**El Fin del Diluvio y la Promesa de Dios**
Después de cuarenta días de lluvia torrencial y ciento cincuenta días de aguas cubriendo la tierra, el diluvio había cumplido su propósito. La ira de Dios se había calmado, y ahora su misericordia comenzaba a manifestarse. El arca, aquella enorme embarcación construida por Noé bajo la dirección divina, flotaba sobre las aguas que cubrían la tierra. Dentro de ella, Noé, su esposa, sus tres hijos—Sem, Cam y Jafet—y sus nueras, junto con los animales que Dios había mandado salvar, esperaban pacientemente el momento en que pudieran salir a un mundo renovado.
Dios no se olvidó de Noé ni de las criaturas que estaban con él en el arca. Las aguas comenzaron a disminuir gradualmente, y el arca descansó sobre las montañas de Ararat. Era un momento de quietud, de esperanza, de restauración. Las aguas siguieron bajando durante semanas y meses, hasta que finalmente los picos de las montañas se hicieron visibles. Noé, lleno de fe y paciencia, esperó las señales de Dios para saber cuándo era el momento adecuado para salir.
Pasaron cuarenta días más, y Noé decidió abrir la ventana del arca que había hecho. Desde allí, observó el horizonte, buscando alguna señal de que la tierra estaba secándose. Con cuidado, soltó un cuervo, que salió volando de un lado a otro, pero no encontró lugar donde posarse, pues las aguas aún cubrían gran parte de la tierra. Luego, Noé envió una paloma, esperando que esta le diera más información. La paloma voló, pero al no encontrar un lugar donde descansar, regresó al arca. Noé extendió su mano, la tomó suavemente y la trajo de vuelta adentro.
Siete días después, Noé volvió a enviar a la paloma. Esta vez, la paloma regresó al atardecer con una hoja de olivo en su pico. Era una señal clara de que las aguas habían retrocedido lo suficiente como para que la vegetación comenzara a brotar nuevamente. Noé sintió un profundo alivio y gratitud hacia Dios, quien había cuidado de ellos durante todo ese tiempo. Esperó otros siete días y envió de nuevo a la paloma. Esta vez, la paloma no regresó, lo que indicaba que había encontrado un lugar donde habitar.
Finalmente, después de un año y diez días desde que comenzó el diluvio, Dios habló a Noé: «Sal del arca, tú, tu esposa, tus hijos y las nueras de tus hijos. Saca también todos los animales que están contigo: las aves, los ganados y todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Que salgan y se multipliquen sobre la tierra, que sean fecundos y se reproduzcan».
Noé obedeció. Abrió la puerta del arca y, uno a uno, los animales salieron, llenando el aire con sus sonidos. Las aves extendieron sus alas y volaron hacia el cielo, los animales terrestres caminaron sobre la tierra firme, y los reptiles se deslizaron por el suelo. Era un nuevo comienzo, un mundo purificado y renovado.
Noé, agradecido por la protección y la provisión de Dios, construyó un altar al Señor. Tomó de los animales limpios y de las aves limpias que había llevado consigo y ofreció holocaustos sobre el altar. El aroma del sacrificio ascendió hasta Dios, y Él lo recibió con agrado. En su corazón, Dios dijo: «Nunca más maldeciré la tierra por causa del hombre, aunque la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud. Nunca más destruiré a todo ser viviente como lo he hecho. Mientras la tierra permanezca, no cesarán la siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche».
Dios estableció un pacto con Noé y sus descendientes, y con todos los seres vivos que estaban con ellos. Como señal de este pacto, Dios puso un arco iris en las nubes. Cada vez que apareciera el arco iris, sería un recordatorio de la promesa de Dios de nunca más destruir la tierra con un diluvio. El arco iris, con sus colores vibrantes, sería un símbolo de esperanza, de la fidelidad de Dios y de su misericordia hacia la humanidad.
Noé y su familia contemplaron el arco iris con asombro y reverencia. Sabían que habían sido testigos del poder y la gracia de Dios. Aunque el mundo había sido purificado por el diluvio, el corazón del hombre seguía siendo propenso al mal. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, había decidido darles una nueva oportunidad. Noé y su familia salieron del arca con un profundo sentido de responsabilidad: debían habitar la tierra, cuidarla y multiplicarse, recordando siempre la promesa de Dios y su fidelidad.
Así terminó el diluvio, y así comenzó una nueva era para la humanidad. La tierra, lavada y renovada, estaba lista para ser habitada de nuevo. Y en medio de todo, el arco iris brillaba en el cielo, recordándoles que Dios es fiel, que su misericordia es eterna y que su amor perdura para siempre.