Biblia Sagrada

El Salmo 53: Rebelión, Redención y la Fidelidad de Dios

**El Salmo 53: La Historia de la Rebelión y la Redención**

En los días antiguos, cuando las naciones de la tierra se levantaban y caían como las olas del mar, había un pueblo que había olvidado el temor de Dios. Este pueblo, aunque bendecido con abundancia y paz, se había corrompido en su corazón. Sus pensamientos eran oscuros, sus acciones perversas, y sus palabras estaban llenas de engaño. Habían dicho en su corazón: «No hay Dios». Y así, caminaban por senderos torcidos, alejándose cada vez más de la luz de la verdad.

En aquel tiempo, vivía un hombre llamado Eliab, un pastor de ovejas en las colinas de Judá. Eliab era un hombre justo, que meditaba en la ley de Dios día y noche. Aunque vivía en medio de un pueblo corrupto, su corazón permanecía fiel al Señor. Cada mañana, al salir el sol, Eliab subía a una colina solitaria para orar y contemplar las maravillas de la creación. Allí, en la quietud de la madrugada, sentía la presencia de Dios como un viento suave que acariciaba su rostro.

Pero un día, mientras Eliab pastoreaba sus ovejas, escuchó un clamor que venía de la ciudad cercana. Era un grito de angustia, mezclado con el sonido de espadas chocando y el llanto de mujeres y niños. Eliab corrió hacia la ciudad, y lo que vio lo llenó de tristeza. Un ejército extranjero había invadido la región, saqueando y destruyendo todo a su paso. Los habitantes de la ciudad, que habían vivido en la impiedad, ahora sufrían las consecuencias de su rebelión contra Dios.

Eliab entró en la ciudad y vio cómo los invasores profanaban el templo, derribando los altares y quemando los rollos de la ley. Los líderes del pueblo, que antes se burlaban de Dios, ahora clamaban por ayuda, pero no había quien los escuchara. Eliab, con lágrimas en los ojos, se arrodilló en medio de la destrucción y oró: «Señor, ¿hasta cuándo permitirás que los impíos triunfen? ¿No vendrás a rescatar a tu pueblo?»

Mientras oraba, una voz suave pero poderosa resonó en su corazón: «Los necios dicen en su corazón: ‘No hay Dios’. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. Pero yo estoy en mi santo templo, y desde allí observo a los hijos de los hombres. Vendrá el día en que los justos serán vindicados, y los impíos serán puestos en vergüenza».

Eliab se levantó fortalecido por estas palabras. Sabía que, aunque el mal parecía triunfar, Dios estaba en control. Con valentía, comenzó a predicar en las calles de la ciudad, llamando al arrepentimiento a los sobrevivientes. Algunos lo escucharon y se volvieron a Dios, pero otros lo rechazaron, endureciendo aún más sus corazones.

Pasaron los días, y el ejército invasor continuó su avance, llevándose consigo a muchos cautivos. Eliab, sin embargo, no perdió la esperanza. Sabía que Dios no abandonaría a su pueblo para siempre. Una noche, mientras dormía bajo las estrellas, tuvo un sueño. Vio a un gran ejército de ángeles descendiendo del cielo, rodeando la ciudad y expulsando a los invasores. Luego, vio a un hombre vestido de blanco, con un rostro resplandeciente como el sol, que extendía sus manos sobre la tierra y decía: «La salvación viene de Sión. Cuando Dios restaure la suerte de su pueblo, se regocijará Jacob y se alegrará Israel».

Al despertar, Eliab supo que este sueño era una promesa de Dios. Aunque el presente era oscuro, el futuro estaba lleno de esperanza. Con renovado ánimo, continuó su ministerio, consolando a los afligidos y recordándoles que Dios no los había abandonado.

Años más tarde, cuando el pueblo de Judá finalmente se arrepintió y clamó a Dios con todo su corazón, el Señor escuchó sus oraciones. Un nuevo rey, temeroso de Dios, ascendió al trono y lideró al pueblo en la reconstrucción del templo y la restauración de la adoración verdadera. Los invasores fueron expulsados, y la paz volvió a la tierra.

Eliab, ahora anciano, vio con sus propios ojos el cumplimiento de la promesa de Dios. En sus últimos días, se sentó bajo un olivo y escribió en un rollo las palabras del Salmo 53, como un recordatorio para las generaciones futuras:

*»Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’.
Se han corrompido, hacen obras abominables;
no hay quien haga el bien.
Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres,
para ver si había algún entendido que buscara a Dios.
Todos se desviaron, a una se han corrompido;
no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno.
¿No tienen conocimiento todos los que hacen iniquidad,
que devoran a mi pueblo como si comieran pan,
y a Dios no invocan?
Allí se sobresaltaron de pavor donde no había miedo,
porque Dios esparció los huesos del que acampó contra ti;
los avergonzaste, porque Dios los desechó.
¡Oh, si de Sión saliera la salvación de Israel!
Cuando Dios restaure la suerte de su pueblo,
se regocijará Jacob, y se alegrará Israel.»*

Y así, la historia de Eliab y su pueblo se convirtió en un testimonio eterno de la fidelidad de Dios. Aunque los hombres se corrompan y nieguen a su Creador, el Señor permanece fiel. Él es el refugio de los justos y el juez de los impíos. Y en su tiempo perfecto, traerá salvación y restauración a los que confían en Él.

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