Biblia Sagrada

La Sabiduría y la Insensatez: Un Banquete de Decisiones (Note: The original title provided fits within the 100-character limit and effectively captures the essence of the story. No symbols or quotes were present in the original title, so no modifications were needed.) Alternative shortened option (if preferred): Sabiduría e Insensatez: El Banquete (48 characters) Both options maintain the core meaning while complying with the requirements.

**La Sabiduría y la Insensatez: Un Banquete de Decisiones**

En una ciudad antigua, construida sobre colinas de piedra y rodeada de campos fértiles, había dos casas que se alzaban en extremos opuestos. Una, situada en lo alto, era majestuosa, con columnas talladas y puertas de cedro pulido. La otra, en un callejón sombrío, tenía ventanas rotas y un letrero torcido que crujía con el viento. Ambas ofrecían banquetes, pero sus mensajes eran tan distintos como la luz y la oscuridad.

**El Llamado de la Sabiduría**

La primera casa pertenecía a la Sabiduría, una mujer noble cuyas manos habían labrado todo con perfección. Siete columnas sostenían su morada, símbolo de la plenitud divina. Aquella mañana, mientras el sol doraba las calles, ella subió a los lugares más visibles de la ciudad y con voz clara proclamó:

—¡Venid, pequeños! ¡Venid, necios! —sus palabras eran como agua fresca en el desierto—. Dejad la simpleza y vivid; caminad por el sendero de la inteligencia.

Sus siervos, vestidos de blanco, salieron a invitar a todos: a los campesinos que araban la tierra, a los mercaderes que regateaban en el mercado, incluso a los niños que jugaban en las plazas. Sobre su mesa había pan recién horneado, vino selecto y carnes sazonadas con hierbas finas. Pero más que alimento, ofrecía entendimiento.

—El temor del Señor es el principio de la sabiduría —explicaba mientras servía a sus invitados—. Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.

Entre los presentes estaba un joven indeciso, acostumbrado a vagar por senderos torcidos. Mientras mordía el pan, sintió que algo en su corazón cambiaba.

—¿Por qué gastas tus días en vanidad? —le preguntó la Sabiduría, con mirada penetrante pero amorosa—. Cada día que desperdicias es un ladrón que roba tu destino.

El joven bajó la cabeza, avergonzado, pero ella le levantó el rostro con su mano.

—No te reprendo para humillarte, sino para salvarte.

**El Engaño de la Insensatez**

Mientras tanto, en la casa del callejón, otra mujer gritaba con voz estridente. La Insensatez, vestida con ropas llamativas pero manchadas, se sentaba en una silla tambaleante.

—¡Agua robada es más dulce! —reía con falsa alegría—. ¡El pan comido en secreto es más sabroso!

Sus invitados, hombres de mirada vacía y pasos tambaleantes, entraban sin saber que aquel festín era una trampa. El vino estaba adulterado, la carne, podrida, pero ellos, embriagados por la ilusión, no lo notaban.

—¿Para qué servir a Dios? —susurraba la Insensatez al oído de un borracho—. Hoy somos libres. Mañana… bueno, mañana ya veremos.

Uno de ellos, el mismo joven que había estado en la casa de la Sabiduría, dudó en la puerta.

—Aquí no hay reglas —le dijo la mujer con una sonrisa astuta—. ¿O prefieres vivir esclavo de mandamientos?

El joven, tentado, entró… pero al instante, el ambiente le pesó como una losa. Las risas eran forzadas, las copas, amargas. Y entonces, en medio del bullicio, escuchó una voz lejana, como un eco de la colina:

*»El que corrige al sabio lo ama; el que enseña al justo lo hace más sabio.»*

**El Desenlace**

Al amanecer, el joven despertó entre basura, con la cabeza martillándole. Recordó las palabras de la Sabiduría y, arrepentido, corrió hacia la colina. Ella, como si lo hubiera esperado, abrió la puerta.

—Las decisiones construyen el alma —le dijo, sin reproche—. Hoy eliges vida.

Mientras tanto, en la casa de la Insensatez, los gritos se apagaron. Sus invitados yacían sin fuerza, prisioneros de su propia necedad. Porque, como está escrito:

*»La sabiduría da años de vida; la insensatez acorta los días.»*

Y así, en aquella ciudad, dos voces siguieron clamando. Una, hacia la luz. Otra, hacia el abismo. La elección, como siempre, era de cada corazón.

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