Biblia Sagrada

La Viuda, el Aceite y el Poder de Dios (Note: The original title provided already fits within the 100-character limit, removes symbols, and avoids quotes. If you’d like a different variation, here are a few options under 100 characters:) 1. **El Milagro del Aceite y la Fe de una Viuda** 2. **La Viuda y el Aceite Multiplicado** 3. **Dios Provee: El Aceite de la Viuda** 4. **El Poder de Dios en una Vasija de Aceite** Let me know if you’d like further adjustments!

**La Viuda, el Aceite y el Poder de Dios**

En los días del profeta Eliseo, Israel estaba dividido entre la adoración al verdadero Dios y la idolatría que había arrastrado al pueblo a la miseria espiritual. Pero en medio de aquella oscuridad, la palabra del Señor brillaba a través de su siervo, realizando prodigios que recordaban a los fieles que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob seguía obrando.

En una aldea cercana a Samaria, vivía una mujer cuyo corazón estaba quebrantado. Era la viuda de uno de los hijos de los profetas, hombres piadosos que habían servido fielmente al Señor. Su esposo había muerto, dejándola sola con dos hijos y una deuda que no podía pagar. En aquellos tiempos, las deudas no perdonaban, y los acreedores, despiadados, amenazaban con llevarse a sus hijos como esclavos para saldar lo que ella debía.

La mujer, desesperada pero llena de fe, recordó las palabras que su esposo le había repetido en vida: *»Eliseo es un hombre de Dios, y a través de él, Jehová muestra su misericordia.»* Sin dudarlo, se cubrió con su manto y salió apresuradamente en busca del profeta.

Eliseo estaba en Gilgal, enseñando a un grupo de discípulos cuando la mujer se acercó, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa.

—¡Siervo de Dios! —exclamó, postrándose a sus pies—. Mi esposo, tu siervo, ha muerto, y sabes que temía a Jehová. Pero ahora el acreedor viene a tomar a mis dos hijos como esclavos.

Eliseo, movido por compasión, la miró con ternura y preguntó:

—¿Qué puedo hacer por ti? Dime, ¿qué tienes en tu casa?

La mujer bajó la mirada, avergonzada.

—No tengo nada, señor, excepto una vasija pequeña de aceite.

El profeta asintió, como si aquella respuesta confirmara un plan divino que solo él podía ver.

—Ve y pide prestadas todas las vasijas que puedas a tus vecinos —le ordenó—. No pocas, sino muchas. Luego, entra en tu casa con tus hijos, cierra la puerta y comienza a verter el aceite en esas vasijas.

La mujer, aunque confundida, obedeció sin cuestionar. Corrió de casa en casa, pidiendo prestados cuantos recipientes encontraba: cántaros, jarras, tinajas… todo lo que sus vecinos le pudieron dar. Sus hijos la ayudaron a cargarlos hasta su humilde morada.

Una vez dentro, cerró la puerta como Eliseo le había indicado. Tomó la pequeña vasija de aceite, la inclinó sobre la primera vasija prestada y comenzó a verter. Para su asombro, el aceite no se detuvo. Siguió fluyendo, llenando aquel recipiente hasta el borde. Sus hijos, con ojos llenos de asombro, le alcanzaban otra vasija, y otra, y otra. El aceite seguía brotando milagrosamente, como un río de provisión divina.

—¡Madre, no queda ninguna más! —gritó uno de sus hijos, señalando las vasijas rebosantes.

Solo entonces el aceite cesó. La mujer, con el corazón palpitando de emoción, corrió nuevamente hacia Eliseo.

—¡El aceite se detuvo cuando no hubo más recipientes! —anunció, todavía sin poder creer lo que había visto.

Eliseo sonrió, sabiendo que Dios había obrado una vez más.

—Ahora ve y vende el aceite —le dijo—. Paga tu deuda, y con lo que sobre, vivirán tú y tus hijos.

Así lo hizo la mujer. El aceite, multiplicado por la mano poderosa de Dios, no solo cubrió la deuda, sino que le dio suficiente para que su familia viviera sin necesidad.

**Reflexión**

Este milagro no fue solo un acto de provisión material, sino una lección de fe. La mujer obedeció a pesar de no entender cómo una vasija pequeña podía resolver su problema. Dios no necesita grandes recursos, sino corazones dispuestos a creer en su poder. El aceite, símbolo del Espíritu Santo en las Escrituras, fluyó sin medida hasta que no hubo más espacio para contenerlo. Así es la gracia de Dios: abundante, suficiente y siempre a tiempo.

Y así, en medio de la desesperación, una viuda anónima se convirtió en testimonio viviente de que Jehová-Jireh, el Dios que provee, nunca abandona a los que confían en Él.

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