Here’s a concise and engaging title in Spanish (under 100 characters): **La Desesperación de Saúl y la Bruja de Endor** (Alternative option, slightly shorter: **Saúl y la Bruja de Endor**) Both options remove symbols, stay within the limit, and capture the essence of the story. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Consulta de Saúl a la Bruja de Endor**
El rey Saúl se encontraba en una profunda angustia. Los filisteos habían reunido sus ejércitos en Sunem, acampando con sus carros de guerra y sus soldados, listos para la batalla. Las noticias llegaban a oídos de Saúl, y su corazón temblaba como las hojas de un árbol sacudido por el viento. Israel se preparaba para la guerra, pero el rey, antes valiente y decidido, ahora estaba lleno de terror.
Había buscado la guía del Señor de todas las formas posibles. Consultó los sueños, pero solo encontró silencio. Ordenó a los sacerdotes que usaran el Urim y Tumim, pero no hubo respuesta. Incluso los profetas callaban. El cielo parecía cerrado para él, como un libro sellado.
—¡Dios me ha abandonado! —murmuró Saúl, caminando de un lado a otro en su tienda, con las manos temblorosas—. Los filisteos avanzan, y yo no sé qué hacer.
Entonces, recordó algo que él mismo había prohibido bajo pena de muerte: los nigromantes y adivinos. Había expulsado de la tierra a todos los que invocaban a los muertos, siguiendo la ley del Señor. Pero ahora, en su desesperación, consideró lo impensable.
—Hay una mujer en Endor —susurró uno de sus siervos, bajando la voz—, una bruja que afirma poder comunicarse con los muertos.
Saúl se mordió el labio. Sabía que era una abominación, pero el miedo era más fuerte que su obediencia. Así que, disfrazado con ropas sencillas y acompañado solo por dos de sus hombres más leales, partió en la oscuridad de la noche hacia Endor.
El camino era escarpado, y la luna apenas iluminaba los riscos. El viento aullaba entre los árboles, como si la creación misma advirtiera del peligro. Finalmente, llegaron a una cueva oculta, donde una mujer anciana, de ojos penetrantes, los recibió con cautela.
—He oído que puedes invocar a los muertos —dijo Saúl, ocultando su rostro bajo el manto—. Necesito que llames a alguien para mí.
La mujer frunció el ceño.
—¿Acaso no sabes que el rey Saúl ha prohibido estas prácticas? ¿Quieres que me maten?
—¡Por el Señor, no sufrirás daño! —juró Saúl, impaciente.
La mujer suspiró y preparó un extraño brebaje. Encendió velas y murmuró palabras en una lengua antigua. De repente, el aire se enfrió. Una presencia invisible llenó la cueva, y la mujer gritó, asustada.
—¡Veo un espíritu que sube de la tierra!
Saúl, con el corazón latiendo descontroladamente, preguntó:
—¿Cómo es?
—Un anciano, cubierto con un manto… —la voz de la mujer tembló—. ¡Es Samuel!
Al escuchar esto, Saúl cayó rostro en tierra, postrándose ante la aparición.
—¿Por qué me has perturbado, haciéndome subir? —preguntó la voz de Samuel, grave y llena de autoridad.
—¡Estoy en gran angustia! —gimió Saúl—. Los filisteos me atacan, y Dios no me responde. ¡Necesito saber qué hacer!
La sombra de Samuel se irguió con tristeza.
—¿Y por qué me consultas, si el Señor se ha apartado de ti? Ya te lo había dicho: el reino ha sido arrancado de tus manos y dado a David. Por tu desobediencia, por no destruir a Amalec como Dios ordenó, esto te sucede. Mañana, tú y tus hijos estarán conmigo. Israel caerá en manos de los filisteos.
Al escuchar estas palabras, Saúl se desplomó, sin fuerzas. El terror lo consumió como un fuego. La mujer, viéndolo tan afligido, le ofreció pan, pero él no podía comer. Finalmente, obligado por sus siervos, tomó un poco de alimento antes de partir, sabiendo que su destino estaba sellado.
Al amanecer, regresó al campamento con el rostro demacrado, cargando el peso de una condena divina. Y así, como Samuel había profetizado, al día siguiente Saúl y sus hijos cayeron en la batalla de Gilboa, cumpliéndose la palabra del Señor.
Y así terminó el reinado de Saúl, un hombre que, aunque elegido por Dios, permitió que el miedo lo llevara a buscar respuestas en las tinieblas en lugar de arrepentirse y clamar al Único que podía salvarlo.