Biblia Sagrada

El Justo y el Impío: Responsabilidad y Misericordia Divina

**La Historia del Justo y el Impío: Una Lección de Justicia y Misericordia**

En los días en que el pueblo de Israel estaba cautivo en Babilonia, el profeta Ezequiel recibió una palabra del Señor. El pueblo murmuraba, diciendo: «Los padres comieron uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera» (Ezequiel 18:2). Con estas palabras, el pueblo se quejaba de que sufrían las consecuencias de los pecados de sus antepasados. Pero el Señor, en su infinita sabiduría, decidió aclarar este malentendido a través de Ezequiel.

El profeta se levantó en medio del pueblo y comenzó a hablar con voz firme y clara: «Escuchad, oh casa de Israel, ¿por qué repetís este proverbio? ¡Vivo yo, dice el Señor, que nunca más usaréis este refrán en Israel! Porque todas las vidas son mías; tanto la vida del padre como la del hijo son mías. El alma que peque, esa morirá» (Ezequiel 18:3-4).

Ezequiel continuó, describiendo con detalle la vida de un hombre justo. Este hombre, dijo, era como un árbol plantado junto a corrientes de aguas, cuyas hojas nunca se marchitaban. Era un hombre que cumplía los mandamientos de Dios: no adoraba ídolos, no cometía adulterio, no oprimía al pobre, no robaba, sino que daba pan al hambriento y cubría al desnudo con vestido. Este hombre justo no prestaba con usura ni tomaba interés, sino que juzgaba con justicia entre hombre y hombre. Andaba en los estatutos de Dios y guardaba sus decretos para actuar con verdadera rectitud. «Este hombre», dijo Ezequiel, «ciertamente vivirá, dice el Señor» (Ezequiel 18:9).

Pero luego, el profeta describió a un hijo de este hombre justo. Este hijo, aunque había visto la rectitud de su padre, decidió seguir un camino completamente opuesto. Era violento, derramaba sangre, oprimía al pobre y al necesitado, cometía robos y adoraba ídolos. Este hijo no seguía los estatutos de Dios, sino que se entregaba a la maldad. «¿Vivirá este hijo?», preguntó Ezequiel. «No vivirá. Ha cometido todas estas abominaciones; ciertamente morirá, y su sangre será sobre él» (Ezequiel 18:13).

Sin embargo, la historia no terminó allí. Ezequiel habló de un tercer hombre: el nieto del hombre justo. Este nieto, al ver la maldad de su padre, decidió apartarse de esos caminos y volver a los mandamientos de Dios. No siguió los pasos de su padre impío, sino que se esforzó por vivir en justicia, como lo había hecho su abuelo. Este hombre no moriría por los pecados de su padre, sino que viviría por su propia rectitud. «El alma que peque, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo. La justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él» (Ezequiel 18:20).

El profeta continuó explicando que si un impío se arrepentía de sus pecados y comenzaba a guardar los estatutos de Dios, no moriría, sino que viviría. Ninguno de los pecados que había cometido sería recordado contra él, porque habría hecho lo que es recto y justo. «¿Acaso quiero yo la muerte del impío?, dice el Señor. ¿No vivirá, si se aparta de sus caminos?» (Ezequiel 18:23).

Por otro lado, si un justo se apartaba de su justicia y comenzaba a cometer iniquidad, moriría por sus propios pecados. Sus obras anteriores no lo salvarían, porque habría quebrantado el pacto con Dios. «Cuando el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad, morirá por ello; por la iniquidad que hizo, morirá» (Ezequiel 18:26).

Ezequiel concluyó su mensaje con una exhortación poderosa: «Por tanto, oh casa de Israel, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, dice el Señor. Convertíos y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice el Señor. ¡Convertíos, pues, y viviréis!» (Ezequiel 18:30-32).

El pueblo escuchó en silencio, y muchos corazones se conmovieron. La palabra de Dios, entregada a través de Ezequiel, les recordó que cada uno es responsable ante el Señor por sus propias acciones. No hay excusas, ni culpas que puedan transferirse de una generación a otra. La misericordia de Dios está disponible para todos los que se arrepienten, pero también hay una advertencia solemne para aquellos que persisten en el pecado.

Y así, el mensaje de Ezequiel resonó en los corazones de los cautivos, recordándoles que el camino de la vida está abierto para todos los que eligen seguir a Dios con un corazón sincero y un espíritu renovado.

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