**La Revelación de la Ley en el Monte Horeb**
En los días en que Moisés guiaba al pueblo de Israel por el desierto, después de haber salido de la esclavitud en Egipto, llegó un momento crucial en su jornada. El pueblo acampó al pie del monte Horeb, un lugar sagrado donde Dios había decidido revelarse de una manera poderosa. Moisés, el siervo fiel de Jehová, reunió a todo Israel y comenzó a hablarles con palabras llenas de solemnidad y reverencia.
«Escuchen, oh Israel», comenzó Moisés, su voz resonando con autoridad divina. «Hoy les hablaré de los estatutos y decretos que Jehová, nuestro Dios, me ha mandado enseñarles. Ustedes deben guardarlos y cumplirlos, porque en ellos está la vida y la bendición. No añadan ni quiten nada a lo que les he dicho, sino obedezcan fielmente las palabras de Jehová.»
El sol brillaba sobre el campamento, y el aire estaba cargado de un silencio reverente. Moisés continuó, recordándoles el día en que Dios descendió sobre el monte Horeb para entregarles la ley. «Recuerden aquel día», dijo, «cuando Jehová habló desde el fuego en medio de la oscuridad y de la nube espesa. Ustedes oyeron su voz, pero no vieron ninguna figura. Solo escucharon sus palabras, que salían como un trueno poderoso, y vieron el fuego que consumía la cima del monte.»
Moisés describió cómo el pueblo se había acercado al monte, temblando de miedo ante la majestad de Dios. «El monte ardía en llamas que subían hasta el cielo, y el humo se elevaba como el humo de un horno. La tierra temblaba bajo sus pies, y el sonido de la trompeta divina se hacía cada vez más fuerte. En ese momento, ustedes dijeron: ‘Moisés, habla tú con nosotros, porque si escuchamos la voz de Jehová nuestro Dios, moriremos.’ Y Jehová estuvo de acuerdo con sus palabras.»
El profeta hizo una pausa, mirando a los rostros de los israelitas, que recordaban aquel día con temor y asombro. «Jehová les dio los diez mandamientos, escritos con su propio dedo en tablas de piedra. Estas palabras son el fundamento de nuestra relación con Él y con los demás. No hay otro pueblo en la tierra que haya oído la voz de Dios como ustedes la oyeron, ni que haya visto sus obras poderosas como las han visto.»
Moisés les advirtió sobre la importancia de no olvidar estas cosas. «Cuídense de no olvidar el pacto que Jehová ha hecho con ustedes. No se hagan ídolos, ni imágenes talladas, ni representaciones de lo que está en el cielo, en la tierra o en las aguas. Jehová es un Dios celoso, y no compartirá su gloria con ningún otro. Si se apartan de Él y sirven a otros dioses, serán arrancados de la tierra que Él les ha prometido.»
El profeta les recordó que Dios es misericordioso y fiel. «Jehová es un Dios fiel, que guarda su pacto y su misericordia por mil generaciones con aquellos que lo aman y guardan sus mandamientos. Pero también es justo, y no dejará impune al que lo rechaza. Por eso, busquen a Jehová con todo su corazón y con toda su alma, porque Él está cerca de ustedes.»
Moisés les habló de la grandeza de Dios, quien había creado los cielos y la tierra, y quien había escogido a Israel como su pueblo especial. «¿Ha habido alguna vez un dios que haya hecho lo que Jehová ha hecho por ustedes? ¿Qué nación ha oído la voz de Dios hablando desde el fuego y ha sobrevivido? ¿Qué dios ha sacado a un pueblo de otra nación con pruebas, señales, milagros y guerra, como lo hizo Jehová en Egipto ante sus ojos?»
El profeta concluyó su discurso con una exhortación solemne. «Guarden, pues, sus almas con diligencia, para que no olviden las cosas que sus ojos han visto, ni se aparten de su corazón todos los días de su vida. Enséñenlas a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Porque estas palabras no son vanas; son su vida, y por ellas vivirán largos días en la tierra que Jehová les ha prometido.»
El pueblo escuchó en silencio, con los corazones llenos de temor y gratitud. Sabían que las palabras de Moisés no eran simples enseñanzas, sino la revelación misma de Dios, dada para guiarlos y bendecirlos. Y así, con el monte Horeb como testigo silencioso, Israel renovó su compromiso de seguir a Jehová y guardar sus mandamientos, confiando en que Él los guiaría a la tierra prometida.