Biblia Sagrada

El Salmo 95: Adoración y Obediencia en el Corazón de Dios

**El Salmo 95: Un Llamado a la Adoración y la Obediencia**

En los días antiguos, cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto, hubo un momento en que el Señor, a través de Moisés, les recordó la importancia de escuchar Su voz y no endurecer sus corazones. Este mensaje resonó a través de los siglos y quedó plasmado en el Salmo 95, un cántico de alabanza y advertencia que nos invita a reflexionar sobre la grandeza de Dios y nuestra respuesta a Su llamado.

**El Cántico de Alabanza**

En una mañana fresca, cuando el sol comenzaba a iluminar las colinas de Judea, un grupo de fieles se reunió en el templo para adorar al Señor. Los levitas, con sus instrumentos afinados, entonaron las primeras notas de un salmo que pronto se convirtió en un clamor unánime:

*»Venid, aclamemos alegremente al Señor; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante Su presencia con acción de gracias; cantémosle salmos de alabanza.»*

Las voces se elevaron como un río poderoso, llenando el atrio del templo con una melodía que parecía tocar el cielo mismo. Los corazones de los adoradores ardían de gozo al recordar las maravillas que Dios había hecho por Su pueblo. Algunos, con lágrimas en los ojos, recordaron cómo el Señor los había liberado de la esclavitud en Egipto, cómo había abierto el Mar Rojo y cómo les había dado maná en el desierto.

Un anciano, con una voz temblorosa pero llena de fe, exclamó: *»Porque el Señor es un Dios grande, y un Rey grande sobre todos los dioses. En Su mano están las profundidades de la tierra; las alturas de los montes también son Suyas. Suyo es el mar, pues Él lo hizo; y Sus manos formaron la tierra firme.»*

Todos se postraron ante el altar, reconociendo que no había nada ni nadie más grande que el Creador del cielo y de la tierra. El aire se llenó de incienso, y el humo ascendió como una ofrenda agradable al Señor.

**La Advertencia Divina**

Pero en medio de la alabanza, un levita llamado Ezequías, conocido por su sabiduría y su profundo conocimiento de las Escrituras, se levantó para recordarles una verdad solemne. Con voz firme, dijo:

*»Hoy, si oyen Su voz, no endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá en el desierto, cuando sus padres Me tentaron y Me probaron, aunque habían visto Mi obra.»*

El silencio cayó sobre la congregación. Todos recordaron la historia de sus antepasados, quienes, a pesar de haber presenciado las maravillas de Dios, murmuraron contra Él en el desierto. En Masá, habían exigido agua, diciendo: *»¿Está el Señor entre nosotros o no?»* Y en Meribá, habían desafiado a Moisés y a Dios, dudando de Su provisión y cuidado.

Ezequías continuó: *»Durante cuarenta años estuve disgustado con aquella generación, y dije: ‘Es un pueblo que se desvía en su corazón, y no han conocido Mis caminos.’ Por tanto, juré en Mi ira: ‘No entrarán en Mi reposo.'»*

Sus palabras resonaron como un trueno en el corazón de los presentes. Muchos bajaron la cabeza, reconociendo que, en ocasiones, ellos también habían dudado de Dios, habían murmurado en medio de las pruebas y habían endurecido sus corazones ante Sus mandamientos.

**El Llamado a la Obediencia**

Ezequías, con lágrimas en los ojos, extendió sus manos hacia el pueblo y les dijo: *»Hermanos, no repitamos los errores de nuestros padres. Hoy, el Señor nos llama a escuchar Su voz, a no endurecer nuestros corazones, sino a confiar en Él, a adorarle con sinceridad y a caminar en Sus caminos.»*

Uno a uno, los fieles se acercaron al altar, confesando sus pecados y renovando su compromiso con el Señor. Un joven llamado Jonatán, quien había llegado al templo con dudas en su corazón, se arrodilló y oró en voz baja: *»Señor, perdóname por haber dudado de Ti. Ayúdame a confiar en Tu provisión y a obedecer Tus mandamientos.»*

El sacerdote principal, vestido con sus ropas sagradas, tomó un cuerno de carnero y lo hizo sonar, anunciando el perdón y la misericordia de Dios. Luego, levantó sus manos y bendijo al pueblo, diciendo: *»Que el Señor los guarde, los guíe y les dé un corazón blando y obediente. Que nunca se aparten de Sus caminos, y que siempre Le adoren con gozo y gratitud.»*

**El Reposo de Dios**

Al finalizar la ceremonia, los fieles salieron del templo con un nuevo sentido de propósito. Recordaron que el reposo de Dios no era solo una tierra prometida, sino una relación íntima con Él, un descanso del alma que solo se encuentra en la obediencia y la confianza.

Y así, el Salmo 95 se convirtió en un recordatorio eterno: Dios es digno de toda alabanza, pero también exige un corazón humilde y obediente. Aquellos que escuchan Su voz y no endurecen sus corazones entrarán en Su reposo, un reposo que trasciende las circunstancias y llena el alma de paz eterna.

*»Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante del Señor, nuestro Hacedor. Porque Él es nuestro Dios, y nosotros el pueblo de Su prado y las ovejas de Su mano.»*

Y el pueblo, con corazones renovados, salió a vivir una vida de adoración y obediencia, sabiendo que el Señor, su Roca y su Redentor, siempre estaría con ellos.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *