**El Discurso de Zofar: La Suerte del Malvado**
En los días antiguos, cuando Job, un hombre justo y temeroso de Dios, se encontraba sumido en una profunda aflicción, sus amigos se sentaron con él para consolarlo. Entre ellos estaba Zofar, el naamatita, quien, al escuchar las palabras de Job, sintió que su corazón ardía de indignación. Zofar, convencido de que el sufrimiento de Job era consecuencia de algún pecado oculto, decidió hablar con firmeza. Su discurso, basado en la sabiduría tradicional, se convirtió en una reflexión sobre la suerte de los malvados, un tema que resonaba con fuerza en su mente.
Zofar comenzó su discurso con voz grave y solemne, mirando fijamente a Job. «Escucha mis palabras, Job, porque mi espíritu me impulsa a responder. He oído tus razones, pero mi mente no puede permanecer en silencio. ¿Acaso no sabes que desde tiempos antiguos, desde que el hombre fue puesto sobre la tierra, el triunfo de los malvados es breve y su alegría momentánea? Aunque su orgullo se eleve hasta los cielos y su cabeza toque las nubes, al final perecerán como su propio estiércol. Los que lo vieron dirán: ‘¿Dónde está?’ Como un sueño se desvanecerá, y no será hallado; se esfumará como una visión nocturna.»
Zofar hizo una pausa, observando el rostro de Job, esperando ver algún signo de arrepentimiento. Pero Job permaneció en silencio, sus ojos fijos en el suelo. Zofar continuó, su voz llena de convicción. «Los ojos que lo vieron no lo verán más; su lugar no lo conocerá. Sus hijos buscarán el favor de los pobres, y sus manos devolverán lo que él robó. Sus huesos, llenos de vigor en su juventud, yacerán con él en el polvo. Aunque el mal sea dulce en su boca, y lo esconda debajo de su lengua, aunque lo saboree y no lo deje ir, y lo retenga en su paladar, su comida se volverá en sus entrañas; será como veneno de serpiente dentro de él.»
Zofar describió con detalle el destino de los malvados, pintando un cuadro vívido de su caída. «Verá la riqueza que acumuló, pero no la disfrutará; no gozará de las ganancias de su comercio. Porque oprimió y abandonó a los pobres; se apoderó de casas que no edificó. Porque su apetito no tuvo reposo, nada escapó de su codicia. No habrá escapatoria para su avaricia; no podrá salvarse con sus tesoros. Cuando esté lleno, será oprimido; la mano de todos los miserables caerá sobre él. Cuando esté por llenar su vientre, Dios enviará sobre él el ardor de su ira, y hará llover sobre él su furor.»
El naamatita continuó, su voz resonando con autoridad. «Si huye de las armas de hierro, el arco de bronce lo atravesará. Sacará la flecha de su aljaba, y saldrá traspasado de su cuerpo; el relámpago de la punta saldrá de su hígado; sobre él caerán terrores. Toda oscuridad está reservada para sus tesoros; un fuego no avivado lo consumirá; devorará lo que quede en su tienda. Los cielos revelarán su iniquidad, y la tierra se levantará contra él. Las riquezas que acumuló serán arrastradas; en el día de la ira de Dios serán consumidas. Esta es la porción que Dios tiene para el malvado, la herencia que le ha sido asignada por el Todopoderoso.»
Zofar concluyó su discurso con una mirada severa hacia Job, esperando que sus palabras penetraran en el corazón de su amigo. Pero Job, aunque afligido, no se doblegó. En su corazón, sabía que su integridad permanecía intacta, y que su sufrimiento no era el resultado de un pecado oculto. Aunque las palabras de Zofar estaban llenas de sabiduría tradicional, no capturaban la complejidad del misterio de Dios ni la profundidad de la fe de Job.
Así, en medio del polvo y la ceniza, Job continuó clamando a Dios, buscando respuestas que solo el Creador podía dar. Y aunque sus amigos intentaron explicar su sufrimiento, la verdadera respuesta estaba más allá de su comprensión, escondida en los designios insondables del Todopoderoso.