Biblia Sagrada

La Luz de Cristo en Nuestros Corazones

**La Luz que Brilla en las Tinieblas**

En una pequeña aldea rodeada de colinas verdes y cielos azules, vivía un hombre llamado Eliab. Era un hombre de edad avanzada, conocido por su sabiduría y su profundo amor por Dios. Cada tarde, los aldeanos se reunían alrededor de él para escuchar sus enseñanzas, que siempre estaban llenas de verdades profundas y consejos prácticos. Aquel día, el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, y el aire se llenaba de un fresco aroma a hierbas silvestres. Eliab, sentado bajo un viejo olivo, comenzó a hablar con voz serena pero firme.

«Hijos míos», comenzó, «escuchen con atención, porque les hablaré de algo que ha estado en mi corazón desde que el Señor me reveló su verdad. Les hablaré de la luz que brilla en las tinieblas, de la verdad que nos libera y del amor que nos une a Dios y a nuestros hermanos».

Los aldeanos se acercaron más, formando un círculo alrededor de Eliab. Sus rostros reflejaban expectación y reverencia. Eliab continuó: «En la primera carta del apóstol Juan, capítulo dos, encontramos palabras que son como un faro en la noche oscura. Juan nos dice: ‘Hijitos míos, estas cosas les escribo para que no pequen. Pero si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo’. ¿Entienden lo que esto significa? Jesús, nuestro Salvador, es nuestro abogado. Él intercede por nosotros ante el Padre. No importa cuántas veces caigamos, Él está allí para levantarnos, para limpiarnos y para guiarnos de nuevo hacia la luz».

Un joven llamado Caleb, que siempre tenía muchas preguntas, levantó la mano y preguntó: «Maestro, ¿cómo podemos saber si realmente conocemos a Dios? A veces siento que mi fe es débil, y me pregunto si soy digno de su amor».

Eliab sonrió con ternura y respondió: «Caleb, tu pregunta es importante. Juan nos dice: ‘Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos’. Conocer a Dios no es solo saber de Él, es vivir de acuerdo con su voluntad. Es amar a nuestros hermanos, perdonar a quienes nos ofenden y buscar la justicia en todo lo que hacemos. Si guardamos sus mandamientos, su amor se perfecciona en nosotros».

El anciano hizo una pausa y miró a cada uno de los presentes. «Pero también debemos estar alerta», advirtió. «Juan nos dice: ‘No amen al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él’. El mundo nos ofrece placeres temporales, riquezas y fama, pero todo eso es pasajero. Solo el amor de Dios es eterno. No se dejen engañar por las apariencias. El mundo y sus deseos pasan, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre».

Una mujer llamada Miriam, que había estado escuchando en silencio, preguntó con voz temblorosa: «Maestro, ¿cómo podemos distinguir la verdad de la mentira? A veces escuchamos tantas voces que no sabemos cuál es la correcta».

Eliab asintió con gravedad. «Miriam, esa es una pregunta sabia. Juan nos advierte sobre los falsos maestros, aquellos que intentan desviarnos del camino de la verdad. Él dice: ‘Hijitos, es la última hora; y según ustedes oyeron que el anticristo viene, así también han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es la última hora’. Debemos estar firmes en la verdad que hemos recibido, la verdad que nos ha sido revelada en Jesucristo. Él es el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Él».

El cielo se había oscurecido por completo, y las estrellas comenzaban a brillar sobre la aldea. Eliab levantó su rostro hacia el cielo y continuó: «Pero no teman, porque Juan también nos dice: ‘Pero ustedes tienen la unción del Santo, y conocen todas las cosas’. El Espíritu Santo mora en nosotros y nos guía a toda verdad. Él nos enseña, nos corrige y nos consuela. Si permanecemos en Cristo, Él nos dará la sabiduría para discernir entre la verdad y la mentira».

Los aldeanos asintieron en silencio, reflexionando sobre las palabras de Eliab. El anciano concluyó su enseñanza con una exhortación llena de amor: «Hijos míos, permanezcan en Cristo. Él es la vid, y nosotros somos los ramos. Si permanecemos en Él, llevaremos mucho fruto. Pero si nos separamos de Él, nos secaremos como ramas cortadas. Amen a Dios con todo su corazón, y amen a sus hermanos como Cristo los ha amado. Así, su gozo será completo, y la luz de Cristo brillará en sus vidas, iluminando el camino para otros».

Aquella noche, mientras los aldeanos regresaban a sus hogares, llevaban en sus corazones las palabras de Eliab. Sabían que, aunque el mundo a su alrededor podía ser oscuro y confuso, la luz de Cristo brillaba en ellos, guiándolos hacia la verdad y el amor eterno. Y así, con fe y esperanza, continuaron su camino, sabiendo que el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

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