Biblia Sagrada

El Pacto de Justicia en Éxodo 22

**El Pacto de Justicia: Una Historia Basada en Éxodo 22**

El sol comenzaba a descender sobre el horizonte del desierto, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. Moisés, el siervo de Dios, permanecía de pie frente al pueblo de Israel, quien lo observaba con reverencia. Las tablas de la ley, grabadas por el dedo mismo del Señor, brillaban a la luz del atardecer. El aire era denso, no solo por el calor del día que se desvanecía, sino por la solemnidad del momento. Dios había establecido ordenanzas claras para su pueblo, y cada palabra pronunciada por Moisés resonaba como un eco divino en los corazones de los israelitas.

**La Ley de la Restitución**

«Escuchen, hijos de Israel», comenzó Moisés, su voz firme y clara. «El Señor, nuestro Dios, ha establecido leyes para vivir en justicia y santidad. Si un hombre roba un buey o una oveja y lo mata o lo vende, deberá restituir cinco bueyes por el buey robado y cuatro ovejas por la oveja robada».

Entre la multitud, un hombre llamado Eliab bajó la cabeza, recordando cómo, en un momento de desesperación durante los años de esclavitud en Egipto, había tomado un cordero de su vecino para alimentar a su familia hambrienta. Ahora, bajo la ley de Dios, comprendía que la justicia no solo requería arrepentimiento, sino también restauración.

**El Ladrón y la Noche**

Moisés continuó: «Si un ladrón es sorprendido forzando una casa y es herido de muerte, no habrá culpa de sangre sobre quien lo hirió. Pero si ya había amanecido, entonces sí habrá culpa, porque el ladrón no merecía morir por un simple robo».

Un murmullo recorrió la multitud. Un anciano llamado Josías, que había defendido su hogar años atrás de un merodeador, sintió un alivio profundo al saber que Dios entendía la necesidad de proteger lo que era suyo. Sin embargo, también entendió que la vida humana, incluso la de un criminal, no debía ser tomada a la ligera.

**El Cuidado de lo Ajeno**

«Si un hombre presta a su vecino un animal, y este muere o es lastimado en su ausencia, deberá hacerse restitución», declaró Moisés. «Pero si el dueño estaba presente, no habrá que pagar, pues ya estaba bajo su cuidado».

Una mujer llamada Débora recordó cómo había prestado su asno a su hermano para ir al mercado, y este había regresado cojeando por un descuido. Bajo la ley de Dios, su hermano debía compensarla, pues había sido negligente. Así, la justicia no solo protegía al dueño, sino que también fomentaba la responsabilidad.

**La Pureza y la Santidad**

Moisés alzó la voz con mayor solemnidad. «Si un hombre seduce a una virgen que no está comprometida y yace con ella, deberá pagar la dote nupcial y tomarla por esposa. Si el padre de ella se niega a dársela, aun así pagará el precio correspondiente a las vírgenes».

Un joven llamado Caleb sintió un escalofrío al escuchar estas palabras. Había flirteado con la hija de un levita, prometiéndole amor sin intención de casamiento. Ahora, bajo la ley divina, comprendía que el amor no era un juego, sino un pacto sagrado.

**La Misericordia y la Justicia Divina**

«¡No maltratarás al extranjero, ni lo oprimirás, porque ustedes también fueron extranjeros en Egipto!», proclamó Moisés. «Tampoco afligirás a la viuda ni al huérfano, porque si claman a mí, yo escucharé su clamor, y mi ira se encenderá».

Las palabras resonaron en el corazón de un hombre llamado Obed, quien había visto cómo algunos en el campamento explotaban a los forasteros que se unían a Israel. Ahora entendía que Dios velaba por los vulnerables, y que su justicia no hacía acepción de personas.

**El Respeto a lo Sagrado**

«Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo, no serás con él como un usurero», advirtió Moisés. «No pondrás sobre él interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de que el sol se ponga, porque es su única cubierta».

Un prestamista llamado Natán sintió convicción en su corazón. Había exigido intereses excesivos a los más necesitados, acumulando riquezas a costa del sufrimiento ajeno. Ahora sabía que la verdadera prosperidad venía de obedecer a Dios, no de explotar al hermano.

**El Cierre del Pacto**

Al terminar de proclamar las leyes, Moisés miró al pueblo con ojos llenos de compasión y firmeza. «Estos son los estatutos que el Señor ha establecido. No son simples normas, sino reflejos de su carácter. Él es justo, misericordioso y santo, y nos llama a ser como Él».

El pueblo respondió al unísono: «¡Haremos todo lo que el Señor ha dicho!»

Y así, bajo el cielo teñido de púrpura, Israel renovó su pacto con Dios, no por obligación, sino por amor al que los había liberado de Egipto con mano poderosa. Cada ley, cada estatuto, era un recordatorio de que vivían bajo el gobierno del Rey de reyes, cuyo trono se fundaba en la justicia y la misericordia.

Y Moisés, el siervo fiel, sabía que este era solo el principio de un camino hacia la santidad.

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