**El Sabio y el Necio: Una Historia Basada en Proverbios 20**
En los días del rey Ezequías, cuando la sabiduría aún era buscada como un tesoro escondido, había una pequeña aldea llamada Seredat, situada entre las colinas de Judá. Allí vivían dos hombres cuyas vidas reflejaban las verdades eternas del libro de los Proverbios.
El primero se llamaba Eliab, un hombre conocido por su integridad. Desde su juventud, había meditado en las palabras del Señor y procuraba vivir conforme a ellas. Su rostro, aunque marcado por los años, brillaba con una paz que solo la rectitud puede dar. Eliab era como el vino del que habla Proverbios 20:1: no se dejaba arrastrar por la embriaguez del pecado, sino que mantenía su mente clara para discernir la voluntad de Dios.
Cada mañana, antes de que el sol iluminara los campos, Eliab se arrodillaba en su humilde hogar y oraba: *»Señor, guía mis pasos hoy, para que mis acciones sean agradables a tus ojos.»* Luego, salía al mercado, donde vendía lino fino. Sus medidas eran exactas, sus precios justos, y nunca engañaba a sus clientes. *»Balanza falsa es abominación al Señor,»* repetía a menudo, recordando Proverbios 20:10.
Pero no lejos de allí vivía otro hombre, llamado Lotán. Era astuto, pero su astucia no era la sabiduría que viene de lo alto, sino la picardía del mundo. Lotán bebía en exceso, y cuando el vino entraba en su corazón, sus palabras se volvían insensatas y sus acciones vergonzosas (Proverbios 20:1). En el mercado, alteraba las medidas de grano para vender menos por más precio, y murmuraba contra los ancianos del pueblo.
Un día, llegó a Seredat un mercader de Damasco buscando comprar grandes cantidades de trigo. Lotán, al enterarse, corrió a ofrecerle su mercancía, pero en secreto mezcló paja con el grano para aumentar su volumen. El mercader, sin sospechar, estuvo a punto de cerrar el trato, pero Eliab, al ver la injusticia, se acercó con valentía.
*»Hermano,»* dijo Eliab al mercader, *»antes de comprar, revisa bien lo que recibes. Porque el Señor aborrece el engaño.»* El mercader, sorprendido, examinó el trigo y descubrió el fraude. Furioso, rechazó el trato con Lotán y, en cambio, compró a Eliab, cuya honestidad era evidente.
Lotán, humillado, se llenó de ira. *»¡Tú siempre interfiriendo, Eliab! ¡La vida no se trata de ser tan estricto!»* gritó. Pero Eliab, con calma, respondió: *»Mejor es poco con justicia que grandes ganancias con injusticia (Proverbios 20:17). El Señor juzgará nuestras obras.»*
Con el tiempo, la reputación de Eliab creció. Los ancianos del pueblo lo buscaban para consejo, pues sabían que sus palabras eran como *»aguas profundas»* (Proverbios 20:5), llenas de discernimiento. Lotán, en cambio, se hundió más en su necedad. Una noche, en medio de una borrachera, tropezó y cayó en un pozo seco. Nadie lo escuchó gritar hasta el amanecer, cuando unos pastores lo encontraron malherido.
Arrepentido y quebrantado, Lotán finalmente comprendió. Buscó a Eliab y, con lágrimas, le pidió perdón. *»He vivido como necio,»* confesó. Eliab, recordando que *»el hombre que corrige al necio hallará favor»* (Proverbios 20:30), lo abrazó y lo guió hacia el camino de la sabiduría.
Desde entonces, Lotán cambió. Aprendió que *»el entendimiento es manantial de vida para quien lo posee»* (Proverbios 20:28) y que la verdadera prosperidad viene del temor al Señor. Y así, la aldea de Seredat se convirtió en un testimonio viviente de que las palabras de Proverbios 20 no son solo letras en un rollo, sino luz para el caminar diario.