Biblia Sagrada

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**El Triunfo de Israel en Mizpa**

El pueblo de Israel había vivido bajo el yugo de los filisteos por veinte largos años. La presencia del arca del pacto en Quiriat-jearim, aunque un recordatorio de la gloria de Dios, no había sido suficiente para liberarlos de la opresión. El profeta Samuel, un hombre de profunda fe y convicción, se levantó como voz de esperanza en medio de la desolación.

Un día, Samuel reunió a los ancianos de Israel y les habló con firmeza: *»Si de todo corazón os volvéis a Jehová, quitad los dioses ajenos y a Astarot de entre vosotros, y preparad vuestro corazón para Jehová, y sólo a Él servid. Entonces Él os librará de la mano de los filisteos»*.

El mensaje de Samuel resonó en los corazones del pueblo. Con lágrimas de arrepentimiento, los israelitas se congregaron en Mizpa, un lugar elevado donde solían reunirse para buscar a Dios. Allí, confesaron sus pecados, destruyeron los ídolos de Baal y Astarot, y se comprometieron a servir únicamente al Señor. Samuel, viendo la sinceridad de su arrepentimiento, ofreció sacrificios en su nombre y clamó al cielo por misericordia.

Mientras esto ocurría, los filisteos, al enterarse de la gran asamblea en Mizpa, vieron una oportunidad para atacar. Sus guerreros, altivos y confiados en su fuerza, marcharon hacia el campamento israelita con la intención de aplastar cualquier intento de rebelión. Al ver el ejército enemigo acercándose, el temor se apoderó de los israelitas, quienes suplicaron a Samuel: *»No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios, para que nos guarde de la mano de los filisteos»*.

Samuel, con serenidad divina, tomó un cordero lechal y lo ofreció como holocausto completo a Jehová. Mientras el humo del sacrificio ascendía al cielo, Samuel clamó con voz potente, pidiendo la intervención de Dios. En ese mismo instante, el Señor respondió con poder. Un estruendo sobrenatural retumbó en los cielos, y los filisteos, confundidos y aterrorizados, cayeron en desorden. Dios desató sobre ellos tal confusión que comenzaron a luchar entre sí, sin distinguir aliados de enemigos.

Los israelitas, al ver la mano de Dios obrando, salieron de Mizpa con valentía y persiguieron a los filisteos hasta más allá de Bet-car. Samuel, para conmemorar la victoria, tomó una piedra y la colocó entre Mizpa y Sen, llamándola *Eben-ezer*, que significa *»Hasta aquí nos ayudó Jehová»*.

Desde ese día, los filisteos no volvieron a invadir el territorio de Israel, y hubo paz entre ellos. Samuel continuó juzgando a Israel, recorriendo año tras año las ciudades de Betel, Gilgal y Mizpa, enseñando al pueblo a caminar en justicia. El arrepentimiento sincero y la fidelidad a Dios habían traído liberación, y el nombre del Señor fue exaltado en toda la tierra.

Así, Israel aprendió una lección eterna: *»Jehová es nuestra ayuda y escudo; en Él podemos confiar»*.

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