**La Preparación para el Templo de Dios**

En los días del rey Salomón, hijo de David, la paz reinaba sobre Israel. El Señor había concedido sabiduría y prosperidad al joven monarca, y su corazón ardía con un deseo santo: construir una casa para el nombre del Señor, tal como su padre David lo había deseado.

Salomón sabía que esta no sería una obra cualquiera. No se trataba de un palacio para gloria humana, sino de un santuario donde el Dios de Israel moraría entre su pueblo. Con reverencia, el rey meditó en las palabras que el Señor le había dicho: *»Tú construirás la casa para mi nombre»*.

### **El Pacto con Hiram de Tiro**

Sabedor de que necesitaría los mejores materiales, Salomón envió mensajeros a Hiram, rey de Tiro, un aliado de su padre David. Hiram siempre había amado a David, y al recibir la embajada de Salomón, se alegró en gran manera.

—¡Bendito sea el Señor hoy, que ha dado a David un hijo sabio para gobernar este gran pueblo! —exclamó Hiram al leer las palabras de Salomón.

El rey de Israel le escribió con humildad y sabiduría:

*»Tú sabes que mi padre David no pudo construir una casa para el nombre del Señor su Dios a causa de las guerras que lo rodearon… Pero ahora, el Señor mi Dios me ha dado paz por todos lados, y he decidido edificar una casa para su nombre. Por tanto, te ruego que mandes cortar para mí cedros del Líbano. Mis siervos trabajarán junto con los tuyos, y yo te daré por ellos el salario que pidas.»*

Hiram, al escuchar esto, se regocijó y respondió:

—Haré todo lo que deseas en cuanto a la madera de cedro y de ciprés. Mis servidores la llevarán desde el Líbano hasta el mar, la amarraré en balsas y la haré llegar hasta el lugar que me indiques.

Así se estableció un pacto entre ambos reyes. Salomón, en agradecimiento, proveyó a Hiram y a su casa con veinte mil coros de trigo para su sustento y veinte mil coros de aceite puro de oliva. Cada año, mientras durasen los trabajos, Israel enviaría estos víveres a Tiro.

### **La Gran Movilización de Trabajadores**

Con los materiales asegurados, Salomón reunió a todo Israel. Sabía que esta obra no podía ser hecha por esclavos ni por hombres obligados, sino por siervos del Señor que ofrecieran su trabajo como adoración.

De entre el pueblo, escogió a treinta mil hombres, divididos en turnos: diez mil trabajaban un mes en el Líbano, ayudando a los cortadores de Hiram, y luego descansaban dos meses en sus casas. Además, designó a setenta mil hombres como cargadores y ochenta mil como canteros en las montañas, extrayendo piedras preciosas y grandes bloques labrados.

Los montes de Judea resonaban con el sonido de cinceles y martillos, pero no se oía ruido de herramientas en el lugar mismo del templo, pues las piedras eran preparadas con perfección antes de ser llevadas allí.

### **La Provisión Divina**

Salomón no confiaba en su propia fuerza, sino en la fidelidad de Dios. Recordaba la promesa del Señor: *»Con sabiduría se construye la casa, y con prudencia se afirma»* (Proverbios 24:3). Cada detalle, desde las vigas de cedro hasta los cimientos de piedra, era supervisado con cuidado.

Los cedros del Líbano, altos y majestuosos, eran cortados con reverencia. Su aroma dulce llenaba el aire, como incienso ofrecido al Cielo. Las piedras, talladas con precisión, encajaban perfectamente, simbolizando la unidad del pueblo de Dios.

### **Un Pueblo Unido en Propósito**

No solo los obreros trabajaban; todo Israel participaba. Las mujeres hilaban lino fino para los velos del santuario. Los joyeros preparaban oro y plata para los utensilios sagrados. Los sacerdotes oraban sin cesar, pidiendo la bendición del Altísimo sobre la obra.

Salomón, en medio de todo, dirigía con humildad. Sabía que este templo no era para su gloria, sino para que el nombre del Señor fuera exaltado.

Y así, con manos laboriosas y corazones llenos de fe, Israel se preparaba para edificar la morada de Dios en medio de ellos.

**Fin.**