**La Caída de Jerusalén y el Exilio de Judá**
El sol se alzaba sobre Jerusalén como un testigo mudo de la decadencia que había consumido al reino de Judá. El templo, otrora resplandeciente bajo la gloria de Dios, ahora se erguía como un símbolo de negligencia y pecado. Los últimos reyes de Judá habían despreciado los mandamientos del Señor, y el pueblo, arrastrado por su ejemplo, se había sumido en la idolatría y la injusticia.
### **El Reinado de Joacaz**
Tras la muerte del piadoso rey Josías en Meguido, su hijo Joacaz ascendió al trono. Pero su corazón no era como el de su padre. En lugar de buscar al Señor, se entregó a los caminos de los reyes impíos que lo habían precedido. Solo tres meses gobernó antes de que el faraón Necao de Egipto lo encadenara y lo llevara cautivo a Riblá, donde murió lejos de su tierra. En su lugar, Necao impuso como rey a Eliaquím, hermano de Joacaz, cambiándole el nombre a Joacim.
### **El Reinado de Joacim**
Joacim, ahora vasallo de Egipto, gobernó con mano dura y corazón rebelde. Aunque al principio pagó tributo al faraón, pronto se volvió arrogante. Construyó palacios suntuosos con dinero obtenido mediante impuestos injustos sobre el pueblo, mientras descuidaba la casa de Dios. Los profetas, enviados por el Señor, advirtieron a Joacim de su maldad, pero él los despreció. Jeremías clamó en las calles: «¡Arrepiéntanse antes de que sea demasiado tarde!», pero sus palabras cayeron en oídos sordos.
Entonces, Nabucodonosor, rey de Babilonia, marchó contra Jerusalén. El ejército caldeo rodeó la ciudad, y Joacim, en un acto de cobardía, se rindió para salvar su vida. Fue encadenado y llevado a Babilonia junto con los tesoros del templo. Pero ni siquiera esta humillación ablandó su corazón.
### **El Reinado de Joaquín**
A la muerte de Joacim, su hijo Joaquín reinó en su lugar. Pero su gobierno fue aún más breve que el de su tío Joacaz. Solo tres meses y diez días duró su reinado, pues Nabucodonosor, viendo la continua rebelión de Judá, regresó con un ejército aún más poderoso. Jerusalén tembló bajo el asedio. Las provisiones se agotaron, y el hambre acechó a sus habitantes.
Finalmente, Joaquín, junto con su madre, sus cortesanos y los mejores guerreros de Judá, fueron arrancados de su tierra y llevados cautivos a Babilonia. Nabucodonosor saqueó el templo, llevándose los utensilios sagrados de oro y plata, y dejó solo a los más pobres del país.
### **El Reinado de Sedequías: La Última Oportunidad**
Nabucodonosor puso en el trono a Matanías, tío de Joaquín, cambiándole el nombre a Sedequías. Este rey, aunque débil de carácter, tuvo la oportunidad de guiar al remanente de Judá de vuelta a Dios. Pero una vez más, el orgullo y la desobediencia prevalecieron. Sedequías se rebeló contra Babilonia, buscando alianza con Egipto, ignorando las advertencias del profeta Jeremías, quien le decía: «Sométete al yugo de Babilonia, porque es el juicio de Dios».
El Señor, en su misericordia, envió mensajeros una y otra vez, pero el pueblo se burló de ellos. Los sacerdotes profanaron el templo, y el pueblo adoró a los ídolos de las naciones vecinas. Finalmente, la paciencia de Dios llegó a su fin.
### **La Destrucción de Jerusalén**
En el año noveno del reinado de Sedequías, Nabucodonosor regresó con toda su furia. Las máquinas de guerra babilónicas derribaron las murallas. El ejército caldeo entró a sangre y fuego. Sedequías intentó huir de noche, pero fue capturado en los llanos de Jericó. Ante sus ojos, degollaron a sus hijos, y luego le arrancaron los suyos, dejándolo ciego y encadenado para llevarlo a Babilonia.
El templo, el palacio real y todas las casas importantes de Jerusalén fueron reducidas a cenizas. Los babilonios no dejaron piedra sobre piedra. Los que no murieron por la espada fueron deportados, y Judá quedó desolada, cumpliéndose así la palabra del Señor por boca de Jeremías.
### **El Exilio y la Esperanza Futura**
Por setenta años, la tierra descansó, como Dios había dicho. Pero incluso en el exilio, el Señor no abandonó por completo a su pueblo. Cyrus, rey de Persia, movido por la mano divina, decretó años después el regreso de los judíos y la reconstrucción del templo. Así, aunque el juicio había caído por la desobediencia, la misericordia de Dios brilló al final, recordando que Él siempre guarda un remanente fiel.
Y así, la historia de Judá sirvió como advertencia eterna: la rebelión contra Dios solo conduce a la ruina, pero el arrepentimiento abre la puerta a su restauración.