**La Caída de Acaz, Rey de Judá**
En los días en que el reino de Judá estaba gobernado por Acaz, hijo de Jotam, la tierra se encontraba en un estado de gran turbulencia. Acaz no era como su padre, quien había caminado en los caminos del Señor, aunque con algunos tropiezos. En cambio, Acaz se apartó completamente de la voluntad de Dios, sumergiéndose en la idolatría y la desobediencia. Su reinado, que comenzó cuando tenía apenas veinte años, se caracterizó por decisiones imprudentes y una falta de fe en el Dios de Israel.
El rey Acaz gobernaba desde Jerusalén, la ciudad santa que Dios había elegido para morar entre su pueblo. Sin embargo, en lugar de buscar la guía del Señor, Acaz se volvió a los dioses paganos de las naciones vecinas. Erigió altares en los lugares altos, quemó incienso a Baal y sacrificó a sus hijos en el fuego, siguiendo las abominables prácticas de los cananeos. El corazón de Acaz estaba lejos de Dios, y su pueblo siguió su ejemplo, corrompiéndose cada vez más.
En aquellos días, el reino de Judá enfrentaba una gran amenaza. Los ejércitos de Siria, liderados por el rey Rezín, y el reino de Israel, gobernado por el rey Peka, hijo de Remalías, se unieron para atacar Jerusalén. Acaz, al enterarse de la inminente invasión, sintió un temor abrumador. En lugar de clamar al Señor por ayuda, como lo habían hecho los reyes piadosos antes que él, Acaz decidió confiar en su propia sabiduría y en las alianzas humanas.
Acaz envió mensajeros a Tiglat-pileser, rey de Asiria, con un mensaje de sumisión: «Yo soy tu siervo y tu hijo. Sube y sálvame de la mano del rey de Siria y de la mano del rey de Israel, que se han levantado contra mí». Para asegurar la ayuda de Asiria, Acaz tomó el oro y la plata del templo del Señor y del tesoro del palacio real, y lo envió como regalo al rey asirio. Este acto no solo demostró su falta de fe en Dios, sino que también profanó el templo, que era el lugar sagrado donde el Señor había prometido habitar entre su pueblo.
Tiglat-pileser aceptó el soborno y marchó contra Damasco, la capital de Siria. Capturó la ciudad, mató al rey Rezín y llevó a su pueblo cautivo. Aunque esto alivió temporalmente la presión sobre Judá, Acaz no reconoció la mano de Dios en estos eventos. En lugar de arrepentirse y volverse al Señor, continuó en su camino de idolatría y desobediencia.
Durante una visita a Damasco para encontrarse con Tiglat-pileser, Acaz quedó impresionado por un altar pagano que vio allí. Este altar, dedicado a los dioses asirios, era grande y elaborado, adornado con grabados y decoraciones que reflejaban la gloria de los ídolos. Acaz, en su ceguera espiritual, decidió que este altar sería un modelo para el templo del Señor en Jerusalén. Envió instrucciones detalladas al sacerdote Urías, ordenándole que construyera un altar idéntico en el lugar santo.
Cuando Acaz regresó a Jerusalén, encontró el nuevo altar ya construido. Con gran entusiasmo, ofreció sacrificios en él, quemando ofrendas y derramando libaciones. Luego, ordenó que el altar de bronce, que había sido hecho según el diseño dado por Dios a Moisés, fuera movido a un lado. El altar de bronce, que simbolizaba la presencia y la provisión de Dios, fue relegado a un lugar secundario, mientras que el altar pagano ocupaba el lugar central en el templo.
Además de esto, Acaz realizó otros cambios en el templo. Desmanteló las bases de las fuentes de bronce y quitó el mar de bronce, que estaba sobre los bueyes, colocándolo sobre un pavimento de piedra. También quitó el pórtico de los sábados y la entrada exterior del rey, todo para agradar al rey de Asiria. Cada uno de estos actos fue una afrenta directa a Dios, quien había establecido el diseño del templo como un reflejo de su gloria y santidad.
Los sacerdotes y levitas, aunque consternados por las acciones de Acaz, no se atrevieron a oponerse abiertamente al rey. Sin embargo, en sus corazones, muchos clamaban al Señor, pidiendo misericordia para su pueblo y para la ciudad santa. Sabían que la desobediencia de Acaz traería consecuencias graves, pero confiaban en que el Dios de Israel, en su fidelidad, no abandonaría por completo a su pueblo.
A medida que pasaban los años, el reino de Judá continuó decayendo espiritualmente. Las prácticas idolátricas se extendieron por toda la tierra, y el pueblo se alejó cada vez más de la ley de Dios. Aunque Acaz logró mantener una apariencia de estabilidad política durante su reinado, su falta de fe y su desobediencia sembraron semillas de destrucción que eventualmente darían fruto.
Al final de su vida, Acaz fue sepultado en la ciudad de David, pero no en los sepulcros de los reyes, un honor reservado para aquellos que habían caminado en los caminos del Señor. Su legado fue uno de infidelidad y rebelión, un recordatorio sombrío de las consecuencias de apartarse del Dios vivo.
Sin embargo, incluso en medio de la oscuridad, la luz de la esperanza no se extinguía por completo. El Señor, en su misericordia, había prometido que un remanente fiel permanecería, y que de la línea de David surgiría un rey justo que gobernaría con rectitud y establecería un reino eterno. Aunque Acaz había fallado como líder, el plan de Dios para su pueblo no se vería frustrado. La historia de Judá continuaría, y la fidelidad de Dios brillaría aún más en contraste con la infidelidad de los hombres.