**El Poder de la Lengua en Betania** (Note: This title is under 100 characters, focuses on the core theme, and avoids symbols or quotes as requested.)
**La Lengua: Un Poderoso Instrumento**
En la pequeña aldea de Betania, situada entre las colinas de Judea, vivía un hombre llamado Eleazar. Era un maestro de la sinagoga, respetado por su conocimiento de las Escrituras, pero también temido por su lengua afilada. Aunque enseñaba con sabiduría, muchos en el pueblo sufrían bajo el peso de sus palabras duras y críticas.
Un día, después de que Eleazar reprendiera públicamente a un joven por un error insignificante durante la lectura de la Torá, un anciano sabio llamado Simeón se acercó a él. Simeón, conocido por su paciencia y humildad, había observado durante años cómo las palabras de Eleazar, aunque a veces verdaderas, causaban heridas profundas.
—Maestro Eleazar —comenzó Simeón con calma—, ¿has considerado alguna vez el poder de tus palabras?
Eleazar, sorprendido, frunció el ceño.
—Mis palabras son verdad, y la verdad debe ser dicha sin temor —respondió con firmeza.
Simeón asintió lentamente y señaló hacia un campo cercano donde unos labradores guiaban un pequeño caballo con un freno.
—Mira ese caballo —dijo Simeón—. Un freno tan pequeño controla todo su cuerpo. Así también, la lengua, aunque es un miembro pequeño, puede dirigir el curso de toda una vida.
Eleazar observó en silencio mientras el caballo obedecía cada movimiento del freno.
Simeón continuó, señalando hacia el mar en el horizonte.
—Y mira esos barcos, enormes y fuertes, impulsados por vientos furiosos. Sin embargo, un pequeño timón los dirige a voluntad del piloto. Así es la lengua: un mundo de maldad entre nuestros miembros, capaz de encender un gran fuego.
Eleazar sintió un peso en su corazón. Recordó las veces que sus palabras habían causado división, cómo había criticado a otros creyentes en la sinagoga, y cómo incluso su propia familia a veces temía hablar con él por miedo a sus juicios severos.
—Pero, ¿cómo puedo domar mi lengua? —preguntó, esta vez con humildad.
Simeón sonrió suavemente.
—Ningún hombre puede domar la lengua, es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Pero con la ayuda del Espíritu de Dios, podemos usarla para bendecir, no para maldecir. De una misma boca no debe salir alabanza y queja. ¿Acaso brota de una misma fuente agua dulce y amarga?
Eleazar bajó la cabeza, sintiendo la convicción de sus propias faltas.
—Tienes razón, hermano Simeón. He sido necio al pensar que mi conocimiento me daba licencia para herir.
A partir de ese día, Eleazar comenzó a meditar en sus palabras antes de hablar. Enseñaba con amor, corregía con gracia, y poco a poco, el pueblo de Betania notó un cambio en él. Donde antes había discordia, ahora había paz. Donde antes había críticas, ahora había edificación.
Y así, la aldea aprendió una lección poderosa: que la lengua, aunque pequeña, tiene el poder de construir o destruir, de dar vida o muerte. Y que solo con la sabiduría que viene de lo alto —pura, pacífica, amable y llena de misericordia— puede ser usada para glorificar a Dios.
*»Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.»* (Santiago 3:2)