Biblia Sagrada

El Renuevo de la Tierra: Restauración y Misericordia Divina

**El Renuevo de la Tierra: Una Historia Inspirada en el Salmo 85**

En los días antiguos, cuando el pueblo de Israel atravesaba tiempos de angustia y desolación, clamaron al Señor con corazones quebrantados. Habían experimentado la disciplina de Dios debido a sus pecados, y la tierra parecía haber perdido su vitalidad. Los campos, antes fértiles, yacían secos; los ríos, antes caudalosos, se habían convertido en arroyos escasos. El pueblo recordaba las promesas de Dios, pero en su presente solo veían sombras de lo que una vez fue.

En medio de esta desesperación, un hombre llamado Eliab, un levita que servía en el templo, se levantó como voz de esperanza. Eliab era conocido por su profunda devoción y su capacidad para escuchar la voz de Dios en medio del silencio. Una noche, mientras oraba en la soledad del santuario, el Espíritu del Señor descendió sobre él, y una visión llenó su mente. Vio un campo árido que de repente se cubría de brotes verdes, y un río de agua viva que fluía desde el monte Sión, llevando consigo vida y restauración. Entonces, una voz resonó en su interior: «El Señor mostrará su misericordia, y la tierra será renovada».

Al día siguiente, Eliab reunió a los ancianos y al pueblo en la plaza principal. Con voz firme y llena de convicción, les habló: «Hermanos, el Señor ha hablado. Él no nos ha abandonado. Aunque hemos pecado y hemos sido disciplinados, su amor es más grande que nuestra infidelidad. Escuchen las palabras del Salmo que el Espíritu ha puesto en mi corazón: ‘Señor, has sido bondadoso con tu tierra; has restaurado la fortuna de Jacob. Has perdonado la iniquidad de tu pueblo y has cubierto todos sus pecados. Has reprimido tu enojo y has hecho a un lado tu furor'».

El pueblo escuchó en silencio, y sus corazones comenzaron a latir con esperanza. Eliab continuó: «Dios nos llama a volver a Él. No es suficiente con lamentarnos; debemos arrepentirnos de verdad y buscar su rostro. Él desea mostrarnos su misericordia y darnos su salvación. Pero debemos estar dispuestos a escuchar su voz y a no volver a la necedad».

Durante los siguientes días, el pueblo se reunió en ayuno y oración. Confesaron sus pecados, tanto los personales como los colectivos, y clamaron por la restauración de su tierra. Las madres lloraban por sus hijos, los ancianos recordaban las promesas de Dios a sus antepasados, y los jóvenes se postraban ante el Señor con humildad. El aire se llenó de un sentido de expectativa, como si algo grande estuviera por suceder.

Una mañana, mientras el sol comenzaba a asomarse sobre las colinas, un niño llamado Samuel, que pastoreaba las pocas ovejas que quedaban, corrió hacia el pueblo gritando: «¡Vengan, vengan a ver!». La gente lo siguió hasta el borde del valle, y allí, ante sus ojos, vieron algo que les hizo contener la respiración. Donde antes solo había tierra seca y polvorienta, ahora brotaban pequeñas plantas verdes. El rocío de la mañana brillaba sobre ellas como diamantes, y un aroma fresco llenaba el aire. Era como si la tierra misma estuviera celebrando la misericordia de Dios.

Eliab, con lágrimas en los ojos, levantó sus manos hacia el cielo y exclamó: «¡El Señor ha respondido! Él ha enviado su verdad y su justicia desde los cielos. Como dice el Salmo: ‘La verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos’. ¡Este es el comienzo de su obra!».

En las semanas siguientes, la transformación fue evidente. Los campos se llenaron de cosechas abundantes, los ríos volvieron a fluir, y el pueblo experimentó una renovación espiritual sin precedentes. Las familias se reconciliaron, los vecinos compartían sus bendiciones, y el temor de Dios reinaba en cada corazón. Los sacerdotes ofrecían sacrificios de gratitud, y los salmos de alabanza resonaban en las calles.

Un día, mientras el pueblo celebraba una fiesta de acción de gracias, Eliab se paró frente a ellos y les dijo: «Hermanos, no olviden lo que el Señor ha hecho. Él nos ha mostrado que su misericordia y su verdad se encuentran; que su justicia y su paz se besan. La fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde los cielos. Pero esto no es solo para nosotros. El Señor desea que seamos portadores de esta buena nueva a todas las naciones. Que nuestra restauración sea un testimonio de su amor y su poder».

Y así, el pueblo de Israel, renovado en cuerpo y espíritu, se convirtió en un faro de esperanza para los pueblos vecinos. La historia de su restauración se contó de generación en generación, recordando siempre que el Señor es bueno y que su misericordia perdura para siempre.

**Fin**

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