Biblia Sagrada

El Reinado de Azarías y la Caída de Israel

**El Reinado de Azarías y la Inestabilidad de Israel**

En los días en que el reino de Judá era gobernado por Azarías, hijo de Amasías, la mano del Señor se manifestó de manera poderosa. Azarías, también conocido como Uzías, ascendió al trono a la tierna edad de dieciséis años, y reinó en Jerusalén durante cincuenta y dos años. Era un hombre joven cuando comenzó su reinado, pero su corazón estaba inclinado hacia el Señor, siguiendo los pasos de su padre en justicia, aunque no con la misma perfección.

Azarías hizo lo recto ante los ojos del Señor, y bajo su mandato, Judá prosperó. Las murallas de Jerusalén fueron fortalecidas, y los ejércitos del rey se equiparon con escudos, lanzas y corazas relucientes. La tierra producía abundante cosecha, y los mercaderes de tierras lejanas llegaban a la ciudad con especias, oro y piedras preciosas. Sin embargo, a pesar de las bendiciones divinas, el corazón de Azarías no permaneció completamente humilde.

Con el tiempo, su éxito lo llevó a la soberbia. Un día, entró en el templo del Señor con la intención de quemar incienso sobre el altar, un acto reservado únicamente para los sacerdotes descendientes de Aarón. Los sacerdotes, liderados por el valiente Azarías, se opusieron con firmeza.

—¡No te corresponde a ti, oh rey, quemar incienso ante el Señor! —le advirtieron—. Solo los sacerdotes, los hijos de Aarón, están consagrados para esta tarea. ¡Sal del santuario, no sea que el Señor te castigue!

Pero Azarías, con el corazón endurecido por el orgullo, no escuchó. En su mano sostenía el incensario, y su rostro mostraba determinación. En ese mismo instante, la ira del Señor se encendió contra él. Antes de que pudiera dar un paso más, la lepra brotó en su frente, blanca como la nieve. Los sacerdotes lo miraron horrorizados mientras la enfermedad se extendía ante sus ojos.

—¡Leproso! ¡Leproso! —gritaron, y lo expulsaron rápidamente del templo.

Desde aquel día, Azarías vivió aislado en una casa apartada, mientras su hijo Jotam gobernaba en su lugar. La lepra lo consumió, recordándole a Judá que ni siquiera un rey está por encima de la ley de Dios.

### **El Caos en el Reino del Norte**

Mientras Judá experimentaba relativa estabilidad bajo Azarías, aunque marcada por su pecado, el reino de Israel al norte caía en un ciclo de violencia e idolatría. Zacarías, hijo de Jeroboam II, ascendió al trono en Samaria, pero su reinado duró apenas seis meses. Era un hombre malvado que siguió los pecados de sus antepasados, adorando los becerros de oro que Jeroboam I había erigido en Dan y Betel.

Un día, mientras se encontraba en la ciudad de Ibleam, un conspirador llamado Salum, hijo de Jabes, lo asesinó a sangre fría y usurpó el trono. Así se cumplió la palabra del Señor dada a Jehú: *»Tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación»*. Zacarías fue el último de la línea de Jehú, y su muerte marcó el comienzo de una época oscura.

Pero Salum no disfrutó por mucho tiempo su reinado. Solo un mes después, Menahem, un cruel comandante del ejército, marchó desde Tirsa hacia Samaria, arrasando todo a su paso. Cuando llegó a la ciudad, no mostró misericordia. Tomó a Salum y lo mató sin piedad, luego se proclamó rey.

Menahem gobernó con puño de hierro. Cuando la ciudad de Tifsa se negó a someterse, la arrasó por completo, abriendo el vientre de las mujeres embarazadas y masacrando a sus habitantes. Era un hombre sin temor de Dios, y bajo su mandato, Israel se hundió aún más en la maldad.

Para asegurar su trono, Menahem buscó el apoyo del rey asirio Tiglat-pileser, entregándole mil talentos de plata, obtenidos mediante impuestos opresivos sobre los nobles de Israel. Los asirios aceptaron su tributo, pero esto solo retrasó lo inevitable: el juicio divino se cernía sobre el reino rebelde.

### **El Final de los Reyes Corruptos**

Pekaía, hijo de Menahem, gobernó después de su padre, pero solo por dos años antes de ser traicionado por su propio capitán, Peka, hijo de Remalías. Peka lo asesinó con la ayuda de cincuenta guerreros de Galaad y tomó el control de Israel. Pero su reinado tampoco trajo paz.

Durante estos años turbulentos, el rey de Asiria avanzó sobre Israel, conquistando ciudades y llevando cautivos a su tierra. Peka intentó resistir, aliándose con el rey de Siria, pero fue en vano. El pueblo de Israel, que había abandonado al Señor por dioses falsos, ahora sufría las consecuencias de su infidelidad.

Mientras tanto, en Judá, Jotam, hijo de Azarías, gobernaba con sabiduría, aunque el pueblo aún sacrificaba en los lugares altos. La diferencia entre los dos reinos era clara: uno se aferraba, aunque imperfectamente, al pacto con Dios; el otro se hundía en la anarquía y la apostasía.

Y así, la historia de estos reinos mostraba una verdad eterna: *»El que siembra injusticia, cosechará calamidad»* (Proverbios 22:8). Israel, en su rebelión, caminaba hacia la destrucción, mientras Judá, a pesar de sus fallas, aún tenía la oportunidad de volverse al Señor. Pero el tiempo de la misericordia no duraría para siempre. La paciencia de Dios es grande, pero su justicia es inevitable.

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