Biblia Sagrada

La Destrucción de Sodoma y la Salvación de Lot (Note: The original title provided fits within the 100-character limit, contains no symbols or quotes, and accurately reflects the story. No modifications are needed.) Alternative (shorter, if preferred): Sodoma destruida: Lot escapa (24 characters) Both options meet all requirements. The first is more complete; the second is more concise.

**La Destrucción de Sodoma y la Salvación de Lot**

El sol se ocultaba tras las montañas de Sodoma, tiñendo el cielo de un rojo intenso, como presagio de lo que estaba por venir. Dos hombres, cuyos rostros irradiaban una majestad celestial, llegaron a la puerta de la ciudad. Eran los mismos ángeles que horas antes habían estado con Abraham en el encinar de Mamre, ahora enviados por el Señor para cumplir su juicio sobre aquella ciudad pecadora.

Lot, sobrino de Abraham, estaba sentado a la entrada de Sodoma, como era costumbre entre los ancianos de la ciudad. Al ver a los mensajeros, se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Aunque vivía entre los sodomitas, su corazón no se había corrompido del todo, y reconoció en aquellos viajeros algo divino. Postrándose rostro en tierra, les dijo con urgencia:

—¡Señores míos, os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo! Permaneced esta noche, lavaos los pies y al amanecer seguiréis vuestro camino.

Los ángeles al principio se negaron, diciendo que pasarían la noche en la plaza. Pero Lot insistió con tanta vehemencia que finalmente accedieron y entraron en su casa. Allí, Lot les preparó un banquete, coció panes sin levadura y les sirvió con reverencia, aunque ignoraba el verdadero propósito de su visita.

Pero antes de que pudieran acostarse, los hombres de Sodoma, jóvenes y viejos, rodearon la casa de Lot. Sus voces eran un clamor de maldad, exigiendo con gritos obscenos que Lot sacara a los forasteros para «conocerlos» —un eufemismo siniestro de sus intenciones depravadas. Lot, aterrorizado, salió y cerró la puerta tras de sí, rogándoles:

—Hermanos míos, os suplico que no hagáis tal maldad. Mirad, tengo dos hijas vírgenes; os las traeré y haced con ellas como os parezca, pero no hagáis nada a estos hombres, pues han venido bajo la protección de mi techo.

Pero la turba, endurecida en su pecado, se burló de él y gritaron:

—¡Quítate de en medio! Este forastero pretende juzgarnos. ¡Ahora te haremos peor que a ellos!

Y se lanzaron contra Lot, intentando derribar la puerta. Entonces, los ángeles extendieron sus manos, lo jalaron adentro y cerraron la puerta. Al mismo tiempo, hirieron de ceguera a los asaltantes, quienes, desorientados, vagaban buscando la entrada sin hallarla.

En la oscuridad de la casa, los ángeles revelaron su misión a Lot:

—¿Tienes aquí algún yerno, o hijos, o hijas? ¡Saca de este lugar a cuantos te pertenezcan, porque vamos a destruir esta ciudad! El clamor de su maldad ha llegado hasta el Señor, y Él nos ha enviado para arrasarla.

Lot corrió a avisar a sus yernos, pero estos, pensando que bromeaba, se rieron de él. Cuando el alba comenzó a asomar, los ángeles urgieron a Lot:

—¡Levántate, toma a tu esposa y a tus dos hijas que están aquí, para que no perezcáis en el castigo de la ciudad!

Lot vacilaba, apegado a su hogar, a sus bienes, a la vida que había construido en Sodoma. Entonces, los ángeles, movidos por la misericordia divina, lo tomaron de la mano, junto a su esposa y sus hijas, y los sacaron fuera de la ciudad.

—¡Escapa por tu vida! —le ordenaron—. No mires atrás, no te detengas en toda esta llanura. Huye al monte, no sea que perezcas.

Lot, temiendo no poder llegar a las montañas a tiempo, rogó que le permitieran refugiarse en una pequeña ciudad cercana: Zoar. Los ángeles accedieron, y apenas llegaron allí, el juicio de Dios cayó sobre Sodoma y Gomorra.

El Señor hizo llover del cielo azufre y fuego, una tormenta abrasadora que consumió todo a su paso. Las llamas devoraron las casas, los cultivos, los animales y a todos los habitantes. El humo se elevaba como el de un horno gigantesco, visible desde lejos. La esposa de Lot, desobedeciendo la advertencia, miró hacia atrás y quedó convertida en una estatua de sal, un eterno recordatorio del peligro de añorar una vida de pecado.

Lot, temblando, se refugió en Zoar con sus hijas, pero el terror lo llevó a abandonar la ciudad y esconderse en una cueva del monte. Allí, en la soledad de las alturas, sus hijas, creyendo que eran las últimas personas sobre la tierra, lo embriagaron para concebir descendencia. Así nacieron Moab y Ben-Ammi, padres de los moabitas y amonitas, pueblos que más tarde tendrían encuentros con Israel.

Mientras tanto, Abraham, desde el lugar donde había intercedido por Sodoma, contempló el humo que se alzaba sobre la llanura como señal del juicio divino. Y recordó las palabras del Señor: «Si hay justos, no destruiré la ciudad». Pero ni siquiera diez justos se hallaron en Sodoma.

Así, la historia de Lot y la destrucción de Sodoma quedaron como testimonio eterno: Dios es misericordioso con los que le temen, pero no dejará impune el pecado. La justicia y la gracia divinas se entrelazan, recordando a los hombres que el camino de la maldad lleva a la ruina, pero el que obedece al Señor halla salvación.

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