Biblia Sagrada

El Salmo 43: Luz y Esperanza en el Valle de Eliab

**El Salmo 43: Una Historia de Luz y Esperanza**

En los días antiguos, cuando las sombras de la duda y la desesperación se cernían sobre el corazón de un hombre llamado Eliab, él se encontraba en un valle oscuro, lejos de la presencia reconfortante de Dios. Eliab era un hombre justo, un adorador fiel del Señor, pero en aquel tiempo, su alma estaba abrumada por la angustia. Las circunstancias de su vida parecían conspirar en su contra: sus enemigos lo acosaban con mentiras, sus amigos lo habían abandonado, y la luz de la esperanza parecía haberse apagado en su corazón.

Una noche, mientras Eliab caminaba por las colinas solitarias cerca de su hogar, levantó sus ojos al cielo estrellado y comenzó a clamar al Señor con las palabras del Salmo 43: *»Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa. Líbrame de gente impía; del hombre engañoso e inicuo me salvarás.»* Sus palabras resonaron en el silencio de la noche, como un eco que buscaba respuesta en los cielos.

Eliab recordaba los días pasados, cuando caminaba con gozo hacia el altar de Dios, cuando su corazón se llenaba de alabanza y gratitud. Pero ahora, sentía que estaba lejos de ese lugar de comunión. *»¿Por qué me has desechado, oh Dios? ¿Por qué ando yo enlutado por la opresión del enemigo?»* Sus lágrimas caían sobre la tierra seca, y su voz temblaba al pronunciar estas palabras.

Pero en medio de su desesperación, Eliab recordó las promesas de Dios. Sabía que el Señor era su fortaleza, su refugio en tiempos de angustia. Con fe renovada, clamó: *»Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen; que me conduzcan a tu santo monte, y a tus moradas.»* Eliab entendía que la luz de Dios no era simplemente una metáfora, sino una realidad poderosa que podía disipar las tinieblas de su alma. La verdad de Dios era su ancla en medio de la tormenta, la roca firme sobre la cual podía sostenerse.

Mientras oraba, una brisa suave comenzó a soplar, como si el mismo aliento de Dios lo envolviera. Eliab sintió una paz que sobrepasaba todo entendimiento, y en su corazón surgió una certeza: Dios no lo había abandonado. La luz de Su presencia comenzó a iluminar su camino, y Eliab supo que debía seguir adelante, confiando en que el Señor lo guiaría de regreso a Su presencia.

Al día siguiente, Eliab decidió emprender un viaje hacia el monte santo, el lugar donde se encontraba el tabernáculo de Dios. Sabía que allí encontraría consuelo y renovación. Mientras caminaba, meditaba en las palabras del salmo: *»Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.»* Su corazón, que antes estaba lleno de tristeza, comenzó a llenarse de anticipación y gozo.

El viaje no fue fácil. Eliab enfrentó obstáculos en el camino: ríos crecidos, senderos escarpados y la tentación de rendirse. Pero en cada paso, recordaba la luz y la verdad de Dios, que lo guiaban como una columna de fuego en la noche. Finalmente, después de días de caminata, llegó al monte santo. El tabernáculo se alzaba ante él, majestuoso y lleno de la gloria de Dios.

Al entrar, Eliab se postró ante el altar y derramó su corazón en adoración. Las lágrimas que antes eran de dolor se convirtieron en lágrimas de gratitud. *»¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.»* Estas palabras brotaron de sus labios como un cántico de victoria. Eliab comprendió que, aunque las circunstancias externas no habían cambiado, su corazón había sido transformado por la presencia de Dios.

Desde aquel día, Eliab se convirtió en un testimonio viviente del poder de la luz y la verdad de Dios. A todos los que encontraba en su camino, les compartía su experiencia y les animaba a confiar en el Señor, incluso en los momentos más oscuros. *»La luz de Dios disipa las tinieblas,»* decía, *»y Su verdad nos guía de regreso a Su presencia.»*

Y así, la historia de Eliab se convirtió en un recordatorio eterno de que, sin importar cuán oscuro parezca el valle, la luz de Dios siempre brilla para guiarnos de regreso a Él. Como dice el Salmo 43: *»Espera en Dios, porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.»*

**Fin**

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