Biblia Sagrada

La Entrada Triunfal y la Purificación del Templo (Note: The original title provided is already concise, meaningful, and within the 100-character limit. Since it fits all requirements—no symbols, no quotes, and in Spanish—it remains the best option. If you’d prefer an alternative, here are two slightly adjusted versions under 100 chars:) 1. **Jesús en Jerusalén: Triunfo y Purificación** (47 chars) 2. **La Entrada de Jesús y la Purificación** (44 chars) Let me know if you’d like further refinements!

**La Entrada Triunfal y la Purificación del Templo**

El sol comenzaba a ascender sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados mientras Jesús y sus discípulos se acercaban a las afueras de Jerusalén. Era el primer día de la semana, y la ciudad se preparaba para la gran festividad de la Pascua. Multitudes de peregrinos llegaban desde todas partes, llenando los caminos con sus cantos, sus esperanzas y sus ofrendas para el templo.

Jesús se detuvo cerca de Betfagé y Betania, al pie del Monte de los Olivos, y miró hacia la ciudad santa con una expresión solemne. Volviéndose hacia dos de sus discípulos, les dijo con voz firme:

—Vayan a la aldea que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán un pollino atado, en el que nadie ha montado jamás. Desátenlo y tráiganlo. Si alguien les pregunta por qué lo hacen, díganle: “El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto”.

Los discípulos partieron sin dudar y, efectivamente, hallaron el animal tal como Jesús les había dicho. Mientras lo desataban, algunos de los que estaban allí les preguntaron:

—¿Por qué desatan ese pollino?

Ellos respondieron como el Maestro les había instruido, y los hombres no pusieron más objeciones.

Cuando regresaron con el pollino, algunos de los discípulos colocaron sus mantos sobre el lomo del animal, y Jesús se sentó sobre ellos. A medida que avanzaba hacia Jerusalén, una multitud comenzó a congregarse a su alrededor. Algunos extendían sus mantos en el camino, mientras otros cortaban ramas de olivo y de palma, esparciéndolas como alfombra ante Él.

—¡Hosanna! —gritaban con voces llenas de alegría—. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!

Las alabanzas resonaban por todo el camino, y el aire se llenaba de un fervor mesiánico. Los niños corrían junto a Él, los ancianos sonreían con lágrimas en los ojos, y hasta los fariseos, que observaban desde lejos, murmuraban entre sí con desaprobación.

—¿Ven esto? Nada podemos hacer. ¡Todo el mundo se ha vuelto tras Él!

Pero Jesús no era un rey como ellos esperaban. No venía en un caballo de guerra, sino en un humilde pollino, cumpliendo así la profecía de Zacarías: *»He aquí, tu rey viene a ti, manso y sentado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna»*.

Al llegar a Jerusalén, Jesús entró en el templo y miró alrededor. El atardecer caía, y decidió retirarse a Betania con los doce para pasar la noche.

**La Maldición de la Higuera y la Purificación del Templo**

Al día siguiente, muy de mañana, Jesús y sus discípulos emprendieron nuevamente el camino a Jerusalén. Mientras caminaban, el Maestro sintió hambre. A lo lejos, divisó una higuera frondosa y se acercó con la esperanza de encontrar algún fruto. Pero al inspeccionarla, solo halló hojas, pues no era tiempo de higos.

Entonces, Jesús dijo con firmeza:

—Nunca jamás coma nadie fruto de ti.

Sus palabras resonaron con autoridad, y los discípulos las escucharon con asombro, aunque en ese momento no entendieron su significado.

Al llegar al templo, Jesús se encontró con un espectáculo que le llenó de indignación. El atrio de los gentiles, destinado a ser un lugar de oración para todas las naciones, se había convertido en un mercado ruidoso. Mercaderes vendían bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios, mientras los cambistas, sentados tras sus mesas, intercambiaban monedas profanas por el shekel del templo, cobrando exorbitantes ganancias. El olor a animales, el ruido de las negociaciones y el clamor de los vendedores habían profanado la casa de Dios.

Con los ojos ardiendo de celo por la pureza de la casa de su Padre, Jesús comenzó a volcar las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Con voz poderosa, declaró:

—¿No está escrito: *»Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones»*? ¡Pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones!

Los sacerdotes y los escribas, que habían permitido y hasta alentado este comercio corrupto, escucharon sus palabras con furia. Buscaban cómo matarle, pero temían a la multitud, que se maravillaba de sus enseñanzas.

Mientras tanto, los ciegos y los cojos se acercaban a Él en el templo, y Él los sanaba. Los niños, inocentes y llenos de fe, volvían a gritar:

—¡Hosanna al Hijo de David!

Indignados, los líderes religiosos le increparon:

—¿Oyes lo que dicen estos?

Jesús, con calma, respondió:

—Sí, ¿nunca han leído: *»De la boca de los pequeños y de los niños de pecho has establecido la alabanza»*?

Y dejándolos sin respuesta, salió de la ciudad hacia Betania otra vez.

**La Lección de la Higuera Seca**

A la mañana siguiente, al pasar junto a la higuera que Jesús había maldecido, Pedro exclamó asombrado:

—¡Maestro, mira! ¡La higuera que maldijiste se ha secado desde la raíz!

Jesús, mirándolos con solemnidad, les dijo:

—Tengan fe en Dios. En verdad les digo que si alguien dice a este monte: “Quítate y échate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree que lo que dice sucederá, le será concedido. Por eso les digo: Todo lo que pidan en oración, crean que lo han recibido, y lo tendrán. Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre celestial les perdone a ustedes sus ofensas.

Sus palabras resonaron profundamente en los corazones de los discípulos, enseñándoles que la fe genuina, unida al perdón, mueve montañas.

**La Autoridad de Jesús Cuestionada**

Cuando regresaron al templo, los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a Jesús con rostros severos.

—¿Con qué autoridad haces estas cosas? —le preguntaron con tono acusador—. ¿Quién te dio esta autoridad?

Jesús, con sabiduría divina, les respondió:

—Yo también les haré una pregunta. Respóndanme, y entonces les diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?

Los líderes se miraron entre sí, atrapados en un dilema. Si decían que era del cielo, Jesús les preguntaría por qué no creyeron en Juan. Pero si decían que era de los hombres, temían a la multitud, que consideraba a Juan un profeta.

Finalmente, murmuraron:

—No sabemos.

Jesús entonces les dijo:

—Tampoco yo les digo con qué autoridad hago estas cosas.

Y así, con sabiduría insondable, dejó a sus enemigos sin palabras, revelando la dureza de sus corazones.

La sombra de la cruz se acercaba, pero por ahora, Jesús seguía enseñando con autoridad, purificando lo que estaba corrompido y mostrando el camino del reino de Dios.

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