El Sermón del Monte: Sabiduría del Reino de Dios (Note: The original title you provided was already 46 characters, and this adjusted version is 49 characters—both under the 100-character limit. If you’d like it shorter, here’s an alternative at 36 characters: *El Sermón del Monte: Corazón de Dios*) Would you like any further refinements?
**El Sermón del Monte: La Sabiduría del Reino**
El sol comenzaba a elevarse sobre las colinas de Galilea, bañando de dorado el rostro de Jesús mientras una multitud se congregaba a sus pies. Hombres, mujeres y niños, con miradas expectantes, se apretujaban para no perderse ni una palabra de aquel Maestro cuyas enseñanzas resonaban con una autoridad nunca antes escuchada. Era la culminación de su sermón, y cada palabra caía como semilla en tierra fértil.
**No juzguéis, para no ser juzgados**
Jesús, con voz serena pero firme, alzó las manos para acallar los murmullos. «No juzguéis, para que no seáis juzgados», comenzó. Sus ojos, llenos de compasión, recorrieron a cada uno de los presentes. «Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os medirá».
Un fariseo, envuelto en su túnica bordada, frunció el ceño. Él estaba acostumbrado a señalar los errores de los demás, a medir la santidad con su propia vara. Pero Jesús continuó: «¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo dirás a tu hermano: ‘Déjame sacar la paja de tu ojo’, cuando tienes una viga en el tuyo?»
La imagen era clara: un hombre intentando sacar una mota de polvo del ojo de otro, mientras llevaba un tronco entero clavado en el suyo. Algunos rieron nerviosamente, otros bajaron la cabeza, avergonzados. «¡Hipócrita!», exclamó Jesús con dolor en la voz. «Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano».
**Pedid, buscad, llamad**
El tono de Jesús se suavizó, como un padre que anima a sus hijos. «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá». Sus palabras eran una invitación, una promesa. «Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá».
Un niño, sentado en primera fila, levantó la mano tímidamente. «Maestro, ¿si le pido pan a mi padre, me dará una piedra?» Jesús sonrió y se inclinó hacia él. «¿Qué hombre hay de vosotros que, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?» La multitud asintió. Era inconcebible. «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan?»
**La puerta estrecha**
La brisa agitó el manto de Jesús mientras su voz adquirió un tono solemne. «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella». Una sombra de preocupación cruzó los rostros de los oyentes. «¡Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan!»
Un joven rico, que había seguido a Jesús desde lejos, se mordió el labio. Él había creído que su riqueza y cumplimiento externo de la ley eran suficientes. Pero las palabras del Maestro resonaban como un llamado a algo más profundo.
**Los falsos profetas**
Jesús advirtió con firmeza: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces». La imagen de un lobo disfrazado entre el rebaño hizo estremecer a más de uno. «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?»
Un hombre del pueblo murmuró: «Pero ellos hacen milagros, profetizan…» Jesús lo miró directamente. «No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Sus palabras cayeron como un martillo. «Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad'».
**Los dos cimientos**
Para terminar, Jesús contó una historia. «Cualquiera que oye estas palabras mías y las hace, será semejante a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca». Las manos del carpintero se movieron, describiendo los cimientos profundos. «Descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba fundada sobre la roca».
Luego, su voz se oscureció. «Pero cualquiera que oye estas palabras mías y no las hace, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena». Un murmullo recorrió la multitud. «Y descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina».
**El silencio que siguió**
Cuando Jesús terminó, un silencio reverente llenó el aire. Nadie se atrevía a hablar. Los fariseos intercambiaron miradas tensas; las mujeres se secaron lágrimas; los niños se aferraron a sus padres. Por primera vez, muchos entendieron que el Reino de los Cielos no era solo palabras, sino una vida transformada.
Jesús descendió del monte, dejando tras de sí un pueblo que nunca volvería a ser el mismo. Porque aquel día, no solo habían escuchado enseñanzas. Habían escuchado el corazón mismo de Dios.