**El Nuevo Cielo y la Nueva Tierra**
En los días en que el pueblo de Israel había abandonado los caminos del Señor, volviéndose a ídolos y olvidando las promesas del Dios que los había liberado de Egipto, el profeta Isaías alzó su voz con un mensaje de juicio y esperanza. El Señor, a través de su siervo, declaró:
*»Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: ‘Heme aquí, heme aquí.’»*
Pero muchos persistieron en su rebelión, ofreciendo sacrificios en los jardines, quemando incienso sobre ladrillos y comiendo carne de cerdo, cosas abominables ante los ojos del Señor. Se sentaban entre los sepulcros y pasaban la noche en lugares ocultos, creyendo que su conocimiento los hacía superiores. Y el Señor dijo:
*»He aquí que está escrito delante de mí: No callaré, sino que les daré su paga, entregaré su castigo en su seno.»*
Sin embargo, en medio de la condenación, el Señor siempre guarda un remanente fiel. Como cuando Noé fue preservado en el diluvio, o cuando Lot fue sacado de Sodoma, así el Señor prometió:
*»Dejaré descendencia de Jacob, y de Judá heredero de mis montes; mis escogidos poseerán la tierra, y mis siervos habitarán allí.»*
Y entonces, con voz poderosa, el Señor anunció la creación de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde las cosas pasadas no serían recordadas.
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**La Promesa de la Nueva Jerusalén**
En la visión de Isaías, la nueva Jerusalén descendía como una novia adornada para su esposo. Las calles no estaban empedradas con oro, sino con la justicia de Dios. Ya no se oiría llanto ni clamor, porque el Señor mismo enjugaría toda lágrima de los ojos de su pueblo.
Los hombres construirían casas y las habitarían; plantarían viñas y comerían su fruto. No edificarían para que otro morase, ni sembrarían para que otro cosechara. Como los días de un árbol serían los días del pueblo de Dios, y sus obras no serían en vano.
Los lobos y los corderos pastarían juntos, y el león comería paja como el buey. La serpiente, cuyo veneno había corrompido el Edén, ya no dañaría, porque la maldición sería levantada.
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**El Banquete del Rey**
En medio de esta tierra renovada, el Señor prepararía un banquete de manjares suculentos, un festín de vinos refinados. No sería como los banquetes de Babilonia, donde los reyes se embriagaban y blasfemaban, sino un convite santo, donde los humildes serían exaltados y los hambrientos serían saciados.
Y en aquel día, cuando el sol ya no fuese necesario porque la gloria del Señor iluminaría todo, las naciones caminarían hacia su luz, y los reyes de la tierra traerían sus riquezas en alabanza.
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**Conclusión: La Elección entre Maldición y Bendición**
El mensaje de Isaías resonó como un eco a través de los siglos: *»He aquí, mis siervos comerán, pero vosotros tendréis hambre; he aquí, mis siervos beberán, pero vosotros tendréis sed; he aquí, mis siervos se alegrarán, pero vosotros seréis avergonzados.»*
Dos caminos se extendían ante el pueblo: uno llevaba a la destrucción, donde el fuego que no se apaga consume a los rebeldes; el otro, a la vida eterna, donde el gozo del Señor es la fortaleza de su pueblo.
Y así, la palabra del profeta permanece hasta hoy, invitando a todos a escoger la bendición y vivir para Aquel que promete:
*»Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre, dice Jehová.»*