino la confianza inquebrantable que Ezequías tenía en el Señor. *»Porque el rey confía en el Señor, y por la misericordia del Altísimo no será conmovido»* (Salmo 21:7). Aunque en el futuro habría nuevas pruebas, el rey sabía que la mano de Dios lo sostenía.
Y así, la historia del rey Ezequías se convirtió en un testimonio eterno del favor divino hacia aquellos que buscan a Dios con todo su corazón. Porque el Señor no abandona a los que en Él confían, sino que los exalta en el momento preciso, derrotando a sus enemigos y estableciendo Su justicia en la tierra.
*»Oh Señor, sé exaltado en tu propio poder! Cantaremos y alabaremos tu poder!»* (Salmo 21:13).