Biblia Sagrada

La Visión del Candelero de Oro y los Dos Olivos

**La Visión del Candelero de Oro y los Dos Olivos**

En los días del profeta Zacarías, cuando el pueblo de Israel regresaba del exilio en Babilonia y comenzaba a reconstruir el templo en Jerusalén, Dios le dio una serie de visiones para animar y guiar a su pueblo. Una de estas visiones fue la del candelero de oro y los dos olivos, una revelación llena de simbolismo y esperanza.

Era una noche tranquila en la ciudad de Jerusalén. La luna brillaba en el cielo, iluminando las calles polvorientas y las ruinas del templo que poco a poco se levantaban de nuevo. Zacarías, el profeta, estaba en su habitación, meditando en las palabras que Dios le había estado revelando. De repente, un soplo de aire fresco entró por la ventana, y una luz intensa llenó la habitación. Zacarías sintió que su espíritu se elevaba, y en un instante, se encontró en medio de una visión celestial.

Ante sus ojos apareció un candelero de oro macizo, de una belleza indescriptible. No era un candelero común, sino uno de diseño exquisito, con siete brazos que se extendían hacia arriba, cada uno coronado por una lámpara. Las lámparas brillaban con una luz tan intensa que parecía provenir directamente del cielo. El oro del candelero reflejaba la luz, creando un resplandor que iluminaba todo a su alrededor. Zacarías quedó maravillado por la perfección y la gloria de aquella obra.

Pero lo que más llamó su atención fue lo que vio junto al candelero. A cada lado había un olivo, cuyas ramas se extendían sobre el candelero. De las ramas de los olivos brotaba un aceite dorado y resplandeciente que fluía directamente hacia las lámparas del candelero, manteniéndolas encendidas sin necesidad de que nadie las alimentara. Era un flujo constante y abundante, un símbolo de provisión divina.

Zacarías, confundido por la visión, preguntó al ángel que lo acompañaba: «¿Qué significa esto, señor mío? ¿Qué representan estas cosas?»

El ángel, con una voz suave pero llena de autoridad, respondió: «¿No sabes qué es esto?» Zacarías, humildemente, admitió que no lo entendía. Entonces, el ángel le explicó: «Este es el mensaje del Señor para Zorobabel: ‘No será por la fuerza ni por el poder, sino por mi Espíritu’, dice el Señor Todopoderoso».

El ángel continuó explicando que el candelero de oro representaba la presencia de Dios entre su pueblo, iluminando el camino y guiándolos en la oscuridad. Las siete lámparas simbolizaban la plenitud y la perfección del Espíritu de Dios, que nunca se apaga. Los dos olivos, por su parte, representaban a dos ungidos que estaban al servicio de Dios: Zorobabel, el gobernador que lideraba la reconstrucción del templo, y Josué, el sumo sacerdote que guiaba al pueblo en su relación con Dios.

El aceite que fluía de los olivos hacia el candelero era un recordatorio de que la obra de Dios no dependía de la fuerza humana, ni de los recursos terrenales, sino del poder y la provisión del Espíritu Santo. Aunque la tarea de reconstruir el templo parecía imposible ante los ojos de los hombres, Dios les aseguraba que Él estaría con ellos, sosteniéndolos y dándoles todo lo necesario para cumplir su propósito.

Zacarías, al comprender la visión, sintió un profundo gozo y esperanza. Dios no los había abandonado. Aunque el camino era difícil y las circunstancias parecían adversas, el Espíritu de Dios estaba con ellos, guiando sus pasos y asegurando que la obra se completaría. El mensaje era claro: no debían confiar en su propia fuerza, sino en la provisión divina.

Al despertar de la visión, Zacarías compartió lo que había visto con el pueblo. Les habló del candelero de oro, de los dos olivos y del aceite que fluía sin cesar. Les recordó que Dios estaba con ellos, que su Espíritu los fortalecería y que, aunque los obstáculos parecían insuperables, nada era imposible para el Señor.

El pueblo, al escuchar las palabras de Zacarías, se llenó de valor y determinación. Continuaron trabajando en la reconstrucción del templo, confiando en que Dios cumpliría su promesa. Y así fue. Aunque enfrentaron oposición y dificultades, el templo fue reconstruido, y la presencia de Dios volvió a habitar entre su pueblo.

La visión del candelero de oro y los dos olivos se convirtió en un recordatorio eterno de que la obra de Dios no depende de la fuerza humana, sino de su Espíritu. Y hasta el día de hoy, esta visión nos enseña que, cuando confiamos en Dios y nos sometemos a su guía, Él provee todo lo necesario para cumplir su voluntad en nuestras vidas.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *