La Luz de Dios Disipa las Tinieblas (Total: 36 characters) Alternativa más corta: Dios es Luz sin Tinieblas (Total: 24 characters) Ambas opciones: 1. Resumen el mensaje central (1 Juan 1:5). 2. Eliminan símbolos y cumplen el límite de caracteres. 3. Usan lenguaje bíblico natural en español. ¿Prefieres alguna variación?
**La Luz que Disipa las Tinieblas**
En los días en que el apóstol Juan, ya anciano, caminaba entre las congregaciones de creyentes, su corazón ardía con un mensaje urgente. Había sido testigo de la Palabra de Vida, había tocado con sus propias manos al Verbo encarnado, y ahora, inspirado por el Espíritu, escribió con tinta sagrada las verdades eternas que resonaban en su alma.
### **El Anuncio de la Vida Eterna**
«Lo que era desde el principio —comenzó Juan, su voz temblorosa pero firme—, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…»
Las palabras fluían como un río de certeza. Los creyentes, reunidos en una humilde casa de Éfeso, escuchaban con reverencia. Algunos tenían los ojos húmedos al recordar los días en que Jesús caminó entre ellos. Otros, más jóvenes, inclinaban la cabeza, deseosos de entender la profundidad de lo que el apóstol compartía.
«Porque la vida fue manifestada —continuó Juan, alzando un pergamino ante ellos—, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó.»
El aire parecía cargado de santidad. Las lámparas de aceite proyectaban sombras danzantes en las paredes, pero en el corazón de cada uno brillaba una luz más intensa: la verdad de que Dios mismo había venido en carne.
### **La Comunión con el Padre y el Hijo**
Juan, con ternura paternal, miró a los rostros que lo rodeaban. «Lo que hemos visto y oído —dijo—, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.»
Un susurro de asombro recorrió la sala. *Comunión con el Padre*. No era una mera filosofía, ni un ritual vacío. Era una realidad transformadora: el Creador del universo los invitaba a una intimidad sagrada.
«Estas cosas os escribimos —prosiguió Juan— para que vuestro gozo sea completo.»
Y en efecto, el gozo inundaba el lugar. No el gozo efímero del mundo, sino aquel que brotaba de saber que, a pesar de las persecuciones y las pruebas, ellos eran amados por Dios.
### **El Mensaje de la Luz**
Entonces, el tono del apóstol se volvió solemne. Las arrugas de su rostro se marcaban bajo la luz de las lámparas mientras declaraba:
«Este es el mensaje que hemos oído de él y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.»
Las palabras resonaron como un trueno en el silencio. *Dios es luz*. No había ambigüedad en Él, ni sombra de maldad. Su pureza era absoluta, su santidad, insondable.
«Si decimos que tenemos comunión con él —advirtió Juan—, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.»
Algunos bajaron la mirada, recordando sus propias luchas. Pero el apóstol no hablaba para condenar, sino para guiarlos hacia la redención.
### **La Promesa del Perdón**
Con voz ahora más suave, pero igualmente firme, continuó: «Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.»
¡Qué promesa más gloriosa! La sangre de Cristo, el sacrificio perfecto, tenía poder para lavar toda mancha. No importaba cuán oscuro fuera el pasado de alguien; en Jesús, había esperanza.
«Si decimos que no tenemos pecado —añadió—, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.»
Nadie podía negarlo. Todos habían caído, todos necesitaban misericordia. Pero Juan no terminó ahí:
«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.»
Un murmullo de gratitud surgió entre los presentes. Algunos comenzaron a orar en voz baja, confesando sus faltas y recibiendo el consuelo del perdón divino.
### **La Advertencia Final**
Sin embargo, el apóstol sabía que algunos intentarían torcer la verdad. Con firmeza pastoral, concluyó:
«Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.»
El silencio se extendió por un momento. Todos entendían la gravedad de rechazar la necesidad de redención. Pero en ese mismo instante, la paz de Dios llenó el lugar, recordándoles que, aunque el pecado era real, la gracia era más poderosa.
Y así, bajo la luz de las lámparas y la Luz eterna de la Palabra, los creyentes salieron transformados, llevando en sus corazones el mensaje que Juan había entregado: **Dios es luz, y en Él no hay tinieblas**.
**Fin.**