**La Conquista de Judá y sus Aliados**
Después de la muerte de Josué, el pueblo de Israel se reunió en Silo para consultar al Señor. Los israelitas preguntaron: «¿Quién de nosotros será el primero en subir a pelear contra los cananeos?» Y el Señor respondió: «Judá subirá primero, porque yo he entregado la tierra en sus manos». Así comenzó una nueva etapa en la historia de Israel, donde las tribus se esforzarían por tomar posesión de la tierra prometida.
Judá, fortalecido por la promesa divina, se alió con su hermano Simeón. Juntos, marcharon hacia las tierras ocupadas por los cananeos. La tribu de Judá era como un león que despierta de su sueño, listo para atacar a su presa. Con espadas relucientes y corazones llenos de fe, avanzaron hacia la ciudad de Bezeq, donde gobernaba el rey Adoni-Bezec. Este rey era conocido por su crueldad, pues había capturado a setenta reyes y les había cortado los pulgares de las manos y los dedos gordos de los pies, obligándolos a recoger migajas debajo de su mesa. Pero ahora, el juicio de Dios estaba sobre él.
Al llegar a Bezeq, los hombres de Judá y Simeón atacaron con furia divina. El sonido de las trompetas resonó en el aire, y el clamor de guerra llenó el valle. Adoni-Bezec intentó resistir, pero sus fuerzas fueron derrotadas. Los israelitas lo capturaron y, en un acto de justicia divina, le cortaron los pulgares de las manos y los dedos gordos de los pies. Adoni-Bezec, reconociendo la mano de Dios en su derrota, exclamó: «Setenta reyes, con los pulgares de sus manos y los dedos de sus pies cortados, recogían migajas debajo de mi mesa. Ahora Dios me ha pagado conforme a lo que hice». Lo llevaron a Jerusalén, donde murió.
Después de esta victoria, Judá avanzó hacia Jerusalén. La ciudad, fortificada y llena de enemigos, parecía impenetrable. Sin embargo, los hombres de Judá, confiando en el poder de Dios, la atacaron y la tomaron. La espada de Judá brilló bajo el sol mientras derribaban las murallas y quemaban la ciudad. Aunque Jerusalén no sería completamente conquistada hasta mucho tiempo después, este fue un primer paso importante en la posesión de la tierra prometida.
Judá continuó su marcha hacia las tierras bajas, donde se encontraban los cananeos. Allí, en Hebrón, vivía un gigante llamado Sesai, junto con sus hermanos Talmai y Ajimán. Estos gigantes descendían de Anac, y su sola presencia infundía temor en los corazones de los hombres. Pero Caleb, el valiente líder de Judá, se levantó y dijo: «El que ataque a Quiriat-sefer y la tome, le daré a mi hija Acsa como esposa». Otoniel, sobrino de Caleb, aceptó el desafío. Con la fuerza que solo Dios puede dar, Otoniel tomó la ciudad y recibió a Acsa como su esposa.
Acsa, una mujer sabia y valiente, le pidió a su padre una bendición adicional: «Ya que me has dado tierras en el Néguev, dame también manantiales de agua». Caleb, reconociendo la sabiduría de su hija, le concedió los manantiales de arriba y los de abajo. Así, la familia de Caleb se estableció en una tierra fértil y llena de vida.
Judá y sus aliados continuaron avanzando. Tomaron Gaza, Ascalón y Ecrón, ciudades fuertes y bien defendidas. En cada batalla, el Señor estaba con ellos, entregando a sus enemigos en sus manos. Sin embargo, no todas las tribus de Israel fueron tan fieles como Judá. Algunas, como la tribu de Benjamín, no lograron expulsar a los jebuseos de Jerusalén. Otras, como Manasés, Efraín, Zabulón, Aser y Neftalí, tampoco completaron la conquista de sus territorios, permitiendo que los cananeos permanecieran entre ellos. Esto sería una fuente de problemas en el futuro, pues los cananeos llevaron a Israel a la idolatría y al pecado.
A pesar de estas fallas, la tribu de Judá siguió adelante, confiando en la promesa de Dios. Tomaron posesión de las montañas, los valles y las llanuras, y el Señor les dio descanso de sus enemigos. Pero incluso en medio de sus victorias, recordaron que la verdadera fuerza no estaba en sus espadas, sino en el poder de Dios.
Así, la historia de Judá en el libro de Jueces nos enseña la importancia de la obediencia y la fe. Cuando el pueblo confió en Dios y siguió sus mandamientos, Él les dio la victoria. Pero cuando se apartaron de Él, enfrentaron dificultades y derrotas. Que esta historia nos inspire a confiar en el Señor en todo momento, sabiendo que Él es fiel para cumplir sus promesas.