Biblia Sagrada

La Tribulación de Israel y la Gracia de Dios en Jueces 21

**La Tribulación de Israel y la Provisión de Dios: Jueces 21**

En aquellos días, cuando no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía. El pueblo de Israel había jurado en Mizpa, diciendo: «Ninguno de nosotros dará su hija en matrimonio a los de Benjamín». Este juramento había sido hecho en un momento de gran ira y dolor, después de una guerra fratricida que había dejado a la tribu de Benjamín al borde de la extinción. Solo seiscientos hombres habían logrado refugiarse en la roca de Rimón, escapando de la furia de sus hermanos. Ahora, el pueblo de Israel se encontraba en un dilema moral y espiritual, preguntándose cómo podrían asegurar la supervivencia de una de las doce tribus de Israel sin romper el juramento que habían hecho ante el Señor.

El pueblo se reunió en Betel, y allí se sentaron ante Dios hasta el atardecer, llorando amargamente. «Oh, Señor, Dios de Israel», clamaron, «¿por qué ha sucedido esto en Israel? ¿Por qué falta una tribu en Israel hoy?». La angustia en sus corazones era palpable, y el peso de sus acciones los abrumaba. Habían actuado con justicia contra los hombres de Gabaa por su pecado, pero ahora se daban cuenta de que su ira los había llevado a un extremo que amenazaba la unidad de las doce tribus.

Al día siguiente, el pueblo se levantó temprano y construyó un altar, ofreciendo holocaustos y ofrendas de paz. Luego, se preguntaron: «¿Quién de todas las tribus de Israel no subió a la asamblea ante el Señor?». Porque habían hecho un juramento solemne, diciendo que cualquiera que no subiera a Mizpa sería condenado a muerte. Al investigar, descubrieron que ninguno de los habitantes de Jabes de Galaad había asistido a la reunión. Esto los llenó de tristeza, pero también de determinación, pues vieron en esto una oportunidad para remediar la situación de Benjamín.

Entonces, la congregación envió doce mil hombres valientes a Jabes de Galaad con la orden de pasar a filo de espada a todos sus habitantes, incluyendo mujeres y niños. Sin embargo, les dijeron: «Dejad con vida a todas las jóvenes que no hayan conocido varón». Así lo hicieron, y encontraron cuatrocientas doncellas vírgenes entre los habitantes de Jabes de Galaad. Estas jóvenes fueron llevadas al campamento en Silo, en la tierra de Canaán.

Luego, los ancianos de la congregación enviaron mensajeros a los hombres de Benjamín que estaban en la roca de Rimón, ofreciéndoles paz. Les dijeron: «He aquí, hemos encontrado mujeres para vosotros entre las hijas de Jabes de Galaad. Tomadlas y llevadlas a vuestras tierras». Los benjaminitas aceptaron la oferta y tomaron a las cuatrocientas jóvenes como esposas. Sin embargo, esto no fue suficiente, pues aún faltaban mujeres para los doscientos hombres restantes.

El pueblo de Israel se entristeció nuevamente, preguntándose cómo podrían proveer esposas para los hombres restantes sin romper su juramento. Entonces, los ancianos tuvieron una idea. Recordaron que cada año había una fiesta en Silo, donde las jóvenes salían a danzar en los viñedos. Les dijeron a los hombres de Benjamín: «Id y escondeos en los viñedos. Cuando las jóvenes de Silo salgan a danzar, salid de vuestros escondites, tomad cada uno una mujer para vosotros y llevadla a la tierra de Benjamín».

Los hombres de Benjamín hicieron tal como se les indicó. Cuando las jóvenes salieron a danzar, los benjaminitas salieron de sus escondites y tomaron a las que quisieron. Luego, regresaron a su tierra, reconstruyeron sus ciudades y habitaron en ellas. El pueblo de Israel también regresó a sus tierras, cada uno a su heredad.

Aunque el problema había sido resuelto, el corazón del pueblo estaba inquieto. Sabían que habían actuado con sabiduría humana, pero también reconocían que no habían buscado plenamente la guía de Dios en cada paso. El juramento que habían hecho en Mizpa, aunque bien intencionado, los había llevado a tomar decisiones extremas que pusieron en peligro la unidad de Israel. Sin embargo, en su misericordia, Dios permitió que la tribu de Benjamín no desapareciera, mostrando una vez más que Él es fiel a sus promesas, incluso cuando su pueblo tropieza.

Así terminó este capítulo en la historia de Israel, un recordatorio de que la justicia humana, sin la guía divina, puede llevar a consecuencias imprevistas. Pero también es un testimonio de la gracia de Dios, que provee incluso en medio de la desobediencia y el error de su pueblo. Y aunque no había rey en Israel en aquellos días, el Señor seguía reinando en los corazones de aquellos que lo buscaban con sinceridad.

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