Biblia Sagrada

La Vida Bendecida de Eliab: Temor a Dios y Su Fidelidad

**La Bendición del Temor de Dios: Una Historia Basada en el Salmo 128**

En una pequeña aldea rodeada de colinas verdes y campos fértiles, vivía un hombre llamado Eliab. Era un hombre sencillo, de manos callosas por el trabajo en el campo, pero su corazón estaba lleno de un profundo temor a Dios. Desde su juventud, Eliab había aprendido de sus padres que el temor de Jehová no era un miedo paralizante, sino un respeto reverente, una confianza inquebrantable en la bondad y la justicia del Señor. Cada mañana, antes de salir a trabajar, Eliab se arrodillaba en su humilde hogar y oraba: «Señor, guía mis pasos hoy. Que mi trabajo sea agradable a tus ojos y que mi vida refleje tu amor».

Eliab no era rico según los estándares del mundo, pero su vida estaba llena de bendiciones que el dinero no podía comprar. Su esposa, Abigail, era una mujer virtuosa, de corazón amable y manos diligentes. Juntos habían construido un hogar donde el amor y la fe eran los cimientos. Abigail tejía mantas y vendía sus productos en el mercado, mientras Eliab cultivaba la tierra con esmero. Aunque su vida no estaba exenta de dificultades, confiaban en que Dios proveería siempre lo necesario.

El Salmo 128 era una constante en la vida de Eliab. Lo había memorizado desde niño y lo repetía como un recordatorio de las promesas de Dios: *»Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien»*. Eliab veía esta promesa cumplirse cada día. Aunque el trabajo en el campo era duro, nunca le faltó el pan en su mesa. Cada cosecha era un recordatorio de la fidelidad de Dios.

Un día, mientras Eliab trabajaba en el campo, notó que las nubes se oscurecían en el horizonte. Una tormenta se acercaba rápidamente, y el viento comenzó a azotar los árboles. Eliab sabía que si no recogía la cosecha a tiempo, el granizo podría arruinar meses de trabajo. Con un corazón apresurado pero confiado, oró: «Señor, tú controlas los vientos y las lluvias. Protége esta cosecha, que es el fruto de nuestras manos». Con la ayuda de sus hijos, Eliab trabajó incansablemente hasta que el último grano fue guardado en el almacén. Esa noche, mientras la tormenta rugía fuera, la familia de Eliab se reunió alrededor de la mesa, agradeciendo a Dios por su provisión.

Los años pasaron, y la familia de Eliab creció. Tuvo tres hijos y dos hijas, cada uno de ellos criado en el temor de Jehová. Eliab les enseñaba las Escrituras y les mostraba con su ejemplo cómo vivir una vida de integridad y fe. Sus hijos, como plantas de olivo alrededor de su mesa, florecían bajo el cuidado amoroso de sus padres. La aldea entera conocía a la familia de Eliab como un ejemplo de bendición y prosperidad, no porque fueran ricos en bienes materiales, sino porque su hogar estaba lleno de paz y alegría.

Un día, mientras Eliab caminaba por el mercado, escuchó a un grupo de hombres quejándose de sus dificultades. Uno de ellos, llamado Caleb, se acercó a Eliab y le preguntó: «¿Cómo es que tú siempre pareces tan tranquilo, incluso en los tiempos difíciles? ¿Qué haces para que tu vida sea tan bendecida?». Eliab sonrió y respondió: «No es por mi fuerza ni por mi sabiduría, Caleb. Es porque temo a Jehová y procuro andar en sus caminos. Él es quien bendice el trabajo de mis manos y llena mi hogar de paz. Si tú también buscas a Dios de todo corazón, verás su fidelidad en tu vida».

Caleb quedó pensativo. Esa noche, regresó a su casa y decidió seguir el consejo de Eliab. Comenzó a orar y a leer las Escrituras, y poco a poco, su vida comenzó a cambiar. Aunque las circunstancias externas no mejoraron de inmediato, Caleb experimentó una paz que nunca antes había conocido. Comprendió que la verdadera bendición no estaba en la abundancia de bienes, sino en la presencia de Dios en su vida.

Los años continuaron pasando, y Eliab envejeció. Sus cabellos se volvieron grises, pero su fe permaneció firme. Un día, mientras estaba sentado bajo la sombra de un olivo, miró a su alrededor y vio a sus hijos y nietos jugando en el campo. Recordó las palabras del Salmo 128: *»Tu esposa será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos, como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová»*. Con lágrimas de gratitud en los ojos, Eliab alabó a Dios por su fidelidad.

Cuando llegó el momento de partir de este mundo, Eliab reunió a su familia y les dijo: «No teman, hijos míos. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Si caminan en sus caminos, Él los guiará y los bendecirá, tal como lo hizo conmigo». Y así, con un corazón lleno de paz, Eliab cerró los ojos por última vez, sabiendo que su vida había sido una canción de alabanza al Dios que nunca lo abandonó.

La historia de Eliab se convirtió en un legado en la aldea. Generaciones futuras recordaban su vida como un testimonio viviente de las promesas de Dios. Y cada vez que alguien recitaba el Salmo 128, pensaban en Eliab, el hombre que temió a Jehová y vivió una vida llena de bendiciones.

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