Jonás y la Lección de la Misericordia Divina (Note: The original title provided fits within the 100-character limit and is already in Spanish, so it can be used as is. No symbols or quotes are present.) Alternative (shorter, if needed): Jonás Aprende sobre la Misericordia de Dios (44 characters) Let me know if you’d like further adjustments!
**Jonás y la Lección de la Misericordia Divina**
El sol abrasador de Nínive caía como un manto de fuego sobre la cabeza de Jonás, quien, sentado en una colina al este de la gran ciudad, observaba con mirada sombría el horizonte. Había construido una frágil enramada con hojas secas y ramas de ricino, buscando un poco de sombra para protegerse del calor asfixiante. Pero ni siquiera aquel precario refugio podía calmar el fuego que ardía en su corazón.
Jonás no estaba enfadado por el calor, ni por la incomodidad. Su ira era más profunda, más amarga. Había predicado el juicio de Dios a los ninivitas, anunciando que en cuarenta días la ciudad sería destruida por su maldad. Y, contra todo lo que él esperaba, el pueblo se había arrepentido. Desde el rey hasta el más humilde ciudadano, todos se habían postrado en saco y ceniza, clamando al Señor por misericordia. Y Dios, en su infinita compasión, había decidido perdonarlos.
—¿No es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? —murmuró Jonás, apretando los puños—. Por eso huí a Tarsis, porque sabía que eres un Dios clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia, que te arrepientes del mal.
Su voz temblaba de frustración. Él había querido ver el juicio de Dios, quería que los enemigos de Israel recibieran su merecido. Pero el Señor, en su sabiduría, había elegido perdonar.
De pronto, una brisa suave rozó su rostro, y Jonás alzó la vista. Una planta de ricino había brotado milagrosamente durante la noche, extendiendo sus grandes hojas verdes sobre él, brindándole una sombra fresca y reconfortante. Jonás sintió un alivio momentáneo, y por primera vez en días, una sonrisa se asomó a sus labios.
—Bendito seas, Señor —susurró, recostándose bajo la sombra del ricino.
Pero al día siguiente, al despuntar el alba, Dios envió un gusano que royó las raíces de la planta, secándola en un instante. Y como si fuera poco, un viento cálido y abrasador sopló desde el desierto, golpeando el rostro de Jonás con tal fuerza que el profeta sintió que se desvanecía. El sol, ahora sin la protección del ricino, lo quemaba sin piedad.
—¡Basta! —gritó Jonás, desesperado—. ¡Mejor sería morir que seguir viviendo así!
Entonces, la voz de Dios resonó en su corazón, suave pero firme:
—¿Tanto te enojas por el ricino?
—¡Sí! —respondió Jonás con amargura—. ¡Me enojo hasta la muerte!
Y el Señor le dijo:
—Tú te compadeciste del ricino, por el cual no trabajaste, ni lo hiciste crecer, que en una noche nació y en una noche pereció. ¿Y no habría yo de compadecerme de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su izquierda, y mucho ganado?
Jonás bajó la cabeza, sintiendo el peso de aquellas palabras. En su orgullo, había olvidado que cada vida en Nínive era preciosa para Dios. Que el Señor no se deleita en la destrucción, sino en la redención.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, mezclándose con el polvo del desierto. Y allí, bajo el sol implacable, Jonás comprendió por fin la lección que Dios quería enseñarle: su misericordia es más grande que cualquier juicio, su amor más fuerte que cualquier ira.
Y aunque la Biblia no lo dice, quizás, en ese momento, Jonás inclinó su corazón ante la bondad infinita de su Dios, el mismo que había perdonado a Nínive… y que también lo había perdonado a él.