Biblia Sagrada

El Sabio y el Necio: Historia de Eclesiastés 10

**El Sabio y el Necio: Una Historia Basada en Eclesiastés 10**

En los días del rey Ezequías, cuando la sabiduría aún era buscada como tesoro escondido, había un pequeño pueblo llamado Seredat, situado entre colinas fértiles y cercano a un río que nunca secaba. Allí vivían dos hombres cuyas vidas ilustraban las verdades eternas del Eclesiastés.

El primero se llamaba Obed, un hombre sabio y prudente, conocido por su habilidad para resolver disputas y su corazón humilde. Sus palabras eran como bálsamo, y su rostro reflejaba la paz de quien confiaba en los designios de Dios. El segundo era Talmai, un hombre impulsivo y orgulloso, cuyas acciones a menudo traían confusión y dolor. Aunque Talmai creía ser astuto, sus decisiones revelaban la necedad que habitaba en su corazón.

Un día, el rey envió mensajeros a Seredat en busca de consejeros para su corte. Obed fue recomendado por los ancianos del pueblo, pero Talmai, lleno de envidia, insistió en presentarse también. Cuando llegaron al palacio, el rey los puso a prueba.

—Hay un gran árbol que ha caído sobre el camino real —dijo el rey—. Los mercaderes no pueden pasar, y el comercio se ha detenido. ¿Qué haríais vosotros?

Obed, con calma, respondió:

—Señor, enviaría leñadores sabios que corten el árbol en partes, sin dañar el camino, y luego usarían los troncos para construir un puente sobre el arroyo cercano, donde las aguas han erosionado el paso. Así, lo que era obstáculo se convertiría en bendición.

El rey asintió, complacido. Pero Talmai, deseando impresionar, exclamó:

—¡Yo ordenaría que cien hombres lo arrastren de inmediato, aunque haya que romper las casas cercanas para abrir paso! ¡La demora es para los débiles!

El rey frunció el ceño, pero no dijo nada.

Al día siguiente, otro desafío fue presentado. Un grupo de campesinos había llegado quejándose de un oficial corrupto que les exigía tributos injustos.

Obed escuchó con paciencia y propuso:

—Señor, investiguemos primero. Si es cierto, el oficial debe ser reprendido y restituir lo robado. Pero si hay malentendido, que se aclare con justicia, para que el pueblo no caiga en amargura.

Talmai, sin embargo, gritó:

—¡Que sea azotado públicamente para escarmiento! ¡Así nadie más osará engañar al rey!

El rey suspiró. Sabía que las palabras del necio, aunque ruidosas, solo traerían más conflicto.

Poco después, mientras Talmai caminaba por los jardines del palacio, una pequeña serpiente se enredó en su manto. En lugar de apartarla con cuidado, la golpeó con furia, pero la serpiente, asustada, lo mordió en la mano. El veneno se extendió, y Talmai cayó enfermo por días.

Obed, al enterarse, fue a visitarlo.

—La necedad —murmuró Obed— es como un poco de levadura que corrompe toda la masa. Un error pequeño, hecho con orgullo, puede traer gran ruina.

Finalmente, el rey eligió a Obed como su consejero, mientras que Talmai fue enviado de vuelta a su pueblo. Allí, su orgullo lo siguió arruinando: discutió con sus vecinos, malgastó su herencia y terminó solo, lamentándose de su suerte.

Y así, como dice el Eclesiastés: *»Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña necedad pesa más que la sabiduría y la honra.»*

La sabiduría edifica, pero la necedad destruye. Y aunque el necio grite fuerte, solo el sabio permanece en paz, porque teme a Dios y camina en humildad.

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