Biblia Sagrada

La Parábola de los Viñadores y el Hijo Amado

**La Parábola de los Viñadores Malvados**

En los días de Jesús, cuando las multitudes se congregaban para escuchar sus enseñanzas, Él les hablaba con autoridad y sabiduría, revelando los misterios del reino de Dios. Un día, mientras caminaba por las calles polvorientas de Jerusalén, rodeado de sus discípulos y de una multitud curiosa, Jesús comenzó a contarles una parábola. Era una historia llena de significado, destinada a revelar la verdad sobre la relación de Dios con su pueblo y la gravedad de rechazar su gracia.

«Escuchen bien», comenzó Jesús, su voz resonando con claridad en el aire tranquilo. «Un hombre plantó una viña, la cercó con un muro, cavó un lagar y construyó una torre para vigilarla. Luego, la arrendó a unos labradores y se fue lejos, a otro país.»

La multitud escuchaba atentamente, imaginando la escena: una viña bien cuidada, con sus vides cargadas de uvas jugosas, protegida por un muro de piedra. El lagar, donde se pisaba la uva para extraer el vino, y la torre, desde donde se podía vigilar toda la propiedad. Era una imagen familiar para ellos, pues en Israel las viñas eran símbolo de bendición y prosperidad.

«Cuando llegó el tiempo de la cosecha», continuó Jesús, «el dueño de la viña envió a un siervo para recibir su parte de los frutos. Pero los labradores lo agarraron, lo golpearon y lo enviaron de vuelta con las manos vacías.»

Un murmullo de indignación recorrió la multitud. ¿Cómo podían aquellos labradores ser tan ingratos y violentos? El dueño de la viña les había confiado su propiedad, y ellos respondían con maldad.

«El dueño envió a otro siervo», prosiguió Jesús, «pero también a este lo maltrataron y lo deshonraron. Luego envió a un tercero, y a este lo mataron. Y así, envió a muchos más; a unos los golpearon, a otros los mataron.»

La historia se volvía cada vez más tensa. Los rostros de la multitud reflejaban incredulidad y tristeza. ¿Cómo podía alguien ser tan cruel y despiadado? Pero Jesús no había terminado.

«Finalmente», dijo, con una mirada penetrante que parecía llegar al fondo de cada corazón, «el dueño de la viña decidió enviar a su hijo amado, pensando: ‘Respetarán a mi hijo.’ Pero cuando los labradores lo vieron, dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo, y la herencia será nuestra.’ Así que lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.»

Un silencio pesado cayó sobre la multitud. La historia era clara: el dueño de la viña representaba a Dios, la viña era su pueblo Israel, y los labradores eran los líderes religiosos que habían rechazado a los profetas enviados por Dios. Ahora, incluso al Hijo de Dios, lo habían rechazado y lo matarían.

Jesús, con una voz llena de solemnidad, preguntó: «¿Qué hará entonces el dueño de la viña? Vendrá, destruirá a esos labradores y entregará la viña a otros.»

Los líderes religiosos que estaban entre la multitud entendieron que Jesús hablaba de ellos. Sus rostros se oscurecieron de ira, pero no podían hacer nada, pues temían a la gente que admiraba a Jesús.

Entonces, Jesús citó las Escrituras, diciendo: «¿No han leído esta Escritura: ‘La piedra que desecharon los constructores ha venido a ser la piedra angular; esto es obra del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos’?»

Con estas palabras, Jesús reveló que, aunque los líderes religiosos lo rechazaran, Él era la piedra angular, el fundamento del plan de Dios. Aquellos que cayeran sobre esta piedra serían quebrantados, y sobre quienes ella cayera, serían desmenuzados.

La multitud quedó asombrada por la sabiduría y la autoridad de Jesús. Pero los líderes religiosos, llenos de envidia y odio, buscaban cómo arrestarlo, pues sabían que la parábola era contra ellos. Sin embargo, no se atrevieron a hacerlo en ese momento, porque temían al pueblo.

Así, Jesús continuó su camino, enseñando y revelando la verdad del reino de Dios, mientras las sombras de la cruz se acercaban cada vez más. Pero en su enseñanza, dejó claro que el rechazo a su mensaje y a su persona tendría consecuencias eternas, y que solo aquellos que aceptaran la piedra angular, Él mismo, encontrarían la salvación.

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