Biblia Sagrada

El Rey Eliab: Sabiduría y Justicia en el Trono

**La Sabiduría de un Rey Justo**

En los días antiguos, cuando los reinos se extendían por la tierra y los hombres buscaban la justicia, hubo un rey llamado Eliab, quien gobernaba con sabiduría y rectitud. Su reino era próspero, pero no por la abundancia de sus cosechas o la riqueza de sus minas, sino porque Eliab temía al Señor y gobernaba según Sus preceptos. El rey había meditado en las palabras de Proverbios 20 y las había hecho el fundamento de su reinado.

Un día, mientras el sol se alzaba sobre las colinas y los pájaros cantaban en los jardines del palacio, Eliab se sentó en su trono para escuchar las peticiones de su pueblo. La sala del trono estaba adornada con tapices de colores vivos y lámparas de oro que brillaban como estrellas. Los nobles y los plebeyos se alineaban, esperando su turno para presentar sus casos ante el rey.

El primero en acercarse fue un hombre llamado Caleb, un comerciante de edad avanzada cuyo rostro estaba marcado por las preocupaciones. Con voz temblorosa, Caleb dijo: «Oh rey, mi vecino, un hombre llamado Joab, me ha robado. Él tomó mis mercancías y ahora niega haberlo hecho. No tengo testigos, pero sé que él es culpable. Te ruego que hagas justicia».

Eliab escuchó con atención, recordando las palabras de Proverbios 20:10: *»Pesas falsas y medidas falsas, ambas son abominación al Señor»*. El rey sabía que la honestidad era fundamental para la justicia. Con voz firme, dijo: «Caleb, ¿tienes alguna prueba de lo que dices? Porque el Señor aborrece el engaño, y yo no puedo juzgar sin evidencia».

Caleb bajó la cabeza y admitió: «No tengo pruebas, mi rey, pero te juro que digo la verdad».

Eliab suspiró profundamente. Sabía que no podía actuar basándose únicamente en la palabra de un hombre, por más sincero que pareciera. Recordó Proverbios 20:5: *»Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre; mas el hombre entendido lo alcanzará»*. El rey decidió investigar más a fondo antes de pronunciar un veredicto.

Llamó a Joab, el acusado, y le preguntó: «¿Qué tienes que decir sobre estas acusaciones?».

Joab, un hombre de mirada astuta y voz suave, respondió: «Mi rey, Caleb es un hombre amargado. Él ha perdido su fortuna debido a su propia imprudencia y ahora busca culparme. Yo no he tocado sus mercancías».

El rey Eliab observó a ambos hombres cuidadosamente. Sabía que la verdad a menudo estaba oculta, como aguas profundas, y que solo la sabiduría podía sacarla a la luz. Decidió poner a prueba a Joab. «Joab, si eres inocente, como dices, ¿estarías dispuesto a jurar ante el Señor que no has robado a Caleb?».

Joab dudó por un momento, pero finalmente asintió. «Lo juro, mi rey».

Eliab ordenó que trajeran un recipiente con agua bendita y dijo: «Joab, sumerge tu mano en esta agua y jura nuevamente que eres inocente. Si mientes, el Señor te juzgará».

Joab palideció. Sus manos temblaron, y finalmente cayó de rodillas, confesando: «Perdóname, mi rey. He mentido. Tomé las mercancías de Caleb. La codicia me cegó».

El rey Eliab, aunque entristecido por la confesión, se sintió aliviado de que la verdad hubiera salido a la luz. Recordó Proverbios 20:22: *»No digas: ‘Vengaré el mal’; espera al Señor, y él te salvará»*. En lugar de actuar con ira, Eliab mostró misericordia. «Joab, devolverás a Caleb el doble de lo que le robaste. Y como castigo, trabajarás en las tierras del reino durante un año para aprender el valor de la honestidad».

Caleb, con lágrimas en los ojos, agradeció al rey por su sabiduría y justicia. «Bendito seas, oh rey, porque has gobernado con rectitud».

Más tarde, ese mismo día, una mujer llamada Miriam se acercó al trono. Era una viuda pobre, vestida con ropas sencillas y desgastadas. Con voz suave pero firme, dijo: «Mi rey, mi hijo ha sido acusado de un crimen que no cometió. Los ancianos del pueblo lo han condenado sin escucharlo. Te ruego que lo salves».

Eliab recordó Proverbios 20:28: *»Misericordia y verdad guardan al rey, y con misericordia sostiene su trono»*. Sabía que un gobernante debía equilibrar la justicia con la compasión. Ordenó que trajeran al joven acusado y escuchó su historia. Descubrió que el muchacho había sido acusado falsamente por enemigos de su familia.

Conmovido por la situación, Eliab declaró: «Este joven es inocente. Que nadie lo moleste más. Y a aquellos que lo acusaron falsamente, les advierto: el Señor aborrece la mentira y la malicia. Arrepiéntanse, o enfrentarán la ira del cielo».

Miriam y su hijo cayeron de rodillas, agradeciendo al rey por su misericordia. Eliab los bendijo y les dio provisiones para su viaje de regreso a casa.

Al final del día, cuando el sol se ponía y las sombras se alargaban en la sala del trono, Eliab reflexionó sobre los eventos del día. Recordó Proverbios 20:27: *»Lámpara del Señor es el espíritu del hombre, que escudriña lo más profundo del ser»*. Sabía que su deber como rey no era solo gobernar, sino guiar a su pueblo hacia la luz de la verdad y la justicia.

Y así, el reino de Eliab continuó prosperando, no por la fuerza de sus ejércitos o la riqueza de sus tesoros, sino porque su gobernante caminaba en la sabiduría del Señor, aplicando Sus enseñanzas en cada decisión. Y el nombre de Eliab fue recordado por generaciones como un ejemplo de un rey justo y sabio, que temía a Dios y gobernaba con integridad.

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