Biblia Sagrada

El Gran Cántico: Alabanza en Lirio del Valle

**El Cántico de la Creación: Una Historia Inspirada en el Salmo 150**

En los días antiguos, cuando la tierra aún resonaba con la pureza de la creación, había un pequeño pueblo situado en las faldas de un monte majestuoso. Este pueblo, llamado Lirio del Valle, era conocido por su devoción y amor por Dios. Sus habitantes vivían en armonía, y cada día comenzaba y terminaba con alabanzas al Creador. Sin embargo, había algo especial en este lugar: una tradición que se remontaba a generaciones atrás, conocida como «El Gran Cántico».

El Salmo 150 era el corazón de esta tradición. Cada año, cuando llegaba la temporada de la cosecha, el pueblo se reunía en la plaza central para celebrar «El Gran Cántico», un festival de alabanza que duraba siete días y siete noches. No era solo un evento, sino una expresión profunda de gratitud y adoración a Dios por Su bondad, Su poder y Su creación.

**El Primer Día: El Llamado a la Alabanza**

El primer día del festival comenzaba al amanecer. Los ancianos del pueblo, vestidos con túnicas blancas, se reunían en el centro de la plaza, donde se levantaba un gran altar de piedra. El sol apenas asomaba sobre las montañas, pintando el cielo de tonos dorados y rosados. El aire estaba lleno del aroma de flores silvestres y el canto de los pájaros.

El líder de los ancianos, un hombre llamado Eliab, levantaba sus manos y proclamaba con voz firme: «¡Alabad a Dios en Su santuario! ¡Alabadle en Su firmamento, en la magnificencia de Su creación!» (Salmo 150:1). La multitud respondía con un clamor unánime: «¡Aleluya! ¡Aleluya!»

Los niños corrían por la plaza, agitando ramas de olivo y cantando. Las mujeres tocaban panderos y címbalos, mientras los hombres hacían sonar las trompetas y las flautas. El sonido de los instrumentos se mezclaba con las voces, creando una sinfonía celestial que parecía elevarse hasta los cielos.

**El Segundo Día: La Fuerza de Sus Proezas**

El segundo día estaba dedicado a recordar las grandes obras de Dios. Los habitantes de Lirio del Valle se reunían alrededor de una hoguera gigante, y los narradores contaban historias de cómo Dios había liberado a sus antepasados de la esclavitud, cómo había partido el mar para que cruzaran a salvo, y cómo había provisto maná en el desierto.

«¡Alabadle por Sus obras poderosas! ¡Alabadle por Su grandeza infinita!» (Salmo 150:2), decía Eliab, mientras las llamas de la hoguera iluminaban los rostros de los oyentes. Los jóvenes danzaban alrededor del fuego, moviéndose al ritmo de los tambores, mientras las ancianas tejían coronas de flores y las colocaban sobre las cabezas de los niños.

**El Tercer Día: El Sonido de los Instrumentos**

El tercer día era conocido como «El Día de los Instrumentos». Cada familia traía consigo un instrumento musical, ya fuera una lira, un arpa, un tambor o una trompeta. La plaza se convertía en un mar de sonidos, donde cada nota era una ofrenda a Dios.

«¡Alabadle con sonido de trompeta! ¡Alabadle con salterio y arpa! ¡Alabadle con pandero y danza!» (Salmo 150:3-4), proclamaba Eliab. Los músicos más talentosos del pueblo formaban una orquesta improvisada, y su música era tan hermosa que incluso los animales del bosque cercano parecían detenerse para escuchar.

**El Cuarto Día: La Danza de la Alegría**

El cuarto día estaba dedicado a la danza. Los habitantes de Lirio del Valle creían que el movimiento del cuerpo era una forma de adoración, una manera de expresar lo que las palabras no podían decir. Las mujeres vestían túnicas de colores brillantes y llevaban cintas en las manos, que ondeaban como banderas en el viento.

«¡Alabadle con cuerdas y flautas! ¡Alabadle con címbalos resonantes!» (Salmo 150:4-5), cantaban mientras giraban y saltaban, sus pies golpeando el suelo en un ritmo alegre. Los niños se unían a la danza, imitando los movimientos de sus padres, y las risas llenaban el aire.

**El Quinto Día: La Unidad en la Alabanza**

El quinto día era un recordatorio de que la alabanza no era solo para los músicos o los danzantes, sino para todos. «¡Todo lo que respira alabe al Señor!» (Salmo 150:6), decía Eliab, extendiendo sus brazos hacia la multitud. Los ancianos, los jóvenes, los ricos, los pobres, todos se unían en un solo coro, sus voces elevándose como una ofrenda agradable a Dios.

**El Sexto Día: La Noche de las Estrellas**

El sexto día, el pueblo se reunía en la cima del monte para una vigilia nocturna. Allí, bajo un cielo lleno de estrellas, cantaban himnos y recitaban salmos. Las estrellas parecían brillar más intensamente, como si se unieran a la alabanza. «¡Alabadle en Su firmamento!» (Salmo 150:1), susurraban, mirando hacia el cielo infinito.

**El Séptimo Día: La Consagración Final**

El último día del festival era el más solemne y a la vez el más jubiloso. El pueblo se reunía en el templo, un edificio sencillo pero hermoso, construido con piedras talladas por sus antepasados. Allí, Eliab pronunciaba una bendición final: «Que nuestras alabanzas sean como incienso ante Tu trono, oh Dios. Que todo lo que somos y todo lo que tenemos Te glorifique».

El pueblo respondía con un último «¡Aleluya!», y el sonido de sus voces parecía perderse en el viento, llevando su alabanza hasta los confines de la tierra.

Así, año tras año, el pueblo de Lirio del Valle mantenía viva la tradición de «El Gran Cántico», recordando que la alabanza no es solo un acto, sino un estilo de vida. Y en cada nota, en cada danza, en cada palabra, encontraban la presencia de Dios, quien habitaba en medio de las alabanzas de Su pueblo.

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