**La Gloria de Cristo y la Obra de la Redención**
En la antigua ciudad de Colosas, situada en la región de Frigia, en Asia Menor, la iglesia crecía bajo la sombra de las montañas y los valles fértiles. Esta comunidad de creyentes, aunque pequeña, era un faro de esperanza en medio de un mundo lleno de filosofías engañosas y tradiciones humanas. Pablo, el apóstol de Cristo, aunque encarcelado en Roma, no dejaba de orar por ellos y de escribirles cartas llenas de sabiduría y revelación divina.
Una tarde, mientras el sol se ponía sobre las colinas, Epafras, un fiel siervo de Cristo y colaborador de Pablo, llegó a la casa donde se reunían los creyentes. Traía consigo un rollo de pergamino, una carta escrita por el apóstol. Los hermanos se reunieron alrededor, ansiosos por escuchar las palabras que el Espíritu Santo había inspirado.
Epafras comenzó a leer:
*»Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.»*
El saludo inicial ya llenó el ambiente de un profundo sentido de unidad y propósito. Los creyentes se miraron entre sí, recordando que eran parte de algo mucho más grande que ellos mismos: el cuerpo de Cristo.
Epafras continuó leyendo, y las palabras de Pablo comenzaron a pintar un cuadro majestuoso de la persona y la obra de Jesucristo.
*»Damos siempre gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando por vosotros, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis para con todos los santos.»*
Los colosenses sintieron un cálido aliento en sus corazones al escuchar que su fe y amor eran conocidos incluso en lugares distantes. Pero Pablo no se detuvo allí. Comenzó a revelarles el misterio de la redención, un plan eterno que Dios había preparado desde antes de la fundación del mundo.
*»Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual.»*
Pablo les explicó que el conocimiento de Dios no era simplemente intelectual, sino que envolvía una transformación profunda del corazón y la mente. Les animó a vivir de manera digna del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios.
Luego, el apóstol elevó sus palabras a un nivel celestial, describiendo la gloria y la supremacía de Cristo.
*»Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.»*
Los colosenses quedaron asombrados. Algunos cerraron los ojos, imaginando la grandeza de Cristo, quien no solo era el Salvador que había caminado entre los hombres, sino también el Creador del universo. Cada estrella en el cielo, cada montaña en la tierra, cada ángel en los cielos, todo existía por Él y para Él.
Pablo continuó:
*»Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia.»*
La iglesia en Colosas comenzó a entender que Cristo no solo era su Salvador personal, sino también el Señor de todo lo creado. Él era el que sostenía el universo con su palabra poderosa, y al mismo tiempo, el que caminaba con ellos en sus luchas diarias.
Pero la revelación no terminó allí. Pablo les habló de la obra redentora de Cristo:
*»Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.»*
Los creyentes recordaron el sacrificio de Jesús en la cruz, donde su sangre preciosa había sido derramada para reconciliarlos con Dios. No solo ellos, sino toda la creación, anhelaba ser liberada de la corrupción y restaurada a su propósito original.
Pablo les recordó que, aunque antes estaban alejados y enemistados en su mente por las malas obras, ahora Cristo los había reconciliado en su cuerpo de carne, mediante la muerte, para presentarlos santos, sin mancha e irreprensibles delante de Dios.
*»Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo, del cual yo Pablo fui hecho ministro.»*
Al terminar la lectura, un silencio reverente llenó la habitación. Los colosenses comprendieron que su fe no era una simple tradición o filosofía, sino una relación viva con el Creador y Redentor del universo. Cristo era el centro de todo, y en Él encontraban su identidad, su propósito y su esperanza.
Epafras cerró el rollo de pergamino y miró a los hermanos. «Que estas palabras nos animen a vivir cada día para Cristo, quien es nuestra vida y nuestra esperanza», dijo con voz firme.
Y así, la iglesia en Colosas continuó creciendo, arraigada en Cristo, edificada en Él y confirmada en la fe, dando gracias al Padre que los había hecho aptos para participar de la herencia de los santos en luz.
Porque en Cristo habita toda la plenitud de la Deidad, y en Él, ellos habían sido completados.