**El Salmo 64: La Oración del Justo en Tiempos de Adversidad**
En los días antiguos, cuando el pueblo de Israel atravesaba tiempos de gran tribulación, había un hombre llamado Eliab, quien era conocido por su profunda devoción a Dios. Eliab vivía en una pequeña aldea cerca de las montañas de Judá, donde pastoreaba sus ovejas y cultivaba la tierra que el Señor le había dado. Aunque su vida era sencilla, su corazón estaba lleno de gratitud hacia el Creador, y cada mañana y cada noche, elevaba sus oraciones al cielo, agradeciendo por las bendiciones recibidas y pidiendo protección contra los peligros que acechaban.
Sin embargo, no todos en la aldea compartían la fe de Eliab. Había un grupo de hombres malvados que conspiraban en las sombras, planeando hacer daño a los justos. Estos hombres, llenos de envidia y malicia, murmuraban en secreto, tramando cómo podrían destruir a Eliab y a otros que, como él, confiaban en el Señor. Sus palabras eran como flechas afiladas, y sus corazones estaban llenos de amargura y odio.
Un día, mientras Eliab oraba en la quietud de la noche, sintió una profunda inquietud en su espíritu. Sabía que algo malo se estaba gestando, pero no podía discernir qué era. Con el corazón angustiado, se postró ante Dios y comenzó a clamar: «¡Oh Señor, escucha mi voz en mi queja! ¡Guarda mi vida del temor del enemigo! Escondeme del consejo secreto de los malvados, de la conspiración de los que hacen iniquidad».
Eliab sabía que sus enemigos afilaban sus lenguas como espadas y apuntaban sus palabras venenosas como flechas. Temía que, en cualquier momento, pudieran atacarlo en su momento más vulnerable. Pero en medio de su temor, recordó las promesas de Dios. Sabía que el Señor era su refugio y su fortaleza, y que ningún plan de los malvados podría prosperar si no era permitido por la mano divina.
Mientras tanto, los malvados se reunían en un lugar oculto, lejos de los ojos de los justos. Allí, se animaban unos a otros en su maldad, diciendo: «¿Quién nos verá? Hemos ideado un plan perfecto, y nadie podrá descubrir nuestras intenciones». Pero lo que ellos no sabían era que el Señor, desde su trono en los cielos, observaba cada uno de sus movimientos. Él escuchaba sus palabras llenas de malicia y veía sus corazones llenos de engaño.
Dios, en su infinita sabiduría, decidió actuar. Una noche, mientras los malvados se preparaban para llevar a cabo su plan, una gran tormenta cayó sobre la aldea. Los truenos retumbaban en el cielo, y los relámpagos iluminaban la tierra como si fueran las flechas del Señor. Los malvados, llenos de temor, intentaron huir, pero sus propios planes se volvieron contra ellos. Uno de ellos tropezó y cayó en un pozo profundo que ellos mismos habían cavado para atrapar a Eliab. Otro fue alcanzado por un rayo, y su lengua, que había sido usada para maldecir, quedó muda.
Al amanecer, la aldea despertó con la noticia de lo sucedido. Los justos, incluyendo a Eliab, se reunieron para dar gracias a Dios por su protección. Eliab, con lágrimas en los ojos, alzó su voz y dijo: «El justo se alegrará en el Señor y confiará en Él; todos los rectos de corazón se gloriarán. Porque el Señor ha desbaratado los planes de los malvados y ha protegido a los que confían en Él».
Desde ese día, la aldea vivió en paz, y los malvados que quedaron aprendieron a temer al Señor. Eliab continuó pastoreando sus ovejas y cultivando la tierra, pero ahora con un corazón aún más agradecido. Cada noche, antes de dormir, recordaba las palabras del Salmo 64 y las repetía como un canto de victoria: «El hombre justo se alegrará en el Señor, y en Él se refugiará; y todos los rectos de corazón se gloriarán».
Y así, la historia de Eliab se convirtió en un testimonio viviente de la fidelidad de Dios, quien escucha las oraciones de los justos y protege a los que confían en Él, incluso en los momentos más oscuros.