Here’s a concise and engaging title for your Bible story in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **Habacuc: Lamento y Promesa en Tiempos de Crisis** (99 characters, including spaces) This keeps the essence of the story—Habacuc’s lament and God’s promise—while being clear and impactful for a Spanish-speaking audience. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Profecía de Habacuc: Un Lamento y una Promesa**
En los días turbulentos del reino de Judá, cuando la corrupción y la violencia se habían extendido como maleza en un campo abandonado, vivía un hombre llamado Habacuc. Era un profeta, un siervo fiel de Yahvé, cuyo corazón ardía con el dolor de ver a su pueblo hundirse en el pecado. Las calles de Jerusalén, otrora llenas del canto de los levitas, ahora resonaban con gritos de injusticia. Los jueces aceptaban sobornos, los pobres eran oprimidos sin piedad, y la ley de Dios era pisoteada como polvo bajo los pies de los impíos.
Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras los montes de Judea, Habacuc se postró en el atrio del templo. Con lágrimas que mojaban su barba, clamó al cielo:
—¡Oh Yahvé! ¿Hasta cuándo clamaré, y no escucharás? ¿Gritaré a ti: «¡Violencia!», y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad y haces que mire molestia? Delante de mí hay destrucción y violencia, y surgen contiendas y litigios. Por eso la ley es debilitada, y el juicio nunca sale; pues el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia.
Su voz temblaba bajo el peso de la angustia. ¿Dónde estaba el Dios de sus padres, el que había partido el mar y derrotado a ejércitos enteros? ¿Acaso había cerrado sus oídos al clamor de los inocentes?
Pero Yahvé, en su sabiduría insondable, no permaneció en silencio. Al tercer día, mientras Habacuc velaba en oración, una voz como el rugido de muchas aguas resonó en lo profundo de su espíritu:
—Mira entre las naciones, y observa; maravíllate y admírate. Porque yo haré una obra en vuestros días que, aunque os la cuenten, no la creeréis. Porque he aquí, yo levanto a los caldeos, nación cruel y presurosa, que marcha por la anchura de la tierra para poseer moradas ajenas.
Habacuc sintió un escalofrío. Los caldeos—los babilonios—eran un pueblo feroz, temido por su crueldad. Sus ejércitos arrasaban ciudades como tormentas de fuego, dejando solo ruinas y cenizas. ¿Cómo podía Dios usar a un pueblo aún más violento para castigar a Judá?
Con el corazón agitado, el profeta volvió a clamar:
—¿No eres tú desde el principio, oh Yahvé, Dios mío, Santo mío? ¡No moriremos! Tú, oh Yahvé, los has puesto para juicio; tú, oh Roca, los has establecido para corrección. Muy limpios son tus ojos para ver el mal, ni puedes ver la opresión. ¿Por qué, pues, ves a los menospreciadores y callas cuando el impío traga al más justo que él?
La respuesta de Dios no tardó. En una visión, Habacuc vio el futuro: los babilonios avanzaban como langostas devoradoras, sus caballos más veloces que leopardos, sus rostros llenos de orgullo. Pero luego, en un giro divino, contempló también su caída. Porque aunque Dios los usaba como vara de disciplina, su soberbia no quedaría impune.
Y entonces, en medio de la oscuridad, una promesa brilló como la primera luz del alba:
—El justo por su fe vivirá.
Habacuc comprendió. Aunque el juicio era inevitable, la fidelidad de Dios permanecía. Los que confiaran en Él, aunque el mundo se desmoronara, hallarían vida.
Con renovada esperanza, el profeta tomó su lira y entonó un canto que resonaría por los siglos:
*Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos; aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento; aunque las ovejas sean quitadas del aprisco, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Yahvé, y me gozaré en el Dios de mi salvación.*
Y así, en medio del caos que se avecinaba, Habacuc aprendió a descansar en la soberanía de Dios. Porque Él, en su tiempo perfecto, haría justicia. Y los que esperaran en Él, jamás serían defraudados.