Biblia Sagrada

El Salmo 21: La Victoria del Rey Ungido

**El Salmo 21: La Victoria del Rey Ungido**

En los días antiguos, cuando el pueblo de Israel estaba bajo el reinado de un rey justo y temeroso de Dios, el Señor manifestó su poder y su bondad de maneras extraordinarias. Este rey, ungido por el Altísimo, había sido escogido para guiar a su pueblo con sabiduría y rectitud. Su corazón estaba lleno de gratitud hacia el Señor, y en su palacio, en las alturas de Jerusalén, se escuchaban constantemente cánticos de alabanza y oraciones de agradecimiento.

Un día, mientras el rey meditaba en la grandeza de Dios, recordó las palabras del Salmo 21, que había sido compuesto en su honor y en honor a la fidelidad del Señor. El salmo hablaba de la victoria, de la fuerza y de la bendición que Dios había derramado sobre su vida. Conmovido, el rey decidió reunir a sus siervos y al pueblo para contarles la historia de cómo el Señor había obrado en su vida.

El rey comenzó su relato con voz solemne: «Hace muchos años, cuando aún era un joven pastor en los campos de Belén, el profeta Samuel vino a mi casa. Él llevaba consigo un cuerno de aceite, y ante la mirada atónita de mi familia, me ungió como el futuro rey de Israel. En ese momento, el Espíritu del Señor descendió sobre mí, y supe que mi vida estaba consagrada a su servicio.»

El rey hizo una pausa y miró al cielo, como si estuviera viendo nuevamente aquel momento. Luego continuó: «Pero el camino no fue fácil. El rey Saúl, quien gobernaba en aquel entonces, se llenó de celos y buscó quitarme la vida. Tuve que huir a los desiertos y a las montañas, viviendo como un fugitivo. Sin embargo, en medio de la adversidad, el Señor fue mi refugio y mi fortaleza. Él me protegió de las manos de mis enemigos y me dio fuerzas para perseverar.»

El pueblo escuchaba en silencio, maravillado por las palabras de su rey. Él prosiguió: «Cuando finalmente ascendí al trono, el Señor me dio victoria sobre todos mis enemigos. Las naciones vecinas que se levantaron contra Israel fueron derrotadas, no por mi espada, sino por el poder de Dios. Él extendió mi territorio y estableció mi reino sobre bases firmes. Cada victoria, cada triunfo, fue un regalo de su mano misericordiosa.»

El rey se levantó de su trono y caminó hacia el centro de la sala. Con voz emocionada, dijo: «El Salmo 21 habla de la alegría que siente un rey cuando el Señor responde a sus oraciones. Yo he experimentado esa alegría. Cuando clamé a Él en los momentos de angustia, Él me escuchó. Cuando le pedí sabiduría para gobernar, Él me la concedió. Y cuando le pedí victoria sobre mis enemigos, Él me la dio. Mi corazón se regocija en el Señor, porque Él es mi fortaleza y mi salvación.»

El rey hizo una pausa y miró a su pueblo con ojos llenos de compasión. «Pero no solo yo he sido bendecido», continuó. «El Señor ha derramado sus bendiciones sobre todo Israel. Él nos ha dado paz en nuestras fronteras, abundancia en nuestras cosechas y alegría en nuestros hogares. Su fidelidad es como el sol que brilla en lo alto, iluminando cada rincón de nuestra tierra.»

El pueblo comenzó a murmurar palabras de agradecimiento, y algunos incluso cayeron de rodillas, adorando al Señor. El rey, conmovido por la devoción de su gente, levantó sus manos y dijo: «Hoy, quiero que recordemos que todo lo que tenemos, todo lo que somos, es por la gracia de Dios. Él es nuestro escudo, nuestro refugio y nuestra esperanza. Por eso, alabemos su nombre y demos gracias por su bondad.»

Entonces, el rey ordenó que se tocaran los címbalos, las trompetas y las arpas. El sonido de la música llenó el aire, y el pueblo comenzó a cantar el Salmo 21 con fervor: «Señor, el rey se alegra por tu fuerza; ¡cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón y no le has negado la petición de sus labios.»

Mientras el cántico resonaba en las calles de Jerusalén, el rey miró hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a ponerse. En ese momento, sintió una profunda paz en su corazón, sabiendo que el Señor estaba con él y que su reinado estaba firmemente establecido en la voluntad de Dios.

Y así, el pueblo de Israel vivió en paz y prosperidad bajo el reinado de su rey ungido, recordando siempre que la verdadera victoria viene del Señor, quien es fiel a sus promesas y bondadoso con aquellos que confían en Él.

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