Biblia Sagrada

La Siembra del Espíritu: Historia de Gálatas 6

**La Cosecha y la Siembra: Una Historia de Gálatas 6**

En una pequeña aldea rodeada de colinas verdes y campos dorados, vivía un hombre llamado Eliab. Era un agricultor humilde, conocido por su sabiduría y su corazón generoso. Cada mañana, antes de que el sol iluminara el horizonte, Eliab salía a su campo con una sonrisa en el rostro y una canción en los labios. Sabía que su trabajo no era solo para su propio beneficio, sino para el bien de su familia y de toda la comunidad.

Un día, mientras caminaba por el mercado del pueblo, Eliab se encontró con un joven llamado Jonatán. Jonatán era nuevo en la aldea, y su rostro reflejaba preocupación y cansancio. Llevaba consigo un saco vacío y una mirada de desesperanza. Eliab se acercó a él y le preguntó: «¿Qué te aflige, joven? ¿Por qué caminas con tanto pesar?»

Jonatán suspiró y respondió: «He sembrado en mi campo, pero no he visto fruto alguno. Mis esfuerzos parecen en vano, y ahora no tengo qué comer ni qué ofrecer a mi familia. Me siento derrotado».

Eliab lo miró con compasión y le dijo: «Amigo mío, no te desanimes. La siembra y la cosecha son parte de un ciclo que requiere paciencia y fe. Escucha bien lo que te digo: ‘No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará’. Si siembras en el Espíritu, cosecharás vida eterna; pero si siembras para la carne, cosecharás corrupción».

Jonatán frunció el ceño, confundido. «¿Qué significa sembrar en el Espíritu?», preguntó.

Eliab sonrió y lo invitó a caminar con él hacia su campo. Mientras avanzaban, le explicó: «Sembrar en el Espíritu significa vivir según la voluntad de Dios, amando a tu prójimo como a ti mismo, llevando las cargas de los demás y haciendo el bien sin cansarte. Es vivir en humildad, reconociendo que todo lo bueno viene de Dios y que sin Él, nada podemos hacer».

Al llegar al campo de Eliab, Jonatán quedó asombrado. Las plantas estaban llenas de frutos, y el suelo parecía bendecido. «¿Cómo logras esto?», preguntó el joven.

Eliab respondió: «No es por mi fuerza ni por mi sabiduría, sino porque he confiado en Dios. Cada semilla que planto la riego con oración y la cuido con amor. No busco mi propia gloria, sino la de Aquel que me dio la tierra y las semillas. Además, no trabajo solo. Cuando mis hermanos en la fe están cansados o necesitados, les ayudo, y ellos también me ayudan a mí. Así cumplimos la ley de Cristo».

Jonatán reflexionó en silencio. Luego, con voz temblorosa, dijo: «He estado sembrando solo para mí mismo, buscando mi propio beneficio. No he pensado en los demás ni en Dios. He sembrado en la carne, y por eso mi cosecha ha sido de desilusión».

Eliab puso una mano en su hombro y le dijo: «No es demasiado tarde para cambiar. Hoy puedes comenzar a sembrar en el Espíritu. Ayuda a los demás, comparte lo que tienes, y verás cómo Dios transforma tu vida. Recuerda: ‘El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará’. Cada acto de bondad, por pequeño que sea, es una semilla que dará fruto en su tiempo».

Jonatán asintió, y una luz de esperanza brilló en sus ojos. Decidió seguir el consejo de Eliab. Comenzó a ayudar a los ancianos del pueblo, a compartir su comida con los necesitados y a orar por sabiduría y fuerza. Con el tiempo, su campo comenzó a florecer, y su corazón se llenó de paz y alegría.

Un día, mientras Jonatán y Eliab descansaban bajo la sombra de un árbol, el joven dijo: «Gracias, Eliab. Has sido un verdadero hermano para mí. Ahora entiendo que la vida no se trata solo de lo que puedo obtener, sino de lo que puedo dar. He aprendido a llevar las cargas de los demás y a confiar en Dios».

Eliab sonrió y respondió: «No me des las gracias a mí, sino a Dios, que nos ha dado la oportunidad de vivir en comunión y de servirle a través del amor. Y recuerda: ‘No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos’. Sigue adelante, Jonatán, porque tu recompensa está en el cielo».

Y así, los dos hombres continuaron trabajando juntos, sembrando no solo semillas en la tierra, sino también amor, fe y esperanza en los corazones de quienes los rodeaban. Y la aldea entera fue bendecida, porque habían aprendido a vivir según las enseñanzas de Gálatas 6: sembrando en el Espíritu y cosechando una vida abundante en Cristo.

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