Biblia Sagrada

David y la Providencia Divina en Tiempos de Guerra

En aquellos días, cuando los filisteos se reunieron para la guerra contra Israel, el rey Aquis, señor de los filisteos, convocó a todos sus guerreros y líderes. Entre ellos se encontraba David, quien, huyendo de Saúl, rey de Israel, había encontrado refugio en Gat, la ciudad de Aquis. David y sus hombres habían estado sirviendo a Aquis durante algún tiempo, y el rey filisteo confiaba en ellos. Sin embargo, lo que Aquis no sabía era que David había sido ungido por el profeta Samuel como el futuro rey de Israel, y que su corazón seguía siendo fiel al Dios de Israel.

El ejército filisteo se reunió en Afec, un lugar estratégico desde donde planeaban lanzar su ataque contra Israel. David y sus seiscientos hombres marcharon al lado de Aquis, listos para la batalla. Los filisteos avanzaban con orgullo, con sus carros de guerra relucientes, sus lanzas afiladas y sus escudos decorados con símbolos de sus dioses. El sonido de los tambores y las trompetas resonaba en el aire, anunciando la llegada de un enfrentamiento sangriento.

Sin embargo, cuando los príncipes filisteos vieron a David y a sus hombres entre las filas de Aquis, se llenaron de indignación. Se acercaron al rey y le dijeron con voz firme: «¿Qué hacen estos hebreos aquí? ¿No es este David, de quien cantaban las mujeres de Israel: ‘Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles’? ¿No es este el mismo David que ha luchado contra nosotros en el pasado? ¿Cómo podemos confiar en él ahora? Si se vuelve contra nosotros en medio de la batalla, podría entregarnos a Saúl y ganarse el favor de su antiguo rey. ¡No permitas que este hombre vaya con nosotros a la guerra!»

Aquis, aunque confiaba en David, no podía ignorar las preocupaciones de sus líderes. Con un suspiro, llamó a David y le dijo: «Por el Señor, tú has sido leal, y me agrada que marches conmigo a la batalla. No he encontrado falta en ti desde el día que llegaste a mí hasta hoy. Pero los príncipes no te ven con buenos ojos. Por tanto, vuelve en paz y no hagas nada que desagrade a los ojos de los príncipes filisteos.»

David, con una expresión de sorpresa y decepción, respondió: «¿Qué he hecho, mi señor? ¿Qué mal hay en tu siervo, para que no pueda ir y pelear contra los enemigos de mi señor el rey?» Aquis, con un gesto de pesar, le dijo: «Yo sé que eres tan bueno a mis ojos como un ángel de Dios, pero los príncipes han dicho que no debes ir con nosotros. Levántate, pues, por la mañana, tú y los siervos de tu señor que han venido contigo. Partid en paz, para que no hagáis cosa que desagrade a los príncipes.»

David y sus hombres obedecieron. Al amanecer, se levantaron y partieron de regreso a la tierra de los filisteos, específicamente a Siclag, la ciudad que Aquis les había dado para vivir. Mientras caminaban, David reflexionaba en silencio. Sabía que Dios lo había librado de una situación difícil, pues no habría podido luchar contra su propio pueblo, los israelitas. Aunque parecía una deshonra ser rechazado por los filisteos, David entendía que era la mano de Dios obrando para protegerlo.

Al llegar a Siclag, David y sus hombres encontraron la ciudad en llamas. Los amalecitas habían invadido y se habían llevado cautivas a las mujeres y los niños, incluyendo a las esposas de David, Ahinoam y Abigail. El corazón de David se llenó de angustia, pero en lugar de desesperarse, buscó fortaleza en el Señor. Consultó al sacerdote Abiatar y al efod, y Dios le aseguró que persiguiera a los amalecitas, pues los alcanzaría y rescataría a todos los cautivos.

Así, David y sus hombres partieron con determinación. Tras una larga persecución, lograron derrotar a los amalecitas y recuperar todo lo que les habían robado. Fue una victoria gloriosa, y David atribuyó todo el éxito a la misericordia y el poder de Dios.

Mientras tanto, en el campo de batalla entre los filisteos e Israel, las cosas no iban bien para el pueblo de Dios. Saúl, desesperado y alejado del Señor, consultó a una médium en Endor, buscando respuestas. Allí, el espíritu del profeta Samuel se le apareció y le anunció que él y sus hijos morirían al día siguiente. Así sucedió: en la batalla del monte Gilboa, Saúl y sus hijos cayeron ante los filisteos, y el reino de Israel quedó en manos de David, el hombre conforme al corazón de Dios.

Esta historia nos muestra cómo Dios obra de maneras misteriosas. Aunque David parecía estar en una situación complicada al ser rechazado por los filisteos, fue la providencia divina la que lo libró de pelear contra su propio pueblo. Además, nos enseña la importancia de confiar en Dios incluso cuando las circunstancias parecen adversas. David, a pesar de las dificultades, buscó la guía del Señor y obtuvo la victoria. Así, su vida es un testimonio de fe, obediencia y dependencia de la voluntad de Dios.

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